Por *Dr. Jorge Corrado-Especial Total News Agency-TNA-
“Sólo un pueblo virtuoso es capaz de vivir en libertad. A medida que las naciones se hacen corruptas y viciosas, aumenta su necesidad de amos”.
Benjamín Franklin
La realidad argentina nos demuestra a diario que existe una conducción política lega -en términos de Seguridad Nacional- y cuando no cooptada por la pseudo-revolución neo-marxista. La inexistencia de una verdadera Estrategia de Seguridad Nacional, hace imposible el cumplimiento de los grandes objetivos expresados en el Preámbulo de nuestra Constitución: “ …afianzar la justicia, consolidar la paz interior, asegurar los beneficios de la libertad, proveer a la defensa común…”. Si no se alcanzaran, el “Estado Fallido” y la disolución nacional están asegurados, en el mediano plazo. Vamos a explicarnos.
Si consideramos al narcoterrorismo, presente en casi toda Iberoamérica, como la principal amenaza estratégica al Estado, cual sería el rol de las FFAA para preveer, responder o mitigar el accionar de dicha amenaza? Está en la naturaleza de los soldados, pedir para sí el espacio de “mayor riesgo y fatiga” cuando son testigos del grave riesgo que corre la Patria. El verdadero militar se identifica por su “honor y valor”. ¿Puede -entonces- quedarse de brazos cruzados ante la presente agresión? No, no debe ni puede. Pero tampoco debe ni puede equivocarse. Hay una muy dolorosa experiencia reciente que no podemos olvidar ni repetir. En principio las FFAA se mueven en el plano estratégico militar, operacional y táctico, mientras que el narcoterrorismo lo hace en el plano político. Existen pequeños espacios comunes, pero no son esenciales.
Por otra parte, actualmente la legislación vigente prohíbe toda acción -aun las propias de las FFAA- dentro de los límites del país. Ha sido éste el extemporáneo punto de partida del “relato”, con consecuencias políticas y estratégicas gravísimas. Los conflictos que han llegado -luego de la posguerra fría-, vale la pena repetirlo, no se solucionan con mayor poder de fuego sino entendiendo su naturaleza y adaptando a ella al Estado, a sus Instituciones.
Mientras no se remuevan estas leyes perversas que dan origen a la rampante inseguridad nacional, será imposible contener la agresión narcoterrorista. El rumbo que llevamos conduce aceleradamente al Estado Fallido.
Conscientes de ésta inédita situación estratégica y de las serias carencias conceptuales -de carácter polemológico- evidenciadas por la gran mayoría de la dirigencia política, debería promoverse la responsabilidad docente de las FFAA en lo que le es específico. El problema a resolver no es “ganar la guerra”, para lo cual las FFAA no tendrían problemas frente a los narcoterroristas, sino “ganar la Paz” logrando la derrota política del narcoterrorismo y de la pseudo-revolución, que es su mandante.
Una cosa es la victoria -que se logra en el combate- y otra cosa es la Paz, que es una decisión política a alcanzar con consenso social.
Expresiones como la de “sacar los tanques a la calle”, relacionándolas con “la dictadura” -palabra símbolo dentro de la narrativa- nos da una idea de la confusión, la ignorancia o la perversidad de quienes las sostienen. Es la simpleza de una mentalidad reducida a aspectos tácticos, a la acción pura, sin asumir que la categoría socio-política “guerra” exige abarcar lo sustantivo, la naturaleza del desafío para encontrarle una resolución inteligente. Como no lo asumen ni entienden, niegan la realidad.
La táctica, sin dirección, es un fracaso anticipado por carecer de una Gran Estrategia subordinada a una Gran Política, que establezcan sus fines u objetivos. La acción “sobre el terreno”, cuando carece de esos objetivos de mediano y largo plazo, explicitados en su “a fin de” -citado más arriba- es necesariamente torpe improvisación y -en el caso bajo análisis- frente a una conducción estratégica internacional altamente experimentada, una enorme frustración. No tropecemos dos veces en la misma piedra.
El narcoterrorismo es un riesgo presente y activo, de categoría estratégica, pues afecta al Estado y a toda la sociedad. Se le ha dado -en la legislación argentina- categoría policial, de seguridad pública, como si afectara solo a algunas personas o entidades. Es por ello que se expandió velozmente.
Tiene la iniciativa. El Estado ha quedado en las manos reactivas de la improvisación. Pero ¡cuidado!: su categoría estratégica no quiere decir que sea de una exclusiva responsabilidad militar, con el “empleo de los tanques en las calles”. Exige, ineludiblemente, el desarrollo de un Acuerdo de Seguridad Colectiva y Defensa Común con los países iberoamericanos que están fuera del Foro de San Pablo y, a partir de él, una Gran Estrategia conjunta – combinada.
Naturalmente, ante estas urgentes exigencias, la pregunta que surge espontáneamente es: ¿a cargo de quién está el Planeamiento Estratégico en nuestro Estado Nacional?, ¿quién desarrolla la Gran Estrategia argentina? Y ante las respuestas negativas a estos interrogantes, llegamos a una clara conclusión: ¡cuán lejos estamos de alcanzar una resolución apta, factible y aceptable para ganar la Paz Social! ¡Cuánta sangre argentina deberá correr aun para llegar a la cordura!.
La separación que existía entre “seguridad estratégica” y “seguridad pública” hasta la iniciación de la globalización planetaria, en la posguerra fría, ha desaparecido. Hoy la “seguridad nacional” las comprende unificadas. Por ello se hace imprescindible una Gran Estrategia que abarque a todos los resortes institucionales, bajo dirección única. En un país federal, como el nuestro, es necesaria una organización que permita la “conjunción”. La mera coordinación es insuficiente y en consideración a que la categoría de la presente agresión es internacional, la “conjunción” debe ser necesariamente “combinada”, con fuerte cruzamiento de controles en todos los niveles de la acción. Éste ha sido el fundamento de la “Revolución de los Asuntos Militares” y de su reajuste inmediato, la “Reforma Integral” de la Seguridad Nacional en el mundo desarrollado, al comienzo de la década pasada.
La Argentina -en el año 2022- sigue estratificada, con su legislación de Seguridad Nacional ideologizada, sancionada en tiempos de la guerra fría y retenida hoy como “vaca sagrada” por la pseudo-revolución, en el caos de la escandalosa inseguridad nacional que somatizamos.
En resumen, es imprescindible evitar la provocación del narcoterrorismo y la improvisación en temas de Seguridad Nacional. Prever es planificar y ello debe efectuarse en el máximo nivel del Estado. La amenaza crematística es central, en la ofensiva de éste brutal enemigo inédito y exige tomar recaudos inteligentes, para controlarla. En cada área del poder se deben emplear los medios más aptos, según la naturaleza de la acción en cada una de ellas. Esos medios -sin adaptación- existen y son muy variados, pero no están activos y menos aun conducidos, pues la Seguridad Nacional está en manos de diletantes.
Es necesario desarrollar una nueva cultura para estas “guerras chicas”, estructuras aptas y flexibles y… mucha paciencia. El odio del terrorismo ideológico ha mutado hacia las razones e intereses descarnados e implacables de las mafias, insertas en el “terrorismo global” y éstas, en Iberoamérica, sirven a su mandante, el sigiloso, antiguo y renovado proceso revolucionario, hoy neo-marxista.
La circunstancia que vivimos es apta para reflexionar sobre una vieja expresión de Raymond Aron: “…los guerrilleros ganan la guerra cuando no la pierden y quienes luchan contra ellos la pierden si no la ganan”… Y para ganar hay que estar motivados, conocer la naturaleza del conflicto y no entregar al enemigo fisuras “no militares”. Éstas serán convertidas en grietas y por allí se ganará a la opinión pública, sostén de la extraña guerra empeñada.
A la guerra no la gana un Estado fuerte, la gana una sociedad culturalmente fuerte y unida.
El narcoterrorismo forma parte -como subordinado- de un complejo “enemigo sin rostro” que tiene muy diversos frentes de agresión, a ser considerados en la elaboración de la “Gran Estrategia”, que permitiría enfrentarlo con éxito. Esto es imposible en los países comprometidos con la pseudo-revolución conducida por el castro-comunismo, a través del Foro de San Pablo, pues es su sostén.
En nuestro país éste tema es central. Diariamente produce crecientes bajas y nos lleva, paso a paso, a la disgregación nacional. Sin embargo la Seguridad Nacional carece de tratamiento público desde una visión polemológica o estratégica. Los ministerios de Defensa y Seguridad niegan a los “nuevos riesgos y amenazas”, carecen de una mínima idoneidad y de una insoslayable política comunicacional. La “política de derechos humanos”, el “relato” y lo “políticamente correcto”, impiden un tratamiento razonable de éste tema y la legislación de seguridad interior y defensa nacional garantiza el éxito de la sigilosa agresión del complejo y dinámico enemigo.
SI apareciera un fuerte liderazgo político que -con coraje- proponga un futuro de grandeza, quebrando los tabúes y mitos creados y explotados a través de las “fisuras” o “grietas” emergentes de los años ’70, se recuperaría la Identidad Nacional, el Estado Institucional, la Gran Política, la Gran Estrategia y la Economía. En ese ordenamiento. La oportunidad está próxima y el complejo enemigo -en su ofensiva-está alerta y advertido. La Argentina puede y debe renacer. Solo falta una dosis de lucidez y de generosidad en los dirigentes no comprometidos con las internacionales pseudo-revolucionarias.
*Director del Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires.
Profesor Titular Ciencia Política, Estrategia y Geopolítica UCALP