Estos pensamientos se nos ocurren al recorrer la exposición de María Ester Joao a la que no es fácil encasillar en alguna de las corrientes del arte óptico, arte cinético, la abstracción geométrica, la pintura de campos de color, arte concreto, tendencias y movimientos originados en la Bauhaus y De Stijl.
Arquitecta, en 1989 realizó su primera muestra individual, entre 1990 y 1997 asistió al taller de Ana María y Ricardo Martín Crosa, sacerdote, poeta, lingüista, profesor de estética. Participó en numerosas muestras individuales y colectivas en lo nacional e internacional. Entre sus numerosos premios: el Trabucco de Pintura, Klemm a las Artes Visuales, Primer Premio Museo Nacional de Bellas Artes – CloseUp.
La obra de Joao se caracteriza por el blanco impoluto de sus suaves y delicadas geometrías que desarrolla con hilo sobre tela para después pintarla con acrílico. Con minuciosidad y concentración oriental logra así infinitos juegos geométricos a la manera de mandalas, ondulaciones, y también rectas que se cortan o bifurcan.
Es la luz sobre la fuerza del blanco la que permite percibir todas las sutilezas que mencionaba Ryman. El blanco es quieto, contenido, introvertido, ascético, de una gran serenidad espiritual; a propósito recordamos una muestra realizada en 2003 en el Museo Nacional de Bellas Artes en la que en una de sus instalaciones utilizó sal a la manera de los jardines de arena, imagen ligada a la filosofía zen.
Hay una gran resonancia entre la obra de Joao y quien la percibe, ya que es capaz de llevarnos a un ámbito de silencio, de armonía, muy lejos de un mundo, como lo señala el filósofo coreano-germano Byun Chul Han, “que se torna cada vez más intangible, nublado y espectral, donde no habitamos la tierra y el cielo sino Google Earth y la nube”. (Clausura el 10 de julio. Paseo de las Artes Duhau. Avenida Alvear 1661.)