
Julia Coria: Un día leí en un diario la noticia de una chica a la que habían asesinado y la familia del novio, que era el asesino, la había enterrado bajo la galería de la casa. Ese escenario me quedó dando vueltas. Más que pensar en el femicidio, lo que pensaba era que esa galería de las casonas es un lugar de paso a las habitaciones, de descanso, de juegos de chicos, de cumpleaños, de festejos. Me imaginaba la celebración de un brindis navideño, chicos corriendo tras una pelota o alguien en una reposera tomando mate y leyendo el diario. Sobre ese piso que esconde una mujer asesinada veía dos vecinas charlando. El que hubiera un ambiente amoroso, festivo, familiero, sobre el horror del crimen me tuvo obnubilada. Me impulsó a escribir, y lo primero que surgió fue el acuerdo que sellaba un pacto de vamos a protegernos, a ser felices a como dé lugar. Así fue como esa casona se vio poblada por una familia numerosa, muy integrada, con una abuela querendona e implacable, que es la narradora de la historia de su horda.
P.: Es un mundo carnavalesco cruzado con asesinatos.
J.C.: Yo salí de una familia italiana, donde era típico que hubiera cada tanto una mesa larga poblada de gente, de comida, con esa cosa tan disparatada de “no importa si se murió alguien, por eso no se va a dejar de comer”. A la abuela lo que importa es que nadie tenga que comer los ravioles que no le gustan.
P.: ¿Por qué la narradora no tiene nombre?
J.C.: Me preguntaron muchas veces por qué no dije el nombre de la abuela, y siempre contesto: porque no lo conozco. Yo la seguí, la escuché. Todos la llaman abuela. Es una figura arquetípica.
P.: Es la detective de la historia y hasta tiene a Zuli, que es como Watson para Sherlock Holmes.
J.C.: La abuela es la madre de Sonia. Y su hija, que es obstetra, que ya lleva cuatro maridos, le ha dado a su madre un montón de nietos a cuidar; encima ahora va por su séptimo embarazo. La abuela y su par, su compañera Zuli, son adictas a las novelas policiales, y se ven alteradas por una serie de femicidios, que involucran a la familia, y profesionalmente a Sonia. Los casos han impulsado el sensacionalismo de los medios. Eso hace que develar el enigma de esos crímenes resulte para la abuela esencial para la supervivencia de la horda. Con tanto en juego la abuela y Zuli se involucran a fondo. La policía no logra nada, y a ellas las novelas policiales les han enseñado cómo hay que investigar. Para seguir a la abuela y Zuli en sus investigaciones tuve que dedicarme a leer policiales de todo tipo, hasta empalagarme.
P.: ¿Qué escritor de policiales fue el que le abrió el camino a lo que quería escribir?
J.C.: Para algunos, el menos esperado, el franco marroquí Daniel Pennac. Él construyó una saga policial de unas siete novelas protagonizadas por Benjamín Malausséne, cabeza de una familia que vive en el barrio de Belleville de París, un grupo que se proclama la tribu Malausséne. Allí encontré que el escenario familiar ofrece el diálogo espontáneo, la economía de los razonamientos, los desbordes que se contraponen a la relojería del policial. Esa estrategia narrativa del despelote, el canchengue, solo la encontré en Pennac. Todo el tiempo desborde, y en el medio un mecanismo de precisión que permite desentrañar los crímenes. Yo venía imaginando una familia de Belgrano, con el desmadre de un montón de chicos, con diferentes horarios de escuela o colegio según la edad, con distintos padres, con diferentes comidas que hay que preparar. Muchos conocen a Pennac por el ensayo “Como una novela”, donde enumera los derechos del lector, o por sus libros para chicos, y se pierden esa fantástica serie, acaso porque muchos de sus libros están en francés o no llegan acá.
P.: Fue cambiando de tipos de relatos.
J.C.: El primero, “Permiso para quererte” fue un libro de cuentos que se presentó como novela porque los relatos están entrelazados. Después me dediqué exclusivamente a la sociología y escribí, por ejemplo, con Verónica Batiuk, “Oportunidades educativas en el nivel inicial” para UNICEF. Estaba terminando mi tesis doctoral cuando sale la novela “Todo nos sale bien”, que es la crónica autobiográfica del acompañamiento de mi marido que estaba enfermo de cáncer. Y desde 2008 hasta ahora que se publicó estuve trabajando en “La horda primitiva”.
P.: ¿La abuela detective va a tener que solucionar nuevos casos?
J.C.: Empecé una segunda parte, pero antes estoy terminando un libro de cuentos.

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