
Sobre las paredes blancas, cuelgan en hileras perfectas los marcos de madera blanca con las páginas blancas y las firmas en negro. Kacero, que supo seducir con los diseños, brillos y colores de sus acolchados de vinilo y sus cajitas luminosas, presenta un montaje minimalista. Nada distrae la atención. Es una muestra para pensar, pero también para soñar. “Lo que no se apoya en la emoción da como resultado una materia fría; quizá virtuosa, quizá espectacular, pero que finalmente no detonará a demasiada profundidad”, sostiene el artista. Así se aleja del conceptualismo e ingresa en un mundo donde las ideas despiertan pasiones.
Kacero vuelve el tiempo atrás. El tema de la copia o la legitimidad de las firmas, tiene su origen en la exposición de 2006 “Fabio Kacero, autor del Jorge Luis Borges, autor del Pierre Menard, autor del Quijote”. La obra es un manuscrito de Kacero, la copia textual del cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”, del escritor, con la letra menuda, “de insecto”, de Borges y el ritmo ordenado de su escritura. No obstante, Kacero crea una obra diferente, de su autoría.
Borges observa que la crítica de la década del 30 calumnia la memoria de Pierre Menard al decir que dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo. “No se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra y línea por línea con las de Miguel de Cervantes”. Y agrega: “El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es infinitamente más rico”. La tarea de Menard tiene su notable razón de ser y, así, lo explica: “Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto ‘original’ y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación”. Borges relativiza la importancia de la autoría. Es decir, cuando Menard se aleja del siglo XVII y de las novelas de caballería, las ideas del lector asumen un papel protagónico y el texto se abre a nuevas interpretaciones. Es la obra abierta de Umberto Eco, antes de Eco.
Con un nuevo salto en el tiempo, Kacero crea, en medio de su contexto, sus propios molinos de viento. “Pensar, analizar, inventar, no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia”, enseña Menard. No obstante, la lección de Borges no fue suficientemente explícita. Cuando en el año 2016 Kacero fue invitado a exponer su Pierre Menard de Borges en la mega muestra dedicada al escritor, Kodama hizo valer la titularidad de los derechos de autor y le negó su autorización.
La muestra termina en una salita aledaña con “El monocromo del Molinero”, una pintura rosa de 1641 y un cuento que la acompaña. En abierto contraste con ese silencio secular, Kacero despide al espectador con un mundo que aturde: las tandas en secuencia rápida de las noticias de TV que difunden una única noticia, la muerte de alguien.