Por Joaquín Morales Solá
Decían que sería en septiembre. Pero la dinámica de las crisis económicas y sociales no figura entre las ciencias exactas; establece su ritmo y su tiempo según su propio desorden. Ya está entre nosotros. El país sufrió en la semana que pasó la devaluación más fulminante del dólar paralelo desde la hiperinflación de los años 80; alcanzó el riesgo país de una nación en default, cuando la Argentina no lo está, y los bonos argentinos valen como valen los bonos basura. Industriales y comerciantes se niegan a seguir vendiendo electrodomésticos porque no saben a qué precio podrán reponerlos. La clase media se había refugiado en la compra de esos productos para deshacerse de los pesos y ante la imposibilidad de acceder al dólar, la moneda de ahorro de los argentinos. Algunas industrias podrían cesar su producción en los próximos días si no logran una certeza sobre la provisión de elementales insumos importados. El Banco Central no logra recomponer sus reservas en dólares y lo único que se le ocurrió, tarde y mal, es un sistema para que turistas extranjeros pueden cambiar hasta 5000 dólares a un precio más real que el oficial. Demasiado poco.
El Presidente, que siempre tiene un culpable en la mira y una conspiración al acecho, responsabilizó a los productores rurales porque –dijo– no liquidan 20.000 millones de dólares en mercadería almacenada. El campo ya le dio al país, en el primer semestre del año, el mayor ingreso histórico de dólares; no quedó nada de ese enorme caudal de reservas. Eso es culpa del Gobierno, no de los productores. Las medias verdades saben a mentiras. Alberto Fernández sigue las malas lecciones políticas de la jefa de la coalición gobernante: hace política pateando puertas. Los productores son dueños de su producción; debería, por lo tanto, seducirlos para que liquiden sus exportaciones en lugar de culparlos, acusarlos y difamarlos. Necesita seducirlos no solo con palabras, sino con actos de gobierno. Las palabras debería cuidarlas. Rozó la incitación a la destrucción de las silobolsas en un país donde ese delito se comete impunemente.
La crisis económica ahonda el conflicto social en una nación con casi la mitad de su sociedad bajo la línea de la pobreza. Nadie fue más agorero que el oficialista dirigente de los movimientos sociales Juan Grabois, quien pronosticó que correrá sangre y habrá asaltos de supermercados si no se establece un ingreso básico universal. La condición que pone Grabois agravaría los números ya muy enfermos del déficit fiscal, pero llama la atención la advertencia tremendista de quien se siente muy cercano a Cristina Kirchner. La vicepresidenta lo deja hablar; no hizo nada para contener sus apocalípticos pronósticos. De todos modos, las profecías de Grabois coinciden con la mayoría de las encuestas que se conocen. El Gobierno perdió 10 puntos de imagen positiva desde el 15 de mayo hasta el 15 de julio en el conurbano bonaerense, el núcleo social donde el kirchnerismo pervive a pesar de todo. Pero, ¿pervive? Según las mediciones de Federico Aurelio, esa imagen está ahora en apenas el 25%, aunque sigue siendo más alta que el promedio nacional del oficialismo. La medición de julio de Poliarquía advirtió que se produjo en ese mes una de las mayores caídas intermensuales, y gran parte de los valores lo ubican al Gobierno en su piso histórico. La imagen personal del Presidente se reduce solo al 24%, que es, por primera vez, inferior a la de Cristina Kirchner. Sin embargo, la vicepresidenta tocó el pico máximo de imagen personal negativa. El índice de optimismo ciudadano de Poliarquía alcanzó el puntaje más bajo de su serie histórica. Se lo mire por donde se lo mire, el conurbano ya no es lo que era para el kirchnerismo.
Las medias verdades saben a mentiras. Alberto Fernández sigue las malas lecciones políticas de la vicepresidenta: hace política pateando puertas
La deriva alarmante de la crisis sucedió luego de la renuncia de Martín Guzmán al Ministerio de Economía. No ocurrió porque se fuera un ministro brillante y creíble, que no lo fue. Sucedió porque el mercado y la sociedad creyeron que había sido eyectado por los caprichos de Cristina Kirchner (y no se equivocaron) y porque se convencieron de que Silvina Batakis llegó con el aval de la vicepresidenta (y tampoco erraron). En su desesperada huida de la hoguera, Cristina Kirchner tomó distancia de la renuncia de Guzmán (que buscó tenazmente) y, por el contrario, lo hizo llamar “irresponsable” por la decisión de dimitir. Se niega hasta ahora a darle su apoyo público a Batakis, que necesita ese respaldo para mostrar una aparente, al menos, cohesión política en la cima. Cristina dejó a un Presidente ya irresoluto y fluctuante más débil que antes. ¿Habrá vacancia presidencial? ¿Llegará un nuevo y poderoso jefe de Gabinete? Todo es posible. El interminable y brutal minué en la cumbre política es lo que explica la profundidad de la crisis económica. No hay solución hasta dónde llega la mirada: Cristina Kirchner es así y nada ni nadie la cambiará.
¿Otro ejemplo? Axel Kicillof es cuando habla un compendio de oxímoros. En un mismo discurso puede criticar con la dureza de un martillo a la oposición y, al mismo tiempo, convocarla a un acuerdo para salvar al país de la crisis. El gobernador no habla de tales cosas sin la aprobación de Cristina Kirchner. También hubo gestiones más reservadas (y también más coherentes) para un acercamiento entre el Gobierno y la oposición ante la dimensión del conflicto nacional. Tales gestiones chocaron contra un muro. La unanimidad de Juntos por el Cambio no está dispuesta a intentar un acuerdo con el oficialismo, porque sencillamente no existe ninguna de las condiciones necesarias. Toda negociación entre personas diferentes requiere de un clima previo propicio a la conversación. Desde Cristina Kirchner hasta el Presidente, pasando por funcionarios de segunda o de cuarta categoría, todos hablan permanentemente mal de la oposición. Tampoco está la confianza necesaria en la palabra del Gobierno. “El Presidente empezó a devaluar su palabra no bien asumió. ¿Con qué confianza podemos hablar con él?”, se pregunta uno de los principales dirigentes opositores. El ejemplo es Horacio Rodríguez Larreta, que intentó al principio un diálogo institucional entre el gobierno de la Capital y el gobierno federal. Lo recibieron y lo halagaron, pero un buen día lo madrugaron con una quita importante de los recursos federales que recibía la Capital. La discrecional y arbitraria quita está ahora en la Corte Suprema. Menos coincidencia puede haber con un Gobierno que, según su Presidente y su vicepresidenta, se propone voltear a la Corte Suprema. “¿Se imaginan a los dirigentes de Juntos por el Cambio al lado de Cristina Kirchner pidiéndoles a los argentinos que no compren dólares? El alud nos arrastraría también a nosotros”, dice otro referente fundamental de la coalición opositora.
Importantes industriales señalaron que el Gobierno tiene todavía una herramienta para torcer el rumbo de la tragedia. Consiste en anunciar que no emitirá más pesos y que bajará el déficit fiscal. ¿Esas medidas provocarán recesión? Sí, pero la recesión será peor, aseguran, si la industria y el comercio empiezan a bajar las persianas. El problema es que el derroche del Estado es inherente a los ideales del kirchnerismo. Entre las dos últimas semanas de junio y las dos primeras de julio, el déficit fiscal total fue el 7,5% interanual. Una enormidad. El Banco Central emitió más de 500 mil millones de pesos en los últimos dos meses para financiar el déficit del Estado. Todavía falta lo peor: hasta septiembre vencerán 2 billones de pesos en bonos, una montaña inalcanzable de deuda en pesos que Guzmán solía despreciar. Luego, habrá vencimientos de unos 500 mil millones de pesos por mes. Esa cordillera de pesos está presionando sobre el precio del dólar. Es lo que Guzmán nunca vio.
Las crisis tienen su propia dinámica, en efecto, pero la historia enseña que no hay crisis económicas y sociales disociadas de la política. El Presidente es una figura frágil y aislada; la vicepresidenta solo busca la puerta de emergencia para fugarse cuanto antes del conflicto (no del cargo). Ese paisaje sombrío convierte a la Argentina en un país estrafalario, en un territorio donde todo puede suceder en cualquier momento.
Fuente La Nación