Por Alcadio Oña
Según informes de especialistas, entre 2017 y 2021 y sobre todo en 2021 la pérdida de ingresos de los asalariados sumó 22 puntos porcentuales. El bajón golpea a 15 millones de trabajadores y el cristinismo mira para otro lado.
Está visto que el kirchnerismo no ahorra instrumentos de poder ni escraches, si es preciso, cuando algo quema y lo tiene en el papel de protagonista principal. Hijo de ese modelo es ahora el intento de correr el foco del tarifazo y ponerlo en los sectores, sobre todo pudientes, que se han beneficiado con los subsidios energéticos.
La primera aclaración plantea que no hay allí ningún delito, pues tanto las subvenciones como las tarifas que pagan los usuarios del color que sean son consecuencia de políticas decididas por el Gobierno. Es decir, uno de los efectos del combo que no diferencia ni discrimina entre ingresos y que así favorece más a quienes más tienen.
Desde el comienzo de los comienzos, hace años, unos cuantos especialistas, incluidos varios del palo cristinista, advirtieron que en la misma manera de repartir los beneficios anidaba una especie del tipo populismo al revés, encima bien básica. Y también que llegado el momento el sistema solo no alcanzaría para ganar elecciones.
Algunos de los estudios han revelado justamente que el 30% de los hogares más pobres y más numerosos reciben menos del 21% de los subsidios y que el resto se reparte entre las capas de ingresos medios y altos. Claro que ese 80% restante tampoco se distribuye parejo, porque el corte desigual crece a medida que se avanza hacia los escalones superiores de la pirámide social.
Subsidios insostenibles
Nada impidió, aún así, que durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner el congelamiento tarifario fuese explotado al mango, porque rendía políticamente y en algún sentido hasta sonaba a progresista. Luego, el gasto público en subsidios energéticos saltó de US$ 5.000 millones en 2010 a impresionantes US$ 17.600 millones en 2014.
Con la situación social empeorando, la inflación verdadera instalada cerca del 27% anual, el nivel más alto en dos años, con la pobreza al borde del 30% y un déficit fiscal que explotaba, hacia comienzos de 2015 el panorama empezaba a decir que era demasiado pedir un nuevo turno presidencial.
El caso es que, tras un ajuste macrista que sacudió fuerte a las tarifas y a las chances electorales de Cambiemos, el kirchnerismo nuevamente en el poder volvió a la carga con el congelamiento y con la receta de apostar al corto plazo y al después se verá.
Pero suele ocurrir que si la historia se repite, y se repite calcada, en al menos un punto el resultado puede no ser muy diferente al que hubo.
Después de dos años y medio con los precios de la electricidad y del gas pisados y un retraso tarifario enorme, la factura de subsidios acumulados hasta fines de julio plantó US$ 23.600 millones al tipo de cambio oficial. Iba camino de marcar US$ 28.500 millones al cabo de 2022, o sea, en apenas tres años.
Esto es, un cuadro insostenible por donde se lo mire y mucho más insostenible con los compromisos asumidos ante el Fondo Monetario metidos en el medio. Si se prefiere, con la necesidad de evitar el tembladeral que provocaría entrar en cesación de pagos con el FMI justo cuando el país y la actividad económica siguen penando por la escasez de dólares.
Tocó, finalmente y sin artilugios que valgan, un ajuste con forma de tarifazo. Falta esperar a las boletas de luz y gas para comprobar la magnitud del saque, pero ya se puede dar por descontado un nuevo envión al proceso inflacionario y otro golpe al deshilachado poder de compra de los salarios.
Un estudio compartido entre la universidad Flacso y Cifra, de la central kirchnerista de trabajadores CTA, pone en datos concretos el estado en que el ajuste encuentra al sector laboral. Previsible, no es precisamente de los estimulantes.
Poder adquisitivo en baja
Dice, por ejemplo, que entre 2017 y 2021 la pérdida de ingresos de los asalariados registrados y no registrados sumó nada menos que 22 puntos porcentuales y que el bajón resultó muy fuerte el año pasado.
Para que se entienda mejor, estamos hablando de cómo les va a 15 millones de trabajadores, de los cuales poco más de 5 millones están en negro, o sea, carecen de cobertura social y médica, de seguro por desempleo y de jubilación a futuro, entre otras cosas. Y encima cobran la mitad de lo que cobran los ocupados en blanco.
Si se agregan los cuentapropistas, la pérdida de ingresos del conglomerado se reduce, pero se reduce muy poco: baja a 16 puntos. Claro que entonces hablamos de 20 millones de personas.
Internándose en la actividad industrial y en el comercio minorista y mayorista, los autores del informe advierten en ambos sectores una caída de los salarios reales acelerada y del 9,3%. En el comercio, tuvo lugar entre 2019 y 2021 y en la industria, de 2020 a 2021.
Visto el paquete completo del informe, una cara de la moneda dice que los asalariados perdieron 8,8 puntos en la distribución del ingresos y la inversa, que el sector empresario avanzó 8 redondos. Fue entre 2017 y 2021 y especialmente en 2021. De nuevo, el foco mirando la gestión kirchnerista.
El punto es que al 2021 le ha seguido un 2022 en el que la situación laboral va decididamente para peor.
Sin contar los efectos directos e indirectos del tarifazo por venir, la inflación rumbo al 90% o al 100% ha mandado al descenso al 70% de diciembre a diciembre que consiguió la UOM y al cristinista 65% de los Bancarios; está apuntándole al 88% de Petroleros y al 83% de Comercio y genera aprestos de planteos en Luz y Fuerza, en Molineros y en los trabajadores de la carne.
Más de la serie es el revoleo de bonos, los refuerzos y los aumentos de suma fija que poco cambian cuando los sueldos marchan camino de perder nuevamente contra la inflación y el precio de los alimentos sigue para arriba.
El último relevamiento de la consultora LCG dice ahí 6,6% promedio en las últimas cuatro semanas. Adelante van las verduras con el 12%: seguidas por el 10,4% de pan, cereales y pastas; el 9% de lácteos y huevos y el 6,6% de frutas.
Nada alentador entonces en el crítico capítulo de los alimentos que, según el INDEC, absorbe el 45,2% del gasto de las familias que ocupan el escalón de debajo de la pirámide de ingresos. Sólo para comparar o para medir la distribución de los ingresos, en la cima de la pirámide ese 45,2 se reduce a un 26,6% o sea, a cerca de la mitad.
El cuadro se invierte cuando se va al gasto no alimentario: en un escalón tenemos 50,8% y en el otro 73,4% esto es, plata para destinarla a ropa, a electrónicos, turismo o esparcimiento.
Una aclaración: los números corresponden a la estructura de consumos del INDEC de 2004-05, la última disponible, y advierten de hecho que se han quedado cortos y que hoy las brechas son todavía mayores.
Mucho más reciente, de fines de julio, la encuesta que el Banco Central hace entre especialistas de acá y del exterior pronosticó inflación del 76,6% para el año próximo, esto es, probabilidad de aumento en la pérdida de ingresos de los trabajadores y mayor desigualdad.
A propósito de este cuadro general, el informe de Flacso-Cifra se cuela en la interna oficialista con una interpretación digamos sesgada.
Sostiene que al interior del Frente de Todos conviven dos concepciones políticas.
Una del tipo “nacional” de corte peronista y radical, a la que considera expresión del capital y de los grupos económicos locales. Y otra “nacional y popular”, que asocia al kirchnerismo y sobre todo a Cristina K, para la cual el poder adquisitivo de los salarios es la verdadera palanca del crecimiento.
Ahí, en el resultado de ese enfrentamiento, dice el informe, está el origen del bajón salarial de 2021-2022. De nuevo, las responsabilidades propias puestas en otro lado.
A veces pasa, también, que ciertas desilusiones son frustraciones derivadas de haberse ilusionado demasiado con algo o alguien, o de sobrevalorar a ese algo o alguien. Pero al final la única verdad es la realidad.
Fuente Clarin