Por Julio César Spota
No es lo que parece
Las vanguardias artísticas del siglo pasado adoptaron la provocación como norte estético para movilizar la sensibilidad burguesa en contra de sus propias certezas. En aras de escandalizar la pacatería imperante en un mundo cultural pagado de sí mismo, recurrieron a prácticas impensadas hasta entonces como vehículo de cuestionamiento expresivo. La condición transgresora de los resultados pasmó a varios, fascinó a muchos y no dejó indiferente a nadie. Impacto generalizado entendible a la luz del talante revulsivo de las obras surgidas de los atelieres. No faltaron mingitorios reconvertidos en objetos de arte a manos de Marcel Duchamp, poemas que comenzaban con “Los pulpos alados guiarán por última vez la barca cuyas velas están hechas de ese solo día hora a hora” (André Breton), o disruptivas incursiones pictóricas como las de René Magritte. Fue justamente este artista quien detonó las conciencias conservadoras con una obra de apariencia anodina pero contenido subversivo. Un cuadro de una pipa compuesto con pleno realismo en compañía de un subtexto paradojal: “Esto no es una pipa”.
La tensión entre la inmediata aprehensión visual y no lingüística del objeto y la simultánea impugnación lecto-comprensiva de lo evidente acudía a desmontar presunciones cognoscitivas no intelectualizadas. En efecto, el cuadro no era una pipa sino la representación de una pipa. La obviedad de la distinción plasmaba el problema de la relación entre la representación de la realidad y la realidad representada con tal acierto que ameritó un ensayo homónimo de Michel Foucault. La importancia del punto en cuestión no puede soslayarse. Por más detallada que sea la obra, o incluso si se trata de una fotografía, la distancia que la separa con lo efectivo resulta inconmensurable. Toda representación comporta una simulación. Jamás una realidad. No hay ratio o escala alguna entre una imagen y aquello a lo que alude. Modelo y referente campean en registros fenomenológicos paralelos. Sin importar la rigurosidad del retrato, el cuadro o la instantánea nunca serán el objeto retratado. Y el lienzo de la pipa tampoco constituirá la pipa. Acaso por esa razón estética y filosófica Malena Galmarini acompañó la presentación de los monstruosos aumentos en los servicios públicos con una aserción digna de Magritte: “Esto no es un aumento de tarifas”. Alguien llame a Foucault.
No conforme con apuntalar su apología del ajuste con argumentos surrealistas, reforzó el punto del dislate mostrando una secuencia de filminas donde aparecían edificios y mansiones acompañados por las correspondientes facturas de gas, luz y agua. Boletas varias que, misterios justicialistas mediante, subirán sin aumentar. A contramano del cuadro cuya leyenda contradecía lo que mostraban los ojos, nos topamos con imágenes que impugnan lo que Galmarini puso en palabras. ¿Cómo conciliar lo que vemos que ocurre con lo que nos dicen que no sucede cuando entre el mirar y el escuchar se abre un abismo? Merced al campo de las interpretaciones partidarias puestas a disposición de la agenda de salvataje gubernamental. A instancias del subjetivismo tarifario pagaremos el incremento salvaje que marca la suba sintiendo que abonamos mucho menos de lo garpado.
La urgencia de proclamar discontinuidades entre lo que nos hacen y lo que nos dicen que no nos hacen emerge del naufragio populista en las aguas de la austeridad. Tras casi dos décadas de despilfarro interrumpidas por la impiedad cambiemita, que aparentemente ajustaba con saña, el cuarto kirchnerismo nos esquilma con solidaridad. El mensaje rebosante de sobreentendidos conjuga una crítica tácita endilgada a la oposición impiadosa con una justificación implícita conferida al oficialismo bienintencionado: Ya que los que te odiaban te zamarrearon, a mi turno como te quiero te aporreo. Tal vez actúen con sensatez. Puede que la racionalización en los servicios resulte inevitable. Quizás la razón los asista. Quien lo sabe. Acaso esto no sea un ajuste. Pero sin duda nos están fumando en pipa.
Lo que se hereda no se roba
Mientras Malena canta el tango del descuento confiscatorio Gabriela fabula milongas de recomposición imaginaria. En el imperio de la subjetividad acomodaticia conocido como peronismo pasamos de enterarnos que “la inseguridad es una sensación” (frase patentada por un funcionario que nadie piensa que también sea conocido como La Morsa), a escuchar de boca de Cerruti que “hay una sensación de estabilización”. De paso cañazo, la pregonera corrigió las versiones aviesas de la siesta de Fernández en la asunción de Petro alegando que la foto donde se lo observa en los brazos de Morfeo fue tomada justo cuando “estaba pestañeando”. De la apuesta política por el realismo mágico a la política exterior en clave somnífera, el presidente testimonial reforzó los derrapes de su vocera al contarnos que “en Argentina existe una inflación autoconstruida que es un problema de conciencia social”. El idealismo galopante de quien preside el país sin gobernarlo conlleva auspicios dorados. Si las contrariedades económicas brotan de concepciones grupales confundidas bastará aclarar los equívocos gregarios para que el infierno de la actualidad devenga edén contemporáneo. Tanto es así que en medio de una protesta gremial en contra del ajuste y la inflación, el suplente de su propio puesto vociferó: “Nos estamos recuperando, estamos creciendo y estamos avanzando”.
Semejante margen de creatividad narrativa deriva de una perspectiva emancipada de cualquier asomo de anclaje empírico respecto de los términos pronunciados. Con el agravante de las concomitancias. La recíproca de negar la realidad efectiva con palabras mendaces (esto no es un ajuste) la reporta el hecho de construir una realidad alternativa con enunciados falaces (nos estamos recuperando). Ping pong de fantasías que auspicia la lectura de una movilización de la CGT contra el Gobierno como una manifestación de respaldo sindical a la gestión. Según el parecer frentetodista, los Gordos “no marcharon en contra nuestra” sino “contra los formadores de precios”. El remate lo proveyeron los mismos movilizados que evidentemente no comprendieron del todo, o no comparten en nada, otro anuncio del segundo al mando del PEN: “El problema de la Argentina es que estamos creciendo mucho”. El peor ciego es el que no quiere ver. Sabia admonición que los peronistas en la calle y los justicialistas en la Casa Rosada se endilgan mutuamente. Alguno está errado. No se sabe cuál. Pero sin duda a ninguno le importa lo cierto.
Disimular con prestidigitaciones oratorias el descalabro material pretende desconocer la paternidad del borrego. La herencia maldita proviene de un testamento redactado por los mismos que se quejan de la hijuela. Mal que le pese al cuarto kirchnerismo, el poder viene sin beneficio de inventario y, para peor, nadie puede alegar su propia torpeza. Mucho menos desconocer su absoluta responsabilidad. La inevitabilidad del ajuste deriva del constante despilfarro perpetrado desde los tiempos míticos de la saga pingüinil. La lluvia de dólares sojeros desperdigada en subsidios irresponsables fundó un precedente de irreversible clientelismo social. Cual cóctel de anabólicos destinado a hinchar un cuerpo que fatalmente colapsará por el esfuerzo desmedido, el trío de déficit fiscal, emisión descontrolada y liquidación de stock sostuvo de manera artificial un consumo subsidiado a niveles de obsequio. Y después de mucho hociquear, el programa populista de adquisición de lealtades electorales a expensas del porvenir económico detonó en la peor ironía: los que ayer le regalaron a la sociedad el dinero que a futuro no tendría hoy deben sustraerle a la ciudadanía la plata que ahora no está.
Circula por las redes una captura de pantalla de 2019 donde una mujer muestra un cartel con la leyenda “Macri, careta, pagame la boleta”. ¿Cuánto faltará para que un manifestante endeudado hasta el caracú por las rebajas de Galmarini enarbole una pancarta donde se lea “Alberto, mamerto, levantame este muerto”? A nadie escapa que el actual desastre del FDT es párvulo del histórico derrape del FPV. Poniendo patas para arriba la parábola bíblica, el padre pródigo se fumó todo en vida legando agujeros, pasivos y acreencias. Entonces los costos políticos presentes son fruto de desparramos demagógicos pasados. Para espanto peronista, el ajuste nace de la más pura matriz justicialista. A llorar a la iglesia. Pero como justo un día después de la renuncia de los monaguillos Gustavo Béliz y Julián Domínguez, casualmente, la curia le enrostró al Gobierno la responsabilidad por la “inflación galopante que genera miseria” y exigió “soluciones honestas”, parecería que el horno no está para ostias. Cerrado el confesionario, con los precios yendo recto para arriba, las encuestas por completo para abajo, queriendo ir con desesperación hacia la izquierda y rumbeando por necesidad para la derecha, parecería que el PJ se persigna en soledad luego de haber hecho una gestión marcada por la idea “que sea lo que Dios quiera”.
Ante el peso de lo inevitable se abre un horizonte de desconsuelo: ajustar a cara de perro y pegarse un tiro electoral o bancar la parada con medidas cosméticas corriendo el riesgo de explotar antes de llegar al final del mandato. ¿Y ahora quien le pone el cascabel al gato? En otras palabras, ¿a quién pueden traer para intentar colgarle el sayo del ajuste a Macri? Para fortuna de Manzano y Vila entre bombos y platillos arribó al palacio de Hacienda un político de proveniencia fluvial y consecuente ética anfibia. Del mismo puede decirse que es un economista de primera clase. En el sentido que sólo asistió a la primera clase de economía. La frase original es de Plejanov mofándose de Lenin por su falta de preparación en Filosofía testimoniada en el libro Materialismo y Empiriocriticismo. Años después Lenin retrucará con un diagnóstico digno de la embestida cristinista por streaming contra la Justicia en particular y la República en general: “en la esfera económica continúa el retroceso. En la esfera política continúa el asalto”. ¿Sinceridad soviética o Camporismo avant la lettre?
Rodeado del inquietante silencio hipervicepresidencial, que más que mudo aval tiene toda la pinta de cuenta regresiva, y acompañado por los desvaríos lisérgicos de quien pestañea roncando, a Ventajita no le queda otra que optar entre dos vías igual de agoreras. Puede convertirse en el Yiya Murano del peronismo y matar de a poco al gobierno con masitas cargadas de venenosos aumentos en las facturas, o volarse la tapa de los sesos como el Malevo Ferreira terminando de un saque el sufrimiento oficialista con el escopetazo electoral de un ajuste puro y duro. Cianuro social en homeopáticas dosis tarifarias o eutanasia de recortes políticos disparada a quemarropa, el giro neoliberal practicado por el quebranto populista representa un acta de defunción firmada por el finado. Marchando en caravana fúnebre a su propio entierro en 2023 y a sabiendas del castigo teológico que aguarda a los suicidas, al Gobierno nacional no le reporta ningún consuelo espiritual recitar las palabras que reza el consabido adagio popular: lo que se hereda no se roba.
Fuente Nuevos Papeles