Por Alejandro Borensztein
Si logramos convencer a Macri de la necesidad de una cumbre, después habría que avanzar con Cristina. Es más difícil porque habita en otro planeta, pero no imposible.
Antes que nada, nos sumamos a los festejos por los 1.000 días del gobierno de Alberto y Cristina. Felicitaciones. Vaya desde acá nuestro reconocimiento para el “presidente”, la Vicepresidenta y todo el gabinete. Que sigan los éxitos.
Cumplido con el saludo protocolar, vamos a lo importante.
En la antesala de un posible fracaso suelen utilizarse dos expresiones que envalentonan a cualquier gil, a saber: “No hay peor gestión que la que no se hace” y “el no ya lo tenemos”. Dos clásicas justificaciones para animarse a hacer aquello que suena muy difícil o directamente imposible. Por ejemplo, intentar juntar a Cristina con el Gato para que conversen como si fueran dos líderes serios.
¿Por qué plantearnos semejante objetivo? En principio, para intentar aplacar los ánimos de tanta bestia peluda que anhela desesperadamente un zafarrancho civil. El hecho de que esas mismas bestias peludas sean mayoritariamente fanáticos alentados justamente por nuestros dos líderes principales, es un dato que debemos soslayar si pretendemos que esta cumbre se concrete.
Aclaración: hace 15 años que quería usar la palabra “soslayar”, que significa “pasar por alto”, y no encontraba la oportunidad. Vaya pues su utilización como un homenaje a estos inolvidables 1.000 días y de paso soslayemos por completo a este gobierno.
La otra buena razón para intentar una cumbre es arrimar el bochín a la idea de ser un país como la gente. Después de 20 años de estancamiento, de los cuales nadie es inocente, ya es hora de pedirle a los dos políticos con mayor caudal electoral que se junten, se conozcan de una buena vez y dialoguen.
Podría objetarse la asimetría de responsabilidades, al fin y al cabo Ella carga con casi dieciseis años de desatinos mientras que Macri solo fracasó cuatro, pero si empezamos así no vamos a llegar a ningún lado. Soslayemos también este detalle.
¿Por qué deberíamos ocuparnos nosotros, o sea usted y yo amigo lector, de organizar esta cumbre? Por una simple razón: todos los demás ya fracasaron. Empezando por el “presidente” que se perdió la última oportunidad que tuvo de hacer al menos una bien. En lugar de convocar a la pacificación y el diálogo, la misma noche del atentado decidió incendiar el país por cadena nacional, acusando a la justicia, los medios y la oposición de lo que, en realidad, había cometido “la banda de los copitos”. En otras palabras, olvidémonos de Alberto y mandémoslo a pérdida. Soslayémoslo.
También hubo un intento del ministro del Interior, Wado de Pedro, que primero salió a decir que todo fue culpa de los medios y después llamó al diálogo. Declaró textualmente: “No fue un loco suelto sino las toneladas de editoriales en diarios, radio y televisión” y acto seguido lo llamó a Facundo Manes para sondear un acuerdo. Con todo respeto, la firma de un acuerdo político entre Wado de Pedro y Manes no sirve ni para animar un entretiempo.
Asumiendo la responsabilidad del tema, encaremos el primer escollo: ¿Cómo convencer a Macri y a Cristina para que acepten? Veamos.
El Gato es más fácil porque vive acá, en la Tierra. Si le ofrecés una buena milanga con fritas y unos merenguitos con dulce de leche de postre ya tenés la mitad del problema resuelto. La otra mitad consiste en explicarle que, por muy nociva que él y sus seguidores consideren a Cristina, de las últimas cuatro elecciones presidenciales Ella ganó tres sin necesidad de ballotage y la que perdió fue en segunda vuelta, con Scioli de candidato, y por sólo dos puntos. Si en 2023 le va muy mal nunca va a sacar menos de 8 millones de votos (sacó 12 millones en 2011 y 13 en 2019). En otras palabras: ella representa a una buena parte de compatriotas, ya sea que gobierne, como ahora, o que esté en la oposición como le pronostican con peligrosa liviandad. Un acuerdo con el peronismo que no tenga la firma de Cristina es como un cheque sin fondos. Gato, es con Ella o con nadie.
Convencido Macri, habría que avanzar con Cristina. Es más difícil porque habita en otro planeta, pero no imposible. Pescadito con verduras grilladas, Rapanui, un Cachamay y agua sin gas no falla pero tampoco alcanza. Será necesario hacerle entender a Cristina que Macri ganó una presidencial y perdió otra, pero nunca sacó menos de 10 millones de votos. Y que esos millones no son extranjeros, como suele decir el kirchnerismo, sino argentinos, tan argentinos como Ella y Máximo. Gran oportunidad para que ponga en práctica su apotegma favorito: la Patria es el otro. Lamentablemente para Ella, la Patria también son los millones que votaron por Macri, muchos de los cuales son bastante más progresistas que Alperovich, Parrilli, Ferraresi, Manzur, Solá, Massa o Milani por nombrar solo algunos descendientes de John William Cooke.
Si entendemos que la cumbre debe ser entre Macri y Cristina y suponiendo que los convencemos, veamos el siguiente paso: ¿Qué demonios van a acordar?
Para eso, primero definamos qué cosa no se debe acordar: Vialidad y otros juicios. Eso no se discute. Cada uno se defiende en Tribunales como puede. Si a la hora de hacer negocios Daniel Angelici fue más prolijo que Cristóbal López es un problema entre tragamonedas (es raro leer “Angelici fue más prolijo” pero a veces pasa).
La frase del senador formoseño Mayans diciendo “si quieren paz social paremos el juicio de Vialidad” podrá valer allá, en la democracia de Insfrán. Acá, en la democracia argentina, esa no corre.
Si esto se entendió, vayamos a lo que sí debe acordarse: la Constitución Nacional está vigente y así se debe mantener por muchos años más. De eso se trata el primer acuerdo (si este sale bien, podemos hacer otros).
Cristina ha expresado varias veces que hay que hacer un nuevo contrato social, que la independencia judicial es una rémora de la Revolución Francesa y que la Constitución está desactualizada. Ergo, según Ella y sus fanáticos, hay que cambiarla.
Seamos claros: nadie va a poner un peso en un país cuya Constitución está discutida y no habrá manera de que el país salga adelante en medio de ese debate. No importa quien gobierne, la simple amenaza alcanza y sobra para espantar al mundo. Sobre todo cuando la sospecha es que pretenden reemplazarla por una bastante parecida a la bolivariana.
Además nuestra Constitución está buenísima. La escribió Alberdi en 1853 y la reformó Cristina en 1994 junto a otros 304 constituyentes. O sea, en términos históricos, la reformaron hace cinco minutos. Quedó chiche bombón.
Si Ella y el Gato se sacan la foto refrendando la Constitución resolvemos la mitad del problema. El kirchnerismo se debe comprometer a respetar la letra y el espíritu de la Carta Magna y la oposición debe renunciar a estigmatizarlos como chavistas. El resto son detalles menores que Melconian o algún otro te los resuelve de taquito.
En tren de romper el hielo, Cristina podría traer a la reunión alguno de sus bastones de mando (tiene tres, dos de ella y uno de Néstor) y entregarle uno al Gato, a manera de reparación histórica.
Para retribuir el gesto, Macri podría invitar a Máximo y sus amigos al torneo de fútbol que se juega en su quinta. Si yo fuera Pablito Codevila ya me reservo los derechos para televisión del partido La Cámpora vs Liverpool.
Amigo lector, la solución es por ahí. Probemos. La casa es chica pero el corazón es grande. Pongan fecha y hora. Solo avisen con tiempo así paso la mopa y preparamos la cena.
Mientras tanto, el presidente de Turquía estuvo a punto de concretar una cumbre entre Zelensky y Putin. Por ahora no se dio pero sería una vergüenza que se logre esa antes que la de Cristina y Macri.
El no ya lo tenemos. No hay peor gestión que la que no se hace.
Fuente Clarin