LA HABANA, Cuba. — Quizás para muchos no sea noticia que en épocas de escasez, además de los índices de criminalidad y las protestas, se incrementa la emigración -sea por vía legal o irregular- y Cuba no es la excepción. Durante la llamada “crisis de los balseros” (1994), enmarcada a su vez en el contexto de la crisis económica conocida como “período especial”, se estima que 35 000 cubanos ingresaron en Estados Unidos.
La actual ola migratoria, sin embargo, no tiene precedentes: según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés), los cubanos arribados al vecino del norte entre el 1º de octubre de 2021 y el 3 de septiembre de 2022, se calculan en 197 870, un registro muy superior a los 39 303 migrantes cubanos ingresados en ese país durante todo 2021. Por su parte, la Guardia Costera estadounidense interceptó a 1 067 balseros cubanos solo en los primeros cinco meses del año fiscal 2022; mientras que en igual período de 2021 los balseros detectados fueron 838, de acuerdo con un informe publicado el 5 de abril del presente año por el diario Miami Herald.
Y es que el Estado cubano, secuestrado por un gobierno de partido único, no solo vulnera los derechos civiles y políticos de los ciudadanos a los que debería proteger, sino también sus derechos económicos, sociales y culturales. Durante décadas el régimen de La Habana se ha empeñado en recalcar que los motivos de miles y miles de cubanos para abandonar su patria son económicos, y que no guardan relación con la situación política del país. Incluso algunos emigrantes suscriben esa idea, ansiosos por poner distancia entre ellos y cualquier cosa que huela a disidencia; algo hasta cierto punto entendible, pues temen sufrir el mismo acoso que han padecido los opositores desde 1959 a la fecha.
Tal vez ignoran el contenido de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de los pactos internacionales que la amparan. De conocerlos, serían capaces de identificar claramente que su precaria situación económica es consecuencia directa de la violación de dichos artículos por parte del castrismo, y que si el Estado cubano cumpliera con su obligación de garantizar, respetar y promover esos derechos, no tendrían tantos cubanos interés ni necesidad de marcharse a vivir como extranjeros.
La sobrina de una amiga se hizo médico con no poco sacrificio. Hace unos meses se mudó definitivamente para La Habana y ahora su plan es intentar salir de Cuba por alguna vía, como sea posible. Como le dijo a su tía: van a tratar de “buscar vida” en otra parte ella y su esposo. “Aquí no hay vida”, es la frase esgrimida por muchos que deciden lanzarse a la travesía; cuatro palabras que resumen nuestro pugilato cotidiano para lograr comer y poco más, la imposibilidad de realizar los sueños, el peligro de emprender un negocio.
Empresarios, cuentapropistas y demás trabajadores del sector privado e informal soportan a diario el acoso de policías e inspectores, cuya verdadera misión parece ser medrar con el esfuerzo ajeno. Tengan o no licencia, estos trabajadores pierden buena parte de sus ganancias en sobornos y “regalos”, pues no hay emprendimiento que logre avanzar en la isla sin hacer “donativos” extraoficiales a funcionarios y representantes de la ley.
Otra gran fuente de desencanto para la población es la ausencia de voluntad gubernamental para dialogar con la oposición, o siquiera con el ciudadano común. Los cubanos se han hartado de ver en los medios oficialistas cómo en otros países las administraciones están más o menos dispuestas a sostener conversaciones con el pueblo y con organizaciones, instituciones o grupos independientes; incluso cómo el propio Estado cubano se han brindado en ocasiones para propiciar esos entendimientos (recuérdese el ejemplo de Colombia en lo referente a las guerrillas terroristas), mientras al interior de la isla el disenso se castiga enconadamente: aquí se vilipendia, se injuria, se masacra y se reprime a los que osen plantear inconformidades o hablar de cambio.
También los cubanos que trabajan para el Estado se sienten asfixiados por la incapacidad para lograr que el sueldo alcance. De hecho, actualmente y desde hace años una gran cantidad de personas va al trabajo principalmente para ver qué pueden robar. Esto constituye en sí otro factor estresante, pues en esos casos se hace presente la incertidumbre de ser descubiertos y la posibilidad de ser encerrados en las abarrotadas prisiones cubanas, muchas de las cuales no existían antes de 1959.
No es raro entonces que tantos cubanos hayan decidido vender sus casas con todo lo que hay dentro: muebles, vajillas, recuerdos. Vender es una posibilidad relativamente nueva, pues hasta hace algunos años quienes emigraban perdían no solo sus viviendas, sino también las posesiones presentes al momento del inventario. Actualmente, al menos tienen la opción de no llegar a su destino con las manos vacías. Una vecina reflexiona: “Cuando mi abuela se fue, perdió su casa. Ya lleva años en Estados Unidos y ni se acuerda de eso, ya hace rato que se recuperó. Yo me voy por Nicaragua. Me da lo mismo vender mi casa aunque sea para pagarme el viaje. Ya me recuperaré cuando llegue al yuma”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org