Por Eduardo van der Koy
El arresto de cuatro militantes ignotos de derecha es el primer logro político de la vice en la causa por el atentado fallido. Su meta es ligarlos con familiares de un ex ministro de Macri.
El único horizonte que, desafortunadamente, se observa ahora en la Argentina es el de la permanencia de la crisis. Eso explica el agobio perceptible en la sociedad. También, el apartamiento de importantes núcleos, según registros de la consultora Isonomía, de la realidad política. Produce rechazo. No implica, sin embargo, que no estén dispuestos a votar. Esa conducta torna imprevisible todavía, pese a las tendencias que favorecen a la oposición, el destino del 2023.
Aquel paisaje se explica en dos razones. El fracaso del Gobierno de Alberto y Cristina Fernández. Su mala praxis inagotable. Con actitudes que, efectuadas en otro contexto, en lugar de patéticas resultarían cómicas. El Presidente, a través de su portavoz, sintió la necesidad de defender su honor, incluso en la Justicia. Un ignoto personaje del programa televisivo “Gran Hermano”, revoleó el aserto de haber recibido alguna vez de su parte una coima.
Tampoco Juntos por el Cambio consigue despejar oscuridades acerca del futuro. Pesa negativamente la experiencia anterior. Sobre todo, la fragilidad interna que exhibe ante cualquier discusión. ¿Cuál será su consistencia para afrontar la crisis estructural del país? ¿Qué coincidencias básicas existen para tomar algún camino? ¿Hay un diagnóstico compartido en relación al tiempo que vendrá? Preguntas sin respuestas.
El Gobierno y el oficialismo parecen convertidos en un dispositivo que, a futuro tal vez, merecería el estudio de la politología. Conduce la economía a una inflación del 100%. Consolida los peores niveles de pobreza en dos décadas. La Confederación General del Trabajo (CGT) ni atisba la posibilidad del primer paro en tres años. Se dedica a construir un espacio de participación política para 2023. Los sectores más rebeldes del oficialismo braman por la crisis. Pablo Moyano reclama un aumento salarial del 131% para su gremio. Advierte qué hará para convertirle la vida en imposible a Mauricio Macri y Juntos por el Cambio si regresan al poder.
No se trata del único fenómeno. La administración está dividida en tres. Cristina conserva su condición de líder menguante. Alberto se ha convertido en un mandatario casi inexplicable. Sergio Massa intenta evitar el naufragio económico, pero aquella descomposición lo ayuda poco. En su último viaje a Washington fue interpelado sobre la sustentabilidad del Gobierno. Se habría encontrado, además, con una novedad inquietante: la titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, estaría siendo cuestionada por los halcones del organismo. Le endilgan demasiada plasticidad. La Argentina está en el foco. Vale recordar que su antecesora, la francesa Christine Lagarde, debió irse después de que terminó de mala forma el mega-préstamo otorgado a Macri.
Esa descripción haría incomprensibles las novedades que van aflorando en el oficialismo. Se entienden las discusiones que promueve el rumbo que imprime Massa. Lo principal, de todos modos, radica en los posicionamientos de todos los sectores para las elecciones del año que viene. Anticipo de un asunto que para la sociedad está demasiado lejano.
Vale hurgar qué sucede alrededor del Presidente. Sus últimos gestos –la designación de tres ministras— se orientarían a darle uniformidad e independencia a su equipo respecto del kirchnerismo. Cualidades pensadas en la conjetura débil de una candidatura propia en 2023 antes que en el mejoramiento de la gestión. Caso por caso: Victoria Tolosa Paz no tiene mucho por hacer en Desarrollo Social ante demandas de los grupos piqueteros no oficialistas. Raquel “Kelly” Olmos está llamada a pasar sobresaltos en Trabajo. No tuvo un bautismo feliz con el sindicalista Roberto Fernández, de la UTA. El paro de transporte en el Interior continúa vigente. Chocó con Pablo Moyano que le recordó su pasado menemista. Replicó con una condena al método de los bloqueos que ejercita el camionero. Ayelén Mazzina se presentó en sociedad para explicar su cambio de postura acerca del aborto. No sería el problema mayor: debe empaparse sobre los conflictos que se repiten en el Sur con los autodenominados mapuches.
Después de la intervención en Villa Mascardi que causó la fuga de Elizabeth Gómez Alcorta, el Ministerio de Seguridad entró en pausa. Los inconvenientes continúan en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI). En ese organismo se libra una feroz interna que deriva del poder. De allí salió Magdalena Odarda y se anunció en agosto la designación de Analía Noriega. La dirigente chaqueña nunca llegó a asumir.
Tuvo resistencia de organizaciones indígenas y un grupo de gobernadores patagónicos que no veían bien que el kirchnerismo se hiciera cargo del conflicto. Noriega fue impulsada por Jorge Capitanich, gobernador de Chaco, y Horacio Pietragalla, secretario de DD.HH.. El bache fue aprovechado con una maniobra gatoparda. Para distribuir favores. El postulante es ahora Alejandro Marmoni. Un psicoanalista vinculado a Amado Boudou y su organización (Soberanxs), que también integra Alicia Castro.
Las ilusiones políticas de Alberto empiezan a toparse con serias dificultades. Varios ministros han partido. Ninguno con la posible significación de otro que asoma en las gateras: Juan Manzur. El jefe de Gabinete retornará a Tucumán. Será candidato a vice del actual mandatario, Osvaldo Jaldo. Solo un primer escalón. Manzur consiguió que las elecciones provinciales fueran adelantadas para el 14 de mayo. Dos ventajas: las distancia de las nacionales; el tiempo extra para un ensayo presidencial en las PASO de agosto. Proyecto llamado Juan XXIII.
Al kirchnerismo habría que desmenuzarlo con mayor detenimiento. En la primera línea siempre figura Cristina. La dama deja por ahora hacer en el plano electoral y en la gestión. Sin desentenderse de Massa. Sus prioridades siguen estando en el terreno judicial. De ellas de ocupa. Se cansó que la investigación de su atentado fallido no salga de la órbita de “la banda de los copitos”. Deshonra para ella. Se presentó como querellante en una causa conexa por amenazas que sustancia el juez Marcelo Martínez de Giorgi. Fue impulsada luego del ataque por la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), que conduce Agustín Rossi.
El juez pretendió que dicha investigación fuera tomada por María Eugenia Capuchetti, que sustancia el atentado. La jueza no halló vínculo entre ambas y rechazó el pedido. La Cámara Federal le concedió la razón.
Dos días después de que Cristina se convirtió en querellante, Martínez de Giorgi arrestó a cuatro personas pertenecientes a Revolución Federal. Grupo de derecha que suele hacer escraches y difamaciones en las redes. Esa causa ganó relevancia por dos motivos. El fiscal Gerardo Pollicita dictaminó que aquella organización pudo con sus acciones “crear un clima de violencia” que escaló hasta el atentado contra la vicepresidenta. Construyó una retórica atractiva, sin una sola prueba. El juez la avaló.
Otro aspecto es el presunto nexo del líder de Revolución Federal, Jonatan Morel, con “los copitos”. En el medio, un sostén financiero raro. Una sociedad en la que figuran hermanos de Luis Caputo, ex ministro de Macri, que concretó siete pagos a través de transferencia bancaria por trabajos de carpintería de Morel y socios suyos. Llamativo: una logística con dinero en blanco para un magnicidio que no fue porque faltó la bala en la recámara del arma.
La vicepresidenta tampoco descuida el lado político de sus causas de corrupción. Promedia el juicio por Vialidad, la adjudicación de obra pública en beneficio de Lázaro Báez. Hizo circular una foto en el Senado junto a Rafael Correa, ex presidente de Ecuador. Con pedido de captura en su país a raíz de una condena. Sigue a diario el tramo final del balotaje en Brasil, con el ruego de la victoria para Lula. Considera su caso emblemático del lawfare. En el Instituto Patria sobrevuela un plan: realizar un acto popular en noviembre, cuando se acerque el final del juicio por Vialidad, con la presencia estelar del todavía ex presidente brasileño.
La vicepresidenta comparte que, mientras tanto, el kirchnerismo se dedique a fortalecer Buenos Aires. Para eso se encontraron el gobernador Axel Kicillof, el diputado Máximo Kirchner y un grupo de dirigentes y alcaldes bonaerenses. El mantenimiento de las PASO sigue siendo un dilema para todos. Es cierto que su hipotética eliminación complicaría hasta la médula a Juntos por el Cambio. En aquel cónclave un jerarquizado dirigente de La Cámpora sembró un interrogante: “¿Si no es con internas, los candidatos se elegirán otra vez a dedo?”, lanzó.
El gran problema consiste en recuperar la competitividad que se perdió en estos tres años de gestión. Otra interpelación ingrata para ellos radica en conocer si con el criterio excluyente de Cristina alcanza. La experiencia de la nominación de Alberto resultó traumática. Antes estuvieron la de Boudou para la vice y Aníbal para ser doblegado por María Eugenia Vidal en Buenos Aires. Tal es la valoración de la ruina en curso, que aquel mismo dirigente camporista opinó: “Lo de Alberto terminó siendo peor que lo de Amado”.
Tampoco las visiones concuerdan sobre el destino final de Buenos Aires. Máximo duda de que puedan ganar la Provincia en el marco de una elección general muy desfavorable. Kicillof confía en sus números –que no son malos- y en una excepcionalidad histórica. En 1999, pese a la victoria de Fernando de la Rúa, Buenos Aires quedó en posesión del peronismo por el éxito de Carlos Ruckauf sobre Graciela Fernández Meijide.
Quizás el gobernador omita un detalle. Ruckauf recogió también los votos de la UCeDe y de Domingo Cavallo. La derecha, en la biblia kirchnerista. Sacrilegio.
Fuente Clarin