El pasado 29 de octubre, Rusia anunció unilateralmente la suspensión del acuerdo de exportación de cereales, lo que se traduce en el fin del envío de alimentos de Ucrania a países sumamente vulnerables en materia de seguridad alimentaria. Rusia, en efecto, ha perdido la guerra con Ucrania, y un Putin cada vez más acorralado pretende crear una hambruna mundial con el fin de generar caos y violencia en las calles de las ciudades europeas, que estarán repletas de refugiados provenientes de África y Oriente Medio. Esta es una típica táctica criminal de guerra híbrida utilizada por Rusia.
En todos los conflictos armados en los que Rusia ha participado, siempre se ha servido de métodos criminales de guerra, sembrando el terror y causando por todos los medios posibles la aniquilación de la población civil. A través de diversas investigaciones de historiadores y sociólogos sabemos que entre todos los países que han invadido a otros estados, los rusos siempre se han comportado de una forma particularmente cruel. Existe una teoría etnopsicológica que pone de manifiesto la especial crueldad y la sinrazón inherente a los rusos que se pone en evidencia en el deseo de destruir completamente todo lo que no logran conquistar. Nos referimos a la aniquilación de personas y la destrucción de infraestructura civil en los territorios que pretenden ocupar. Esta teoría quedó absolutamente verificada después del 24 de febrero de este año, cuando las tropas rusas invadieron de forma masiva a Ucrania con el objetivo de su ocupación. Cuando el plan de la “Blitzkrieg a la rusa” fracasó, Putin comenzó a servirse de los más repugnantes métodos de guerra: limpieza étnica, destrucción de complejos residenciales, ataques a infraestructura crítica y las provocaciones a través de la Central Nuclear de Zaporizhzhia. Y, por supuesto, el chantaje con la creación de una hambruna artificial global, al bloquear los puertos y barcos ucranianos con alimentos a exportar, lo que comenzó a suceder inmediatamente después de la invasión.
Gracias a los esfuerzos colectivos de la comunidad internacional, en julio de este año se logró celebrar un acuerdo en materia de cereales, reanudándose así la exportación de granos ucranianos, pero desde el pasado septiembre, Rusia comenzó a retener sistemáticamente a los barcos con cargas de cereales por tiempo indefinido. A principios de octubre, Putin advirtió que podría bloquear nuevamente los puertos ucranianos. Ya para fines de octubre, la fila con barcos bloqueados por los rusos alcanzaba la cifra de 176 navíos. Hasta que el pasado 29 de octubre, tras el ataque a barcos rusos en Sebastopol, el Ministerio de Defensa de Rusia anunció la suspensión unilateral del acuerdo de cereales.
Putin quiere crear una hambruna global para conseguir así una completa desestabilización de Occidente. Las consecuencias de la hambruna artificial se harán sentir principalmente en países asiáticos y africanos. Rusia viene ensayando durante mucho tiempo esta estrategia criminal: incluso en la época soviética, la generación de hambrunas era una táctica habitual del Kremlin. En nuestros días, Putin decidió extender esta táctica a nivel mundial. Esto constituye, a todas luces, un crimen del estado terrorista ruso, dirigido por el mayor criminal de guerra del siglo XXI, que pone en peligro la estabilidad política y económica a nivel global.
Bajo la presión colectiva, Putin se vio obligado el pasado verano a aceptar sin restricciones las exportaciones de cereales desde Ucrania. Ahora, es sumamente importante presionar al Kremlin para reestablecer este proceso, ya que las consecuencias del bloqueo alimentario podrían causar un verdadero desastre, permitiéndole a Putin dictar sus condiciones políticas para la paz en términos inequitativos.