Por Carlos Manuel Sanchéz
Periodista mítico de The Atlantic, Robert D. Kaplan (Nueva York, 1952) es, ante todo, un viajero a la antigua usanza. «Hay que viajar despacio… y solo», cuenta. Lleva más de tres décadas moviéndose por el mundo, preguntando y manejando una bibliografía apabullante. Kaplan conoce, además, las claves internas de las grandes decisiones de la Casa Blanca como miembro de la Junta Política de Defensa del Pentágono y profesor de Seguridad Nacional de la Academia Naval estadounidense. El resultado: algunos de los libros más esclarecedores sobre relaciones internacionales; entre ellos, La venganza de la geografía (2012) y el más reciente, Adriático. Claves geopolíticas del pasado y el futuro de Europa (2022), ambos publicados por RBA.
XLSemanal. El populismo se ha alzado con el poder en Italia. ¿Estamos ante el fenómeno que puede definir este siglo?
Robert D. Kaplan. No lo creo. El populismo es el canto del cisne de los nacionalismos. Y el mantenimiento de una identidad nacional es el vestigio de una época pasada. La tecnología progresa muy rápido, está cambiando las identidades de la gente y seguirá haciéndolo. Los populistas asumen que el mundo siempre será más o menos igual, pero la tecnología permite que más personas que tienen intereses y valores en común se conecten, aunque estén en lugares muy apartados. Algunos de estos valores son buenos y otros, malos. Pero el populismo nacionalista se irá disolviendo hasta desaparecer. Ahora bien, la cara de Europa va a cambiar.
XL. ¿Qué quiere decir?
R.K. Las migraciones masivas no han hecho más que empezar. A finales de siglo habrá siete africanos por cada europeo. Y esto teniendo en cuenta el descenso de la natalidad en África y su progreso económico. Pero las primeras generaciones de clase media suelen emigrar, porque tienen más expectativas. Y Europa no está aislada por grandes extensiones de océano. Históricamente, el Mediterráneo ha sido un mar unificador.
XL. Usted afirma que sería positivo que Europa reclamase un papel como imperio. ¿No es un concepto superado?
R.K. El concepto de imperio tiene mala fama por los crímenes cometidos en África y en otras partes. Pero ha sido la forma de gobierno que ha predominado a lo largo de la historia. Si nos fijamos en los imperios europeos, como el británico, el austrohúngaro… eran multiculturales, cosmopolitas. Protegían a las minorías. Y lo mismo pasaba con el otomano. Hay muchos aspectos positivos de los imperios de los que no se habla porque vivimos en una época poscolonial.
«Estamos en el periodo más peligroso desde la crisis de los misiles en Cuba»
XL. ¿Pero cuál sería el encaje de un imperio europeo en el mundo moderno?
R.K. Yo veo a la Unión Europea como una forma suave de soberanía. Todas esas normas que emanan de Bruselas nos recuerdan a Carlomagno. Sus leyes determinaban, en la Edad Media, las vidas cotidianas de los habitantes de Grecia, de Bulgaria… Europa es vasta. Su magnitud territorial proviene de los restos de antiguos imperios: los Habsburgo, el español… Todos con diferentes tradiciones y desarrollos económicos. Y ahora la capital es Bruselas. Y yo me pregunto si la UE no debería ser un imperio benevolente. Mire Serbia, Montenegro y Albania. Los tres están en la OTAN o colaborando con ella, pero no en la UE. Muchos coinciden en que superarían sus problemas étnicos si negociaran su ingreso bajo una especie de paraguas imperial.
XL. Quizá a Europa le falta músculo o, como decimos en España, mala leche.
R.K. Pero eso puede ser una ventaja. La UE está imbuida de cosmopolitismo y universalismo, dos cualidades que van calando en los pueblos que viven bajo un régimen burocrático común. Europa es, con diferencia, la más benigna de las formaciones imperiales.
XL. En este momento, la UE bastante tiene con no romperse…
R.K. Ya. Desde la Segunda Guerra Mundial, Europa ha funcionado bajo el liderazgo de Estados Unidos. No siempre fue un liderazgo inteligente, pero proporcionaba protección. Protegía a Europa de la Unión Soviética, que pudo dedicar muchos recursos a construir sus grandes sistemas de bienestar. Esto empezó a perderse con la crisis financiera de hace una década, y ahora ha alcanzado un nuevo nivel con la crisis energética. Pero imagine que Donald Trump hubiese ganado las elecciones de 2020. Putin ya se habría anexionado Ucrania porque la OTAN y la UE no hubieran actuado de manera concertada. Todavía muchas cosas dependen de Estados Unidos. Pero yo creo que hay buenas posibilidades de que la UE sobreviva y vuelva a prosperar.
XL. Sostiene que la globalización empezó bien, pero se torció.
R.K. Cuando empezó, justo después de la caída del Muro de Berlín, ninguno de nosotros tenía teléfonos móviles ni Internet… Vivíamos al final de un mundo dominado por la imprenta. La globalización 1.0 fue una explosión. Y en su onda expansiva se extendió la democracia y se agrandaron las bases de la clase media en muchas regiones. De paso se erradicó en buena medida la pobreza extrema. Floreció el comercio. Cayeron dictaduras. Sí, era una historia feliz. Pero todo eso ha cambiado.
XL. ¿Qué ha fallado?
R.K. Pensábamos que la globalización haría del mundo un lugar más seguro. Estábamos equivocados. Ahora tenemos la globalización 2.0. Y no es una historia feliz. Nos gusta dividir la historia en capítulos y la pandemia fue el comienzo de este nuevo episodio, pero en realidad ha acelerado unas tendencias que ya se estaban ‘cocinando’. La angustia de la clase media en las democracias occidentales, el retorno de los autócratas… También vemos el uso de la tecnología con fines oscuros. Es un mundo de ciberataques, de pornografía rampante, de adicciones y vigilancia digital. La tecnología ha dejado de ser una herramienta neutral para convertirse en un arma y el mundo se ha fracturado.
XL. ¿Es el fin de la globalización?
R.K. No lo creo. Los que promueven la desglobalización tienen un problema. La tecnología no descansa, no se para… Incluso con sus efectos negativos, tiene un efecto unificador. La gente utiliza iPhones y viaja. Habrá una resistencia populista fuerte en muchos países y una tendencia al aislamiento, pero la desglobalización no puede ir muy lejos. Con una excepción: la tensión entre Estados Unidos y China puede dividir el mundo en dos mitades. Los países tendrán que decidir, a medida que instalen las redes 5G, si se adhieren al bloque chino o al occidental.
XL. Pero el mundo todavía está pendiente de ver cómo acaba la guerra de Ucrania. ¿Occidente no tomó a Rusia en serio?
R.K. Absolutamente. Cometió un error. No solo Estados Unidos. Los alemanes, sobre todo. Una razón es que Putin ha ido evolucionando. A Hitler se lo veía venir. Todos sus planes los tenía puestos por escrito en Mi lucha. Putin da bandazos… Es imprevisible. Además, Estados Unidos tenía otras urgencias.
XL. ¿Estaba distraído con el terrorismo islámico?
R.K. Sí, Estados Unidos ejerció un liderazgo muy profesional en política exterior a lo largo de la Guerra Fría. Rusia estaba muy debilitada. Y creímos que podíamos olvidarnos de ella. El Pentágono pasó a centrarse en China. Los funcionarios de Defensa llaman a China ‘la potencia estimulante’.
XL. ¿Por qué?
R.K. Porque competir con China estimula al Ejército. Si China se emplea a fondo en la ciberguerra, hay que aumentar el presupuesto para hacerle frente. Y ahora que China tiene una fuerza naval y submarina impresionantes debes dedicar muchísimo dinero a las tuyas. Pero China empezó a construir su flota en la primera década de este siglo. En ese momento, ni China ni Rusia eran factores que se debieran tener en cuenta. Porque tuvimos ese horrendo ataque el 11-S. Y la élite creyó que el terrorismo islámico era la amenaza. Por cierto, no hubiéramos entrado en Irak y Afganistán con una Rusia fuerte.
XL. Estados Unidos acabó marchándose de ambos países…
R.K. Sí, y con la lección aprendida: las guerras son caras. Pero Putin aprendió una lección diferente en la guerra de Siria. Puedes hacer una guerra barata: con bombardeos indiscriminados, con drones… Y así puedes mantener el esfuerzo militar durante mucho tiempo.
«Pensábamos que la globalización haría el mundo más seguro. Estábamos equivocados»
XL. A no ser que recurra a las armas nucleares.
R.K. Estamos en el periodo más peligroso desde la crisis de los misiles de Cuba. Entonces estuvimos más cerca que ahora de una guerra atómica. Pero aquella crisis tuvo el mismo efecto en las dos superpotencias: las aterrorizó. Miraron en un gran agujero negro y no les gustó lo que vieron. Y ese miedo inspiró a Washington y a Moscú para llegar a acuerdos de desarme, establecer una línea directa…
XL. ¿Y Putin ha perdido el miedo?
R.K. Cuanto peor le vaya en el campo de batalla, más probable es que utilice su arsenal nuclear. Porque, si se ve humillado, puede perder el poder. Y, si lo pierde, muy probablemente será ejecutado. No de manera inmediata, sino al final de un proceso de dos o tres años. Y hay que tener en cuenta que Rusia es un país con instituciones muy débiles. No es como China. No hay un procedimiento para destituir a un presidente o sustituirlo. Puede ser muy sangriento, un drama digno de Shakespeare. Putin puede verse ante un pelotón de fusilamiento si no consigue salir del embrollo que él mismo ha creado.