Por Santiago Fioritti
La intimidad del poder. Las especulaciones por la salud del Presidente y el llamado de su socia. Nueva estrategia electoral de la vicepresidenta, reclamos en La Plata y un chiste que molestó a Kicillof.
El grupo de chat que reúne a los mejores amigos de Alberto Fernández se estremeció el martes a la medianoche, cuando llegó la noticia de que el Presidente había tenido que ser trasladado de urgencia en ambulancia desde el centro de convenciones de Bali. “Sabíamos que esto podía pasar -dijo uno de ellos, como quien se lamenta de no haber hecho todo lo que estaba a su alcance- Alberto tiene que ordenarse”. Los confidentes presidenciales le ruegan que aborde en serio un tratamiento médico, que se someta a una dieta rigurosa, que haga ejercicios y que abandone sus misteriosas conversaciones a deshoras por Twitter y Telegram, a veces con personas insospechadas.
Lo expresan con buenas intenciones, casi con misericordia, pero con poca fe. Creen que Fernández se comporta igual que cuando, durante los primeros dos años de mandato, le pedían que no cediera ante los caprichos de Cristina: “Dice a todo que sí, te deja contento, pero al final no hace nada”. En esas miradas hay un hilo conductor con Cristina, que suele expresarse de manera similar cuando habla de cuestiones relacionadas con la gestión: “Me cansé de que me diga que sí y que después no me dé bola”.
Fernández regresó el viernes al país y ayer a media mañana concurrió al sanatorio Otamendi, donde fue sometido a una endoscopía. Le recomendaron reposo y que retome la actividad de a poco. “Tranquilos, estoy bien. Cuando vuelva hablamos”, les había dicho a sus amigos antes de subir al avión. Pero uno de ellos, que sí estaba con él en la gira y mantenía informado al resto en Buenos Aires, contó que el susto fue mayúsculo.
Fernández sintió un frío helado en la espalda cuando se dirigía al hotel The Apurva Kempinski para participar de la primera jornada del G20. Al rato tuvo fuertes mareos y -contaría más tarde- como si alguien le clavara las uñas dentro de su estómago. Los especialistas constataron que tuvo dos vahídos y en el parte médico escribieron que padeció una gastritis erosiva que generó un sangrado y una baja de presión importante. El episodio en Indonesia fue grave. Más grave de lo que se informó.
Cristina también se asustó. Quienes hablaron con ella dicen que volvió a recordar a Kirchner y al estrés desmedido que provoca el poder. Llamó a su socio para saber cómo estaba. Fue una buena charla. Habrá que ver si se trató de una frase de ocasión el compromiso de volver a verse o si, dadas las circunstancias, ocurre.
A la misma hora en que Alberto volaba para la Argentina, en la Residencia de la Gobernación, en La Plata, Cristina encabezaba una cena junto a Axel Kicillof, a intendentes, a ministros y a funcionarios cuidadosamente seleccionados. “Cristina quiere que vengas a cenar después del acto”, les iban avisando, uno por uno, a los 32 elegidos. La vice era presidenta en ejercicio en ese momento. Había volado en el helicóptero presidencial y antes había encabezado el acto por el Día de la Militancia en el estadio Diego Maradona. Habían participado hasta ministros que no hace tanto la criticaban y que en su momento empujaron sin éxito la creación del albertismo.
Los que antes se espantaban con la líder del Frente de Todos, en La Plata aplaudieron sus recurrentes circunloquios para intentar despegarse de la administración de Alberto, al que ella misma designó a dedo, cuyo Gabinete sigue preservando a sus figuras -frente a una larga lista de albertistas que fueron intimados a renunciar- y cuyos principales organismos, en especial los que cuentan con una potente caja, son manejados por La Cámpora.
“Feliz día, compañeros”, levantó la copa Gabriel Katopodis en la Residencia, en la piel del último cristinista, según lo describió con sorna, al otro día, uno de los comensales. Cristina y el resto hicieron el ademán de pararse para brindar. Fueron unos breves segundos de algarabía que sirvieron para clarificar el escenario oficialista.
La jefa que nunca se fue está de regreso para apoderarse de un peronismo que no le opone resistencia. Máximo recibió la orden se sentarse a negociar con los movimientos sociales díscolos y eso derivó en que hasta los supuestos referentes más rebeldes, como Emilio Pérsico, ahora elogien a su madre. Cristina también retomó la conversación fluida con gobernadores y empieza a coquetear con los peronistas que siempre tienen un pie en el oficialismo y otro en la oposición. Todos adentro bajo su conducción. Ese es el mensaje de La Plata.
Nada le garantiza éxito, pero le sirve, en principio, para terminar con las fantasías de Alberto de que su reelección todavía es posible. El albertismo, en esas horas de desasosiego por la salud de su conductor, había especulado -y todavía especula quizá- con hacer una reunión a fin de mes en la Ciudad para mostrar que sigue en pie y que conserva una cuota de poder. Un poco tarde.
Hasta Victoria Tolosa Paz estuvo en el acto, pese a que una semana antes había dicho que había miembros de la coalición que se comportan como si no fueran parte del Gobierno. No hubo réplicas para la ministra de Desarrollo Social, a quien Cristina, ciertamente, desprecia. Tampoco hubo alusiones hirientes contra Alberto Fernandez. Parte de la nueva estrategia.
Frente a los cánticos que pedían que sea ella la candidata en 2023, Cristina había respondido: “Como decía el General, todo en su medida y armoniosamente”.
—¿Qué quisiste decir con esa frase? —se animó uno de los invitados en el asado.
Cristina salió del paso con una sonrisa. En la cena se mostró cálida y hasta generosa. Está en campaña. Vuelve la Cristina seductora, la que simula olvidar y abre los brazos, magnánima. Quien quiera comprar, que compre. Es la que cuida desde la estética de los actos hasta su propio outfit. Se verá luego si es para ser candidata a presidenta, como implora su feligresía, o si se guardará la lapicera hasta último momento para elegir un candidato y encabezar ella la lista de senadores, la única garantía -salvo una catástrofe electoral- para resguardar los fueros y no ir presa si, como afirman en ámbitos judiciales, es condenada por corrupción en la causa Vialidad y más tarde la sentencia queda firme.
¿Y si no es ella? Fernando Espinoza arriesgó una particular hipótesis durante el asado. Agarró un frasco de alcohol en gel que estaba en la mesa y dijo: “Si Cristina dice que hay que votar a este alcohol en gel, la gente lo vota”. La mayoría lo tomó como un chiste de mal gusto. “¿Me estás comparando con un alcohol en gel?”, preguntó Axel Kicillof.
Es cierto que el truco del mago está gastado y que la gestualidad de Cristina llega al mismo tiempo que la clase política en general y el kirchnerismo en particular transitan un notable proceso de descrédito social. No parecerían correr buenos tiempos para volver a enamorarse. Ni siquiera hay demasiado espacio para “la fuerza de la esperanza”, como proclama la nueva consigna.
En la noche en la residencia la catarsis fue extensa. La vicepresidenta repitió conceptos parecidos a los que había hilvanado en el acto un rato antes, pero tuvo pasajes menos cuidados. Cargó contra Aníbal Fernández por no enviar gendarmes al Conurbano y contra Sergio Berni, al que no mencionó, aunque no hizo falta. Los intendentes que estaban allí son críticos de su gestión. Se lo han dicho a ella en reiteradas charlas. Lo quieren afuera y quizá pronto lo consigan. Kicillof miraba para otro lado. Le provoca náuseas hablar de ciertos temas.
Cristina está viendo que la inflación, en el mejor de los casos, podrá ser disminuida en los próximos meses, pero que difícilmente alcance para apaciguar la bronca por la suba constante de los precios. Por eso pide poner el foco en la inseguridad, que es el segundo reclamo de los bonaerenses. Exige medidas y ministros más activos. “Ustedes saben que tuvimos muchas diferencias con Massa…”, dijo en la cena, antes de elogiarlo. “Quiero más ministros como él”, agregó.
Massa, sin embargo, no atraviesa sus mejores jornadas. La espuma de los cien primeros días se acabó. El Indec reveló el martes que la inflación de octubre fue de 6,3%, una décima más que la del mes anterior y que viene a sepultar, aunque más no sea de modo simbólico, la falsa idea de que se está en un proceso a la baja. El dólar blue volvió a subir, el contado con liqui trepó a niveles que se acercan a los de Silvina Batakis y las reservas del Banco Central siguen cayendo.
En el equipo económico hay desavenencias. Gabriel Rubinstein agitó el fantasma de un Rodrigazo. La postura del viceministro de Massa es ambivalente: por momentos piensa y habla como el economista que aborrecía al kirchnerismo y en otros defiende a ultranza prácticas en las que hace solo diez meses no creía, como Precios Justos. Massa lo castigó desde París y a él le molestó que el reto saliera en los diarios. No son, lo que se dice, buenas señales.
Fuente Clarin