Por Santiago Fioriti
La intimidad del poder. Inesperada cumbre en el Senado. De qué hablaron y por qué la vice está obsesionada con la inseguridad. La situación de Berni y de Massa.
Cuando el martes a las cinco de la tarde Emilio Pérsico ingresó al despacho de Cristina Kirchner en el Senado, la vicepresidenta leía Estudios de Historia Económica Argentina, del economista e historiador Eduardo Basualdo.
—Che, qué bueno es este libro —dijo Cristina apenas vio asomar la larga barba blanca del piquetero, como quien se encuentra con alguien que ve todos los días.
—Sí, es un estructuralista. Es buenísimo —contestó el jefe del Movimiento Evita.
Llevaban bastante más de un año sin verse y la repentina charla sobre el libro les permitía crear un ambiente agradable antes de sentarse largamente a conversar. La vicepresidenta ha despotricado en muchas ocasiones contra el Evita, la agrupación con mayor poder de movilización de las que forman parte del oficialismo. Fueron socios en las elecciones de 2019, pero por obligación, con rencores mutuos. Los referentes del espacio, pieza clave en la arquitectura piquetera que diseñó Néstor Kirchner durante su presidencia, habían sido muy críticos después de la derrota de 2015 frente a Mauricio Macri y en aquel entonces no dudaron en saltar del barco ni en plegarse a la ola social que condenaba la corrupción kirchnerista. Llegaron a cuestionar a Amado Boudou, por ejemplo.
La convivencia durante los tres años que lleva la administración de Alberto Fernández nunca fue buena. Los puestos en el Ejecutivo y la influencia sobre Alberto Fernández fueron dos de los tantos reproches que Cristina le ha hecho al Presidente. Llegó a pedirle, incluso, que echara a esos funcionarios.
El 20 de junio, en un acto, pidió que haya menos planes sociales y señaló que el Estado debía “recuperar el control, la auditoría y la aplicación de las políticas sociales, que no pueden seguir tercerizadas”. Se leyó como un misil dirigido al campamento evitista, que maneja una formidable estructura de unos 150 mil beneficiarios, aunque hay quienes dicen que son más. Al otro día de aquel embate, Pérsico le contestó por radio. “Cristina no entiende la pobreza”, dijo.
El diálogo parecía congelado hasta que hace poco más de un mes, cuando Máximo Kirchner fue a ver a Pérsico y le dio garantías de que la agrupación podrá presentar candidatos propios en los distritos que quiera, entre ellos en La Matanza, donde se libra una pelea feroz con el intendente Fernando Espinoza. Fue la moneda de cambio, aunque no la única, para que desde el Evita se plegaran al acto de Cristina en La Plata y para que sus militantes corearan a favor de ella en medio de un “operativo clamor” para que sea candidata el año próximo.
El martes volvieron a sentarse cara a cara en el despacho de la vice en el Senado. No hubo reproches. “La campaña todo lo puede”, dice uno de los dirigentes más activos del Instituto Patria. Cristina ha vuelto a armar un delicado rompecabezas. O, al menos, lo está intentando. Como lo indica su manual, cualquier reconciliación es posible si se está cerca del abismo.
El entorno cristinista asume que hoy se están perdiendo las elecciones nacionales y, lo que es peor quizá, tampoco hay garantías de que Axel Kicillof pueda retener la provincia de Buenos Aires. Es por eso que ha vuelto a expandirse en el Frente de Todos una vieja frase, que ahora no hay quien no repita: “Es con todos adentro”.
El reagrupamiento que Cristina busca con las organizaciones sociales es un paso más en su ambición de aglutinar a las distintas facciones del Frente de Todos que en los últimos tiempos, al compás de la crisis, se mantuvieron disociadas. Es, a la vez, una maniobra para dejar más solo al Presidente con su ilusión de pelear por la reelección.
En su encuentro con Pérsico, del que también participaron la intendenta de Moreno, Mariel Fernández, y el diputado Leonardo Grosso, Cristina insistió, como insiste sin éxito La Cámpora, en que hay que crear una mesa política del Frente de Todos para discutir cómo encarar el último año de gobierno y para edificar una estrategia electoral.
La resistencia parte de Fernández. “Esto es un gobierno, no una asamblea legislativa. La mesa es el Gobierno”, se desentiende uno de los tres ministros más cercanos al primer mandatario.
Cristina le dijo a Pérsico que todavía hay tiempo para revertir los resultados que exhiben las encuestas que ella misma recibe, pero que es indispensable dar una discusión por la puja distributiva, en la que los salarios no pierdan, como pierden hoy, frente a la inflación. “Este capitalismo es muy difícil”, coincidieron.
Cristina pretende, y lo dijo en la reunión, un aumento compulsivo del salario, un bono para todos y todas que equipare o minimice la pérdida que mes a mes cae como un puñal sobre los trabajadores. En el Evita no comparten esa visión. Están alineados con la CGT. Dicen que cada sindicato debe negociar con las empresas y que las paritarias deben ser libres. Lo mismo piensa Alberto, que mantiene su sociedad con los caciques cegetistas, en especial con Héctor Daer.
Ni a Pérsico ni a Grosso ni a Mariel Fernández -una de las dirigentes preferidas de Cristina-, les pareció oportuno preguntar si el incipiente plan electoral que comenzó a trazarse en La Plata terminará con ella como postulante a la presidencia o si será con otro candidato. Dos de los visitantes sospechan que no tiene ganas de enfrentarse de nuevo a semejante desafío; el otro asistente cree que sí.
Ella les anticipó que no se va a definir antes de mayo, pero deslizó -como también lo hizo con otros interlocutores con los que habló en los últimos diez días, entre ellos un ministro de Fernández- que no someterá la elección exclusivamente a su dedo o, como mínimo, que no se los comunicará por Twitter. Otro intento de seducción para apaciguar la traumática experiencia que aún se está transitando y que sacude a la Casa Rosada desde el 10 de diciembre de 2019.
“La inseguridad en el Conurbano está peor”, dijeron los miembros del Evita. La intendenta de Moreno, a quien Cristina consulta muy seguido cuando hay hechos de inseguridad graves, se explayó sobre la cuestión. El pedido a la Nación para que envíe gendarmes a las zonas más calientes del Conurbano es recurrente. Aníbal Fernández recibe cada vez más presión.
La vicepresidenta ha asumido que no se puede desentender más del tema, como hizo en la mayor parte de sus gestiones. “Si la plata no alcanza y encima nos viven robando…”, le dijo un intendente peronista, la semana pasada, cuando cenaron en la Residencia de la Gobernación de Axel Kicillof.
Los intendentes explican que existe un fenómeno que no es nuevo, pero que ha crecido a niveles exasperantes en algunos distritos: el robo de celulares. “La gente no tiene plata pero anda con 20 mil pesos en el bolsillo”, dicen los intendentes. Veinte mil pesos es el precio de reventa rápida de un celular en buen estado. Si es necesario, los ladrones matan por un aparato.
Llamativamente, en el Movimiento Evita respaldan a Sergio Berni, el cuestionado ministro de Seguridad de Kicillof, apuntado por la mayoría de los alcaldes del Gran Buenos Aires. Cristina le hace críticas, pero no son tan punzantes como muchos intendentes le transmiten a los periodistas para limar su imagen. Berni dijo esta semana que él no es Martín Guzmán y que podría irse.
Kicillof lo sostiene. Aunque estudia nombres para reemplazarlo por si llega el momento, teme que su salida sea un búmeran. Que si Berni se fuera y estallara un caso policial de esos que eclipsan a los televidentes de todos los canales de noticias ya no habría en quién poner el foco más que en él mismo.
Cristina todavía no terminó de pedirle que lo saque y la investigación en el programa de Jorge Lanata sobre sus propiedades en la Patagonia y las inconsistencias en sus declaraciones juradas le alargaron la permanencia en el sillón. Cuando Cristina lo desee, su recambio será inmediato.
“Algo hay que hacer, más si la inflación no baja”, dicen los cristinistas. La jefa está en un laberinto. No puede cuestionar la suba de precios porque significaría caer sobre Sergio Massa, a quien ella y su tropa respaldan. Y de la inseguridad en la provincia de Buenos Aires no puede echarle la culpa al Presidente, como hace con la mayoría de los temas. Son dos trampas que no sabe cómo sortear y que, de tanto en tanto, desatan su ira.
Fuente Clarin