“La estupidez es el arma más destructiva del hombre, su más devastadora epidemia, su lujo más costoso”. Paul Tabori Historia de la estupidez humana …
El zigzagueante camino del Brexit que finalmente encontró su destino, encierra una importante paradoja a la luz del acuerdo obtenido sobre la hora. Esta ruptura fue planteada hace cuatro años en base a una maniobra libertaria para escapar de un encierro que no lo era con la Unión Europea. Y acabó avanzando a otro encierro, este si efectivo, que es el de la impotencia del Reino. El pacto final recuerda al que negoció exhausta la ex premier Theresa May que acordó un camino intermedio de salida limitada y dependencia del continente, pero que fue bombardeada hasta su renuncia por el actual premier Boris Johnson y sus seguidores aferrados a la bandera de una soberanía sin paliativos. Lo de May fue puro realismo. Lo de ahora también.
En el trasfondo ha pesado la irresponsabilidad de toda la dirección política británica de no haber logrado una solución sensata a esta pesadilla para anularla y la propia del mandatario británico de revolear la amenaza de una salida abrupta que se probó inconsistente e inmadura. Hace apenas horas el cierre de la frontera para frenar la propagación del coronavirus, exhibió al mandamás de Londres el extraordinario daño que podría causar una ruptura sin ningún acuerdo. Las fotos de miles de camiones amontonados en el límite binacional sintetizaron la imagen simbólica de una degradación que obligó a Johnson a moderarse -aunque jamás en su retórica-, para evitar que esa escena deviniera en permanente.
Sin un acuerdo, las relaciones entre ambas partes se regirían por las normas de la Organización Mundial del Comercio, es decir con aranceles y cuotas, fronteras cerradas, amplia burocracia y el impacto en los precios internos. Con el pacto, el Reino aceptó una frontera lábil, que resistía, entre las dos Irlandas, garantías para los consumidores y competencia justa. Como contraparte, la UE ofrecerá a Londres un acceso inédito privilegiado sin aranceles ni cuotas para su inmenso mercado de 450 millones de consumidores.
Pero esta apertura única irá acompañada de estrictas condiciones que implican un alineamiento concreto con Bruselas: las empresas británicas deberán respetar un paquete de normas de la UE en materia de medio ambiente, derechos laborales, de competencia, ayudas del Estado, seguridad y fiscales. Si se violan esos límites, se gatillaran sanciones arancelarias. Los números del intercambio indican de qué lado queda el poder: el continente explica la mitad de las exportaciones y la mitad de las importaciones del Reino. La UE solo coloca 8% de sus productos al otro lado del Canal de la Mancha.
La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante los anuncios. REUTERS
Es esa circunstancia, de lo que se pretendía y acabó siendo, lo que ha hecho del Brexit uno de los artefactos más ostensibles del formato necio que ha alcanzado la política global en esta era de nacionalismo aluvional. Es un acontecimiento cuyo sentido es difícil de aferrar y que dice mucho de donde está la humanidad en este presente aun más allá del desmadre británico.
El peor rostro del Brexit, el menos observado, es que ha sido un ariete lanzado contra la Unión Europea y el multilateralismo. Para sus cultores la ruptura dispararía un efecto domino cancelando el proyecto europeo. Ese objetivo ha homogeneizado estos años en las dos orillas del Atlántico a una misma revolución conservadora que elevó a los altares la insularidad y el rito individualista. Esto ha sucedido porque algo ocurrió antes que lo hizo posible. La historia no es abrupta, se encadena. Por toda Europa se han reproducido formas del mismo fenómeno de liderazgo anti sistema sobre los escombros de lo que quedaba del legado de equilibrio social que coronó la posguerra a mitad del siglo pasado. Es un escenario que agravó particularmente la crisis de 2008, que generó una concentración del ingreso a niveles nunca vistos.
La consecuencia ha sido un panorama de desesperación social y de repudio a la política, a la ideología, la democracia y a sus mensajeros porque no hay una solución visible que devuelva la capacidad de crecimiento a las masas. Es la ira de los postergados que son los que han votado por esa vía rupturista. Trump en EEUU y el Brexit británico, son dos de sus mayores expresiones. Se fortaleció así una noción, muy difundida también en América latina y que en el pasado fue un hito del fascismo, junto con la herramienta de la mentira como método, sobre que los problemas no existen para el individuo en tanto hay un líder mesiánico que se haga cargo.
La historia del Brexit es sencilla. El 23 de junio de 2016 los ciudadanos británicos decidieron en un referéndum sacar a su país de la UE. El voto tuvo dos fuentes centrales. La primera aquella frustración de la población por la crisis que los desbordaba a caballo de una austeridad exuberante. La otra, rebosante de falsedades y cargas de xenofobia, se unió a una fantasía sobre los éxitos que la ruptura acarrearía para la isla. Johnson, adalid de este movimiento, falseó información sobre que el Reino ahorraría 350 millones de libras semanales que se devoraba el presupuesto europeo. La cifra no era tal, pero el dato más relevante es que aun antes de los costos de la pandemia, los cálculos más conservadores anticipaban un derrumbe adicional de 8% del PBI británico como consecuencia directa del portazo.
Dover, el anticipo del desastre con el cierre de las fronteras y los camiones embotellados sin poder moverse debido a la pandemia pero un dato de lo que seria un brexit sin acuerdo. EFE
Pero, aun pese al pacto, esta novedad le costará lonjas de crecimiento al reino. El corresponsal de El País en Londres, Bernardo de Miguel, lo sintetizó en un puñado de palabras. “Johnson coloca al Reino Unido en peor situación que cuando tomó las riendas hace un año. El acuerdo con la UE no incluye al sector de los servicios, que supone 80% de la economía del país. Los intercambios comerciales con el continente, aunque no haya aranceles ni cuotas, perderán fluidez y tendrán mucha más fricción. El gobierno británico ya ha calculado que se necesitarán al menos 50.000 nuevos agentes de aduanas. Escocia está revuelta, y amenaza con un nuevo referéndum de independencia en cuanto la pandemia se relaje. Irlanda del Norte queda más alejada del Reino Unido, y la inercia de la nueva situación unirá cada vez más su destino y sus intereses con Dublín y los alejará de Londres”.
Falta agregar que la libertad de movimiento de los británicos no será como antes dentro de la UE dado que el Reino pasa a ser, desde ahora, un tercer país para el continente. Tampoco seguirá el intercambio de estudiantes en el sistema Erasmus.
Del lanzamiento del proyecto de unión al Brexit, cronología de la construcción europea – AFP / AFP / VALENTINA BRESCHI
Gran Bretaña llegó a esta instancia en el peor de los mundos. Al menos cuatro losas coincidieron sobre las espaldas de Johnson y su proyecto. El propio Brexit que se desfiguró debido a la sólida unidad mostrada por la UE y que el mandatario supuso que perforaría con facilidad. La pandemia del coronavirus que se agravó en el Reino Unido con una disparada de la enfermedad y el daño consecuente a su economía en caída de -12% que hacia menos favorable que nunca romper con la UE. La derrota electoral de su extravagante aliado Donald Trump que había potenciando la ruptura prometiendo un acuerdo de libre comercio con el Reino “como nunca vio la historia”. Y las elecciones en Francia del 2022, que llevaron a Emmanuel Macron a tomar una línea muy rígida contra el Reino, amenazando con vetar cualquier resolución que no le resulte conveniente, en un gesto para no desangrarse electoralmente a favor de la ultraderecha de Marine Le Pen, entre otros de sus rivales.
Esa circunstancia explica la guerra del pescado que encabezó las controversias para alcanzar un pacto. Esa confrontación fue absurda, sus rentas son minúsculas. Los británicos capturan en sus aguas por un valor de 850 millones de euros y los europeos, por 650 millones. Nada comparado con el tamaño de los PBI involucrados y un intercambio de 500 mil millones de euros anuales. La pesca es menos del 0,5% de la economía británica. Además, 75% del pescado capturado por el reino va al mercado de la UE. Pero, para Johnson la pelea por la “soberanía” de sus aguas, donde ahora operan libremente franceses, holandeses y otros países como lo han hecho desde hace cuatro siglos, se relaciona con su propia interna política, una quinta losa a tener en cuenta. Mostrar que esa soberanía estaba resguardada era central para frenar la presión de los más duros del partido conservador, ya que debió dejar en el camino muchas de las otras promesas que armaron el Brexit.
El francés Emmanuel Macron y la alemana Angela Merkel. El poder en la UE – AP
El premier se vio obligado a batallar sobre un tema económico marginal para intentar mantener unido a su partido, pero también ahí hubo que hacer concesiones. Bruselas ofreció un período de transición de seis años para introducir gradualmente una reducción del 25% en la captura por la flota europea en aguas británicas, con acceso garantizado a una zona de seis a 12 millas náuticas desde la costa británica. Downing Street había presentado una contrapropuesta de un período de transición de tres años con una reducción del 60% y sin acceso a la zona náutica. Ya antes de conocerse lo pactado, Reuters adelantaba la satisfacción francesa por los retrocesos de Londres que coronarían la opción de 25%.
Johnson difícilmente tenga problemas para hacer aprobar este acuerdo porque se libró de los proeuropeos en el Parlamento. Pero el desafío sigue abierto. Los diputados conservadores que apoyan el Brexit, reunidos en el llamado Grupo de Investigaciones Europeas (ERC, en inglés), advirtieron que revisarán punto por punto las 2 mil páginas del convenio “para asegurarse de que sus disposición protejan realmente la soberanía del Reino Unido”. Ese grupo, y su legión de abogados fue el principal garrote contra el acuerdo de retirada que había pactado May. La historia también da círculos.
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