Con cierta regularidad, surge del coro oficialista una voz que recita un discurso contrafáctico: “Con Macri, hubiera habido un millón de muertos”. “Sin nosotros en el gobierno esto sería una catástrofe”.
Con esos y otros supuestos incomprobables se alimenta el relato, mientras la realidad de la pandemia acumula datos y paisajes concretos. El manejo argentino del coronavirus tiene un espejo en tiempo real en el que sobresalen desatinos como los de los presidentes Trump o Bolsonaro, decisiones a destiempo como las que al principio sacudieron a Europa y un pelotón de gobiernos que se equivocan más de lo que aciertan. La Argentina está en ese lote, en el que la improvisación les suele ganar a los aciertos.
Es por eso que resultan por lo menos desproporcionadas las celebraciones y el uso político que a cada momento pretende hacer la administración de Alberto Fernández de los paliativos que aplica contra el Covid. La combinación de esos intentos está marcada por fallidos que suelen bordear el ridículo.
El brote en Europa, allá por febrero, alertó al mundo de la dimensión de la pandemia que entre nosotros el ministro de Salud, Ginés González García, saludó como un problema tan remoto como China.
La reacción que siguió fue imitar el encierro europeo y un paquete de ayuda para pagar sueldos y planes sociales. El Presidente apareció rodeado de epidemiólogos, mientras sus científicos económicos proyectaban números fiscales inexistentes. El cálculo inicial fue hecho tan a las apuradas que los inscriptos para la ayuda estatal resultaron en más de un 50 por ciento de las previsiones.
Sin ahorros ni financiamiento, la máquina de fabricar billetes sin respaldo reemplazó a los fondos anticíclicos que tienen los países serios y recalentó una inflación en plena recesión. En pocos meses, las consecuencias económicas y sociales fueron concretas: la peor caída del PBI desde la crisis de 2001/2 y un aumento de por lo menos 10 puntos porcentuales de la pobreza.
El peronismo nunca asume que fabrica pobres: antes el responsable fue Macri; ahora es la pandemia.
El discurso original indicaba que la cuarentena estricta permitiría equipar al precario sistema de salud, pero luego resultó que el encierro se convirtió en una solución en sí misma. Eran los días en los que el Presidente aparecía flanqueado por Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta y hacía comparaciones con otros países que las respectivas embajadas refutaban en comunicados de unas pocas líneas, las suficientes para dejar al Gobierno muy mal parado.
Esa inactividad a destiempo, que en un principio permitió mantener bajo control la curva de casos y equipar hospitales y clínicas, fue salpimentada por persecuciones impulsadas desde el riñón del kirchnerismo contra los “chetos viajeros” y los “runners porteños”, entre otros. Es la misma saga que ahora se empeña en culpar a los jóvenes que se divierten en la costa y en las sierras.Si bien el impacto económico y social de un encierro prolongado tuvo inicialmente la respuesta de encuestas positivas, no se puede dejar de ver que su aplicación en varias provincias barrió con derechos humanos básicos nada menos que durante un gobierno que hace de la cuestión una bandera.
Al padre neuquino que no pudo entrar a Córdoba para despedir a su hija en estado terminal, le siguió la muerte del muchacho formoseño que trataba de entrar a su provincia a nado. San Luis cortó sus rutas y se aisló aun al precio de desconocer órdenes judiciales. En Santiago del Estero, un papá cargó en brazos a su hija enferma de cáncer para poder superar el retén policial. Un mes más tarde, una chica de 10 años fue detenida por no usar barbijo cuando cruzaba la plaza de su pueblo.
Dos jóvenes murieron asesinados por policías cordobeses apostados (supuestamente) para evitar que se propagara el virus. Mientras, el cuerpo de un muchacho tucumano aparecía arrojado en Catamarca por sus victimarios uniformados. Pocos días atrás, una playa marplatense fue desalojada con armas de fuego por la policía bonaerense. Decenas de motociclistas se accidentaron en rutas y calles cortadas en distintas ciudades y pueblos del interior.
Hay muchos más casos; ninguno fue asumido como un problema real, como lo que son: graves violaciones a los derechos más básicos.
El Gobierno tampoco se privó de grandes anuncios que no se concretaron definitivamente o todavía están pendientes. Se celebraron al menos tres “descubrimientos” argentinos de remedios para sofocar el Covid que nunca fueron refrendados.
Al mismo tiempo, la novela de las vacunas que empezó a mediados de año continúa todavía entre fuertes tropiezos. El principal error es no haber asumido como hechos esperables que la producción de dosis iba a resultar muy inferior a la demanda de todos los países. Y, además, desconocer que los laboratorios de los principales países están poco menos que obligados a abastecer a sus propios pacientes antes que al resto.
En el país se celebró como un gran éxito la autorización a por lo menos cuatro laboratorios para realizar pruebas de vacunas en humanos. Pero nunca se conoció claramente la contraprestación que había planteado el Gobierno a esos laboratorios. De todos esos casos, el más llamativo es el de Pfizer, al que el ministro de Salud terminó acusando de pedir “condiciones inaceptables” para vender su vacuna.
El acuerdo con AstraZeneca/Oxford para producir la vacuna en México y la Argentina registra demoras propias de un desarrollo realizado sobre la marcha. Se entiende. Lo que es incomprensible es que se hayan señalado fechas que resultaron falsas por parte del Gobierno para la llegada de sus vacunas. ¿No habría sido mejor medir las palabras y subordinarlas a hechos factibles? Fernández y su equipo aplican la regla contraria: prefieren anunciar al precio de ser desmentidos. Sobran ejemplos, pero ninguno tan pintoresco como los de la vacuna Sputnik V. Una gestión política del ala dura del kirchnerismo hizo posible que Vladimir Putin destinara las dosis que permitieron cumplir la promesa de que habría vacunas antes del 31 de enero.
En medio del entusiasmo argentino por el acuerdo que salteaba a los laboratorios del capitalismo, apareció Putin en persona para aclarar que la vacuna todavía no puede ser aplicada a mayores de 60 años, o sea, al mayor grupo etario de riesgo y el que más la necesita. Que el producto ruso no fuera todavía reconocido en el mundo occidental resultó un problema menor en comparación con la comunicación confusa que el gobierno argentino hizo de su efectividad.
Eso sí, no faltó la épica del gremio que controla Aerolíneas tratando de hacer creer que ir en avión a Moscú era una hazaña patriótica.
La demora en tener vacunas en cantidad es un problema que sufren casi todos los países del mundo. Fernández lo agigantó generando una expectativa de imposible cumplimiento. Las vacunas no llegarán en las fechas prometidas y corregidas varias veces por los mismos funcionarios.
A ese error de cálculo se agrega otro, más grave. El Gobierno imaginó un verano al estilo del que disfrutaron los europeos bajo el falso supuesto de que en marzo ya contaría con dosis para iniciar la inmunización masiva.
Las vacunas no estarán a tiempo y el incremento de casos en plena temporada obligó a aplicar algunas restricciones.
Ahora también se sabe que habrá trabas para iniciar las clases presenciales. Para esto el Gobierno cuenta con la inestimable colaboración de los gremios docentes. La Argentina ya debe apuntar otra desgracia a las desgracias de la pandemia: la inoculación masiva del virus de la ignorancia en sus alumnos.