Sin incorporaciones de peso, con varios ofrecimientos rechazados, con la continuidad de funcionarios que ofrecieron sus renuncias en público para presionar al Presidente, con algunos reacomodamientos para que parezca que algo cambió, armado bajo la amenaza de una ruptura imposible con Cristina Kirchner, Alberto Fernández intenta armar un gabinete de transición, para sostenerse en medio de la fractura del Frente de Todos hasta noviembre, cuando ocurran las elecciones legislativas.
Según argumenta un importante funcionario que pasó casi todo el día con el Presidente, lo que comenzó a discutirse seriamente desde la carta de Cristina Kirchner del jueves a la noche es “la integración de la coalición” de Gobierno. El problema que tiene el Presidente es que la única persona imprescindible en ese esquema no es él: es la vicepresidenta de la Nación.
Uno de los habitantes de la Casa Rosada que se dedicó a hacer hermenéutica de la carta de Cristina indica que ese es el núcleo del texto de la vicepresidenta: dejar en claro que el Frente de Todos es, en términos electorales, Cristina Kirchner y un decorado.
“En la Provincia de Buenos Aires, termómetro inexcusable de la temperatura social y económica de nuestro país, el domingo pasado nos abandonaron 440.172 votos de aquellos que obtuvo Unidad Ciudadana en el año 2017 con nuestra candidatura al Senado de la Nación… con el peronismo dividido, sin gobierno nacional ni provincial que apoyara y con el gobierno de Mauricio Macri y su mesa judicial persiguiendo y encarcelando a exfuncionarios y dueños de medios opositores a diestra y siniestra”, escribió la vicepresidenta.
Otra manera de decir eso que dijo Cristina es que ella se ve a sí misma -y es muy probable que tenga razón- como la única representante de las voluntades de esos votantes. Los votos no alcanzan para ganar, pero son todos de ella. La vicepresidenta, y eso lo saben todos los amigos del Presidente, sigue siendo la única dirigente del Frente de Todos que tiene voto duro asegurado. Cristina tiene esas ideas, y tiene junto a ella, al menos los tenía hasta el domingo, un 30 por ciento del país que las comparte.
Desde hace varias horas, el Presidente intenta encontrar funcionarios que acepten ocupar un puesto en el Gabinete. Ya recibió el rechazo de gobernadores que ganaron las elecciones en sus provincias y también el de Jorge Capitanich, uno de los perdedores.
La situación se transformó en un rompecabezas imposible, porque cualquier decisión queda enredada en las múltiples restricciones que padece la autoridad del Presidente hoy.
En primer término, Fernández no tiene a mano dirigentes importantes que lo consideren como jefe. Todos los que conocía ya están en el Gobierno, y con ellos formó este Gabinete que se está deshilachando.
A su vez, cuando mira hacia afuera de su agenda de contactos diarios o semanales, recibe, por lo que transmiten sus funcionarios hasta ahora, rechazos. Nadie quiere integrar un gobierno quebrado, que busca recomponerse en medio de una crisis económica gravísima y con una pandemia en marcha y que enfrenta una derrota electoral.
Los candidatos a ministros, además, saben que sus cargos tienen vencimiento, y que esa fecha está cercana, porque llegarán a sus puestos con la amenaza de la derrota del oficialismo en noviembre sobre sus cabezas.
La idea de Máximo Kirchner, y acaso también de Cristina, es que en noviembre, luego de la elección, asuma como Jefe de Gabinete Sergio Massa. En La Cámpora dicen que lo quieren como “primer ministro”. Esa figura no existe en la Constitución, y tampoco existen los nombramientos a sesenta días, pero sirve para ilustrar el papel que quieren asignarle al hoy presidente de la Cámara de Diputados.
Ese plan es el que hizo estallar la carta de renuncia de Wado de Pedro y la seguidilla de anuncios de los funcionarios kirchneristas, en un ejemplo desconocido hasta hoy, por la onda expansiva que sigue generando, de mala praxis política.
Es tan insólita la situación que quienes negocian por estas horas la conformación del nuevo gobierno son el propio De Pedro y Santiago Cafiero, a pesar de que los dos ya transmitieron a sus equipos que la salida de sus cargos está muy cerca. Por supuesto, el nuevo gabinete será una mera propuesta hasta que lo vea la Vicepresidenta y le dé su aprobación explícita: en la casa Rosada ya nadie está en condiciones de aguantar una nueva carta.
El cuadro se completa con una noticia que llegó en el final de la tarde: en medio de un cambio de gabinete, el primero que se fue es el vocero presidencial, la persona que tenía a su cargo la tarea de anunciar esas mismas modificaciones,
Fuente Clarin