María del Mar Ramón: Estaba obsesionada con lo similares que son esas situaciones. Un detonante fue la violación en manada en España, en la Fiesta de San Fermín, en 2016. Me intrigaba el modo de comunicación de los muchachos que formaban la manada. En el caso de Fernando Báez Sosa, en el de Pamplona, que dio nombre a ese tipo de hechos, en los que vi desde mi adolescencia en Colombia, son peleas que siempre terminan con chicos muertos o muy heridos. No era que cinco muchachos salieran de sus casas diciendo vamos a matar a alguien. Hay una forma en que se comunican y un instante decisivo en que esas voluntades se coordinaban, y esos chicos de distintos contextos, distintos principios y distintos temores, se ponen de acuerdo para vulnerar la integridad de otro y de vulnerarse a sí mismos. El interés por saber cómo se comunican ese vamos a hacer esto, y el segundo en que toman la decisión, me motivó a escribir la novela. No conseguía una respuesta satisfactoria a esa pregunta ni en las notas, ni en los relatos de adolescentes, ni en los comentarios de hombres adultos sobre su adolescencia. La ficción le sentó muy bien a esa duda.
P.: ¿Por qué, siendo una militante feminista, tomó el caso entre varones y no el de una violación en manada de una chica?
M.M.R.: Me interesaba narrar la alteridad. Soy feminista pero sobre todo soy una escritora. El campo en que me muevo es más funcional a las historias que a una perspectiva política. Me sentí encasillada en que mi único espacio narrativo iba a poder ser el feminista y que desde ese lugar la única voz que iba a poder tener era la primera persona. Me pareció frustrante. La literatura posibilita el infinito, la libertad de contar desde otras voces, perspectivas, historias. Eso me llevó a dar ese giro, y contar el vasto universo emocional y complejo de los hombres, que para mí son la alteridad. La perspectiva política no debe ser una limitación.
P.: “La Manada” es casi un fratricidio, el protagonista da el golpe final a su mejor amigo.
M.M.R.: Volví mucho a la historia de Caín y Abel para ahondar en la complejidad de sentimientos que se dan en esos casos, el amor, la envidia, los celos. En Hache, el protagonista, hay una suerte de pasiones bajas hacia su amigo con quien ha tenido un fuerte vínculo. Busqué pintarlo como medio de reparto, sin voz y casi sin parlamentos. Quise contar el mundo interior de esos chicos que suelen orbitar alrededor de gente con un poco de carisma. Recuerdo la frase “no hay crimen que bajo las presiones y contextos determinados no se pueda llegar a cometer”. Estos muchachos puestos en situaciones particulares, con toda la crítica social que se impone, muestran que no es tan difícil matar a alguien entre el accidente, la rabia y la competencia. En Hache están los sentimientos, la culpa y la pena. A partir de ahí lo persigue la duda de si “tenía tantas ganas de matar a este muchacho que quise tanto”. Me interesa explorar esa dualidad moral. Me interesa que el lector sienta simpatía por personas crueles, no buenas. Me divierte hacer percibir esa convivencia de bondad y maldad que hay en todo el mundo. Hay personas susceptibles, vulnerables, deseosas de querer agradar, cuya identidad está determinada por otros y otras. No porque entrevista libros máximo Hache sea un mediocre le pasa eso, todos en algún momento hacemos boludeces para que otras y otros nos acepten. Detrás de eso hay un miedo, importante y legítimo, a la humillación y la vergüenza. Hay en esos muchachos esas emociones tan primarias, tan básicas, que los acompañan todo el tiempo y los obligan a ponerse en riesgo.
P.: Hace un duro retrato de las madres de los miembros de la manada.
M.M.R.: No, ellas no son víctimas ni victimarias de lo hecho por sus hijos. No creo que la familia tenga la culpa de lo que pasa con sus hijos. Ni que la maldad sea algo necesariamente heredado y exclusivamente aprendido en el hogar. Era valioso contar de esas mujeres. Quería que fueran muy heterogéneas, ventanas a mundos de otras épocas. Siendo personajes a veces detestables, con muchos intereses y unas agendas particulares, hay algo que las perdona porque todo el mundo hace lo que puede, todo el mundo tiene sus presiones y está regido por sus propios intereses. A veces sale un pibe más violento que otro, y rápidamente se pregunta por la madre. Puse ahí el foco de cómo criticamos a las madres, y como a su manera ellas asumen la culpa de esos muchachos. La madre de Hache muestra que el padre se puede ir del problema pero para ella no es opción el abandono de su hijo, de alguien que ha hecho algo horrible, y ese peso, esa culpa que ella siente es muy cruel y muy injusta. Le resulta difícil a las madres desvincularse de lo sucedido, la sociedad les exige que se queden, que estén presentes, algo que no se le exige a los padres.
P.: ¿En qué está ahora?
M.M.R.: En un par de proyectos audiovisuales, una película y una serie. “La Manada” fue comprada por una compañía de producción colombiano mexicana para hacer una serie.