Por Roberto García
Casi termina a las trompadas. No hubo pelea merced a la diferencia de peso entre los posibles contrincantes. El basilisco senador del PRO, José Torello, un fornido ex rugbier, quiso trompear a un interlocutor cercano, el mismo al que le confió entretelones de su cita en la Cámara alta con Cristina Fernández de Kirchner el 11 de julio pasado. Pero contuvo el puño por exceso de fuerza, se conformó con un inventario de insultos reprochándole a su amigo falta de reserva por contarle a un respetado columnista parte de la entrevista. Como si el indiscreto no hubiera sido él, olvidando que siempre el minuto de fama tiene un precio.
Si bien en la Argentina no duran los secretos, la divulgación no le cayó bien a la Vicepresidenta, tampoco a Mauricio Macri, el entrañable compañero de colegio de Torello: los dos jefes políticos hubieran preferido el silencio sobre esa iniciativa expuesta hace más de un mes. Ahora hay batahola mediática porque más de uno entiende que la reunión entre ambos puede ser el acontecimiento del año para disipar enconos y, en el caso de una crisis, mantener una comunicación adulta entre los dos caudillos del oficialismo y la oposición. Sin olvidar el litigio que los envuelve en el terreno judicial .
Torello se ha ofrecido como gestor para instalar un celular rojo entre ellos, como Biden y Putin. Cristina parece aceptarlo y Mauricio concedió su aprobación. Si esta tentativa de diálogo se interrumpió fue por culpa de otra tentativa, la del fallido atentado de los copitos. La Argentina, país de tentativas.
El embajador de Macri en la reunión con la vice se molestó con su infidente porque dejara trascender hasta que habían tomado mate cocido o, como se explicó esta semana en PERFIL, se conociese la simpatía y cordialidad reinantes durante la charla a pesar de que ambos venían aterrorizados entre sí: en algún momento de la vida política tuvieron intención de enviar al otro a prisión.
Los 7 cambios del mundo Macri y el teléfono rojo con Cristina
Cristina responsabiliza al senador de ese propósito por integrar la arbitraria mesa judicial con Pepín Rodríguez Simón que la persiguió durante el mandato del ingeniero y, a su vez, Torello vivió con el Jesús en la boca en los últimos años –hasta que le tocó reemplazar a Esteban Bullrich en el Senado y se ganó la inmunidad de los fueros– tomando precauciones por si también debía exiliarse en el Uruguay ante un eventual lawfare cristinista. Eran dos salvajes extremistas de la pugna, de fanático enfrentamiento. Ahora, en cambio, como otros intereses superan ciertas obsesiones pasadas, la derivación del encuentro avanza hacia una cumbre próxima entre Macri y Cristina. Demasiadas evidencia al respecto.
La viuda de Kirchner había guardado en un cajón el pedido de audiencia de Torello hace tiempo, le extrañó esa requisitoria sorpresiva: nunca había recibido al contemporizador jefe del PRO en el Senado, Humberto Schiavone, menos iba a hacerlo con un enemigo tan frontal del mismo partido. Sin embargo, lo consultó varias veces con su almohada y, por último, cedió a la invitación en su propio despacho.
En ese período, ella había convocado más de una vez a Adolfo Rodríguez Saá, quien luego se encargó de propiciar una metamorfosis entre Cristina y Macri, los dos principales dirigentes. Ya no estaba solo Torello, que había procedido por su cuenta aunque le había avisado a su jefe antes de hacerlo.
Si es por la telegráfica referencia de la amable reunión, solo hablaron de aspectos institucionales. No se sabe si, en particular, por ejemplo aludieron a la posible suspensión de las PASO, idea que ronda en el cristinismo y curiosamente Torello presentó hace tiempo un proyecto en esa dirección (dato: en la Casa Rosada confirman que es un hecho esa suspensión). Comentan el senador y la titular de la Cámara que compartieron observaciones sobre el desbarajuste económico y evitaron enredarse en cuestiones políticas.
En el olvido quedaron las disidencias personales. Estaban para negociar, no para casarse. Además, juran que bajo ningún aspecto se involucraron en discutir cuestiones judiciales que hoy complican a la vice y, con menos urgencia, al ex mandatario más adelante. Si uno relee estas últimas líneas descubrirá que el cronista parece copiar un comunicado diplomático, formal, consentido por las partes, como si ambos promovieran una dulce convocatoria. No es un error.
Ya se gestaron mensajes a favor del encuentro entre Macri y Cristina: un adláter adulador de la vice, Oscar Parrili, se apresuró a comentar la disposición de su mandante para entablar una conversación con su sucesor en la Casa Rosada. Es el desenlace de la doble propuesta, Torello y luego Rodríguez Saá, devoto mensajero de la vice que empezó a desplegar la conveniencia de la reunión, sea para superar la crisis económica, alcanzar la paz de los espíritus argentinos o por la necesidad de que la corporación política no sea dominada por la corporación judicial. Lucha de poderes.
En castellano antiguo: descubrir la forma para que los partidos mayoritarios impidan el juzgamiento de sus líderes, hayan o no cometido delitos. Se comprende entonces la velocidad de respuesta del mismo Macri, quien diciéndose republicano impuso una condición deletérea e imprevisible para un ingeniero: “Reunión, sí, pero con la Constitución sobre la mesa”, dijo. Una excusa frágil, poco imaginativa. Como si él supiese de memoria el texto sagrado al igual que un sobrio estudiante de Derecho Constitucional o, como advierte en una segunda lectura, señalar que no habrá de permitir ninguna trampa de la dama. Nunca por fuera de la ley, quiere decir. Gracioso argumento para calmar a su plebe.
Atentado a Cristina Kirchner: caso cerrado
Para ella, claro, no es un límite ese detalle. Por el contrario, le facilita el trámite. Más o menos conoce el articulado, es abogada y, por si fuera poco, fue constituyente en la reforma del 94: estoy lista, puede decir. Observando estos escarceos, quizás corresponda que ambos eviten comentarios, ninguno ha sido fiel con el mandato constitucional, uno por desconocerla e intentar burlarla, la otra por aceptar su malversación cuando acompañaba al gobierno de su esposo Néstor en Santa Cruz.
En rigor, mas que la Constitución, los dos participantes deberían incluir en la mesa el Código Procesal Penal que los ilumina y denuncia, a ver si en el original de Carlos Tejedor (o en las distintas correcciones posteriores) aparece algún recurso que los libere de la amenaza de la cárcel. Para la gran mayoría será el objetivo del encuentro.
Van a una reunión por un entendimiento político, seguramente patriótico, luego de numerosos fracasos por la preservación de su libertad. En particular de Cristina, quien ahora apela a su enemigo para resolver lo que no pudo su corte felpudista, desde el Presidente designado, Alberto Fernández, pasando por el listado de militantes de escasa utilidad, léase Wado de Pedro, los Ustarroz o Mena. Por no hablar de otros ofrecidos espontáneos en el Instituto Patria, deseosos por acercarse a la ex presidenta. Una decepción de la vice con el ejercicio influyente de los amateurs. Para peor, tampoco encontró suficiente solvencia en los profesionales: contrató abogados famosos, privados, de altísimos honorarios y mediocre servicio.
Además de los costos enterrados, Cristina y Macri (supo tener también más de un estudio jurídico gigante para atender sus causas, le quedan pendientes algunas peligrosas) tropiezan para su encuentro con otra vulnerabilidad: no saber aún cuál es el instrumento que liquide sus procesos en la Justicia, que los prescinda del llamado a los tribunales, y que le permitan una vejez sosegada, sin tobilleras. Tal vez lo descubran en el diálogo, finalmente esa es la naturaleza de la conversación.
Nadie ve una salida con el indulto, y no solo porque aún se carece de condena –un requisito imprescindible–, sino porque ese recurso es inaplicable a casos de corrupción. Detalle a contemplar. Además, ella no quiere indultos, mas bien pretende que la sociedad le pida disculpas en lugar de aplicarle penas. Se supone que ya se ha bajado de ese sueño, Luciani mediante. Tampoco satisface una eventual amnistía, no ayudan los antecedentes de su aplicación durante el menemismo, cumplida para una sola parte.
Por tanto, los dos “sinceramente” deberán proveer alternativas, consultores, estudios o papers que le hagan cerrar los ojos a sus obedientes legisladores en el Congreso y levanten la mano por una reconciliación. También para justificar en la mesa la vigencia de la Constitución y la del renovado Código Procesal Penal.
Falta fijar la fecha de la reunión entre ambos, aunque tal vez el dúo ya se ha comprometido con la cita. Por supuesto, será el acontecimiento político del año. Para la curiosidad de 47 millones de argentinos y, quizás, la salvación de dos ciudadanos.
Fuente Perfil