Por Joaquín Morales Solá
El peronismo sabe que lo aguarda la derrota; solo la dinastía gobernante parece ignorar ese destino
16 de octubre de 2022
Parecen sonámbulos.
Políticos que duermen y sueñan mientras caminan como si estuvieran despiertos. ¿Por qué debaten ahora la candidatura de Alberto Fernández para la reelección? ¿Por qué Sergio Massa supone que él será el candidato triunfante en las próximas presidenciales? ¿Por qué Cristina Kirchner cree que tomando distancia del Presidente y de Massa conservará su poder electoral, cuando fue ella la que los entronizó a los dos? Ninguno está en condiciones de ganar nada. Un exministro de Cristina, que observa desconcertado ese espectáculo, desliza su presagio: “Van a perder por paliza”. Otro exministro, pero de Alberto Fernández, hace el mismo pronóstico, aunque no han hablado entre ellos. El peronismo sabe que lo aguarda la derrota. Solo la dinastía gobernante parece ignorar ese destino. Tal vez Cristina Kirchner sea la excepción; dicen que ella es consciente de que el desierto será, otra vez, su sino. Es el primer gobierno peronista que no puede ofrecer otra cosa que no sea una lenta, insoportable agonía. Los vientos favorables de la economía internacional, que en su momento consolidaron los liderazgos de Néstor y Cristina Kirchner, son ahora fieras ráfagas en contra. El mundo está entrando en una desaceleración económica, si no termina siendo una recesión, y el dólar se fortalece. El resultado de ese paisaje exterior afectará los precios internacionales de las materias primas que exporta el país.
Aquí, en el mientras tanto, la primavera massista está llegando a su fin. Del Banco Central se van entre 100 y 150 millones de dólares por semana; a veces, más. Massa escuchó decir que el poder político se sostiene con las reservas del Banco Central. Néstor Kirchner predicaba esa máxima. Massa sueña con un Banco Central con 7000 millones de dólares en diciembre. Es poco, pero ese proyecto está paralizando la actividad económica y las exportaciones industriales. Para alcanzar ese módico objetivo dispuso frenar, con infinitas travesuras burocráticas, las importaciones de insumos, indispensables para la industria. El 90 por ciento de las importaciones son insumos para la industria; solo el 10 por ciento son bienes de consumo. Además, los aportes de dólares que hizo el campo con el “dólar soja” fueron anticipos de liquidaciones que debían hacerse en septiembre y octubre. Ya no están. Esos dólares crearon la sensación de una primavera promovida por Massa. Es cierto –todo hay que decirlo– que sin Massa hubiera sido mucho peor. Del mismo modo, debe señalarse que los parches sirven para un rato, pero nunca para siempre.
El peronismo sabe que lo aguarda la derrota. Solo la dinastía que gobierna parece ignorar ese destino
Entre la inflación (que algunos ya sitúan por encima del 100 por ciento durante este año) y la escasez de oferta por la falta de insumos, la actividad económica se contrae. Los parches llegaron al absurdo de que se establecieron, por lo menos, 14 tipos de cambios conocidos; hay muchos más que solo conocen los especialistas. Un país que tiene al dólar como moneda de ahorro y que no sabe su precio es un territorio de gente necesariamente enojada. Eso sucede en los sectores medios. En esos mismos estratos sociales y en los sectores de clase media baja y entre los pobres la inflación es un estrago que provoca desesperación. El día a día es inaguantable dentro del país. Los que pueden viajar están igual o peor; no saben cuánto les costará el viaje que iniciaron o que planean iniciar. Astuto, Massa dejó trascender que el “dólar Qatar” (una nueva manera de llamar al “dólar turista”) fue un pedido de los industriales para contar con los dólares que necesitan para la compra de insumos. Los empresarios pidieron que no falten los dólares que requiere la industria, no un nuevo impuesto a los que quieren viajar. Es cierto que se van del Banco Central unos 400 millones de dólares mensuales en pago de viajes a exterior, pero es la consecuencia de la pandemia que impidió los viajes durante un largo tiempo. Muchos turistas argentinos están usando ahora los pasajes que ya habían pagado. El Gobierno choca de frente con vastos sectores sociales. La clase media no está dispuesta a desconectarse del mundo. Si viajar se convirtió en una hazaña imprevisible, entonces muchos prefieren emigrar. “Los argentinos se van en oleadas”, diagnosticó el prestigioso Financial Times. Influyen también en esa dolorosa emigración los parches transitorios de la economía; la inseguridad como un fenómeno creciente e irresuelto, y la desconfianza en el destino del país y en su dirigencia. La certeza, en fin, de que en el país hay un gobierno de sonámbulos.
Massa tiene casi la misma cantidad de imagen negativa que Alberto Fernández y que la vicepresidenta. Su proyecto presidencial es, por ahora, una utopía. “Pero si lograra estabilizar mínimamente la economía, el candidato presidencial será él y no Alberto”, confiesa un amigo del Presidente. A su vez, Cristina Kirchner perdió en tiempos recientes 10 puntos de imagen y de intención de votos, que ya eran bajos desde hacía mucho. Alberto Fernández aprovechó el momento para proclamar su autonomía con la designación de tres ministras, decisión que, según se ocupó de difundir, nunca consultó con la vicepresidenta. Por los ministerios que cubrió, cometió el error de colocarse sobre sus hombros el conflicto laboral y el social, porque entre las nuevas ministras están la de Trabajo y la de Desarrollo Social. La CGT y los ariscos movimientos sociales golpearán su puerta. Hizo las cosas al revés. Comenzó su gestión postrándose ante el liderazgo de la vicepresidenta y ahora, cuando ya es tarde, quiere liberarse de esas cadenas. Al principio, tenía a gobernadores e intendentes dispuestos a acompañarlo en la tarea de sentarse de una manera más digna frente a Cristina Kirchner, según cuenta uno de los funcionarios que más lo frecuentó. Eligió la sumisión. “Empezó con la expropiación de Vicentin y ahora, apenas un año antes de que concluya su mandato, decidió independizarse. Tarde y mal”, concluye aquel funcionario. Aludía a la decisión del Presidente, en sus tiempos iniciales, de sumarse al proyecto cristinista de expropiar a la empresa manufacturera y exportadora santafesina, que luego debió rectificar. ¿Hizo ahora el desafío autonómico porque realmente quiere ser candidato el año próximo? “Parece más la pataleta de un niño enojado que quiere mojarle la oreja a la celadora”, concluye ese hombre cercano al Presidente. ¿Por qué ahora? “Porque se dio cuenta recién ahora de la situación dramática en la que está y le echa la culpa a ella”, contesta.
Juntos por el Cambio tampoco es lo que era hace casi un año, cuando ganó ampliamente las elecciones legislativas de mitad de mandato. ¿Qué hizo para que se haya devaluado? ¿Acaso se acercó al Gobierno y a sus peores políticas? No sucedió nada de eso. Solo ocurrió que desde aquella victoria varios comenzaron a acomodar en su imaginación los muebles de la residencia presidencial del Olivos. Feligreses de la egolatría, no escatimaron recursos ni palabras para descerrajar una guerra civil dentro de la principal coalición opositora. Las próximas elecciones presidenciales están ganadas. Es la certeza que exhiben. Pero la ilusión es a veces un error, peor aún que dar por conquistado lo que aún no se ha conquistado. La política se construye sobre hechos inesperados. Acaba de aparecer uno: según varias encuestas, Javier Milei tiene un piso electoral nacional del 20 por ciento. Es bastante. Milei podría convertirse en el caso argentino de un fenómeno que recorre el mundo: el crecimiento de los liderazgos antisistema. Ocurrió en Brasil, en Chile, en Colombia, en Perú, en Italia, en Francia (aunque Marine Le Pen no ganó, pero hizo una buena elección), en España con la aparición del partido ultraderechista Vox y en los Estados Unidos con Donald Trump, quien sigue siendo el republicano mejor valorado por los militantes de ese partido. “Crece la bronca y crece Milei”, sentencia un reconocido encuestador. Milei viene a representar simbólicamente a todos los que se sienten sin representación.
Dirigentes de Juntos por el Cambio auguran que, si sus dirigentes siguen con los insultos personales, llegará el momento en que no se podrán sentar juntos a una misma mesa. Mario Negri hizo la propuesta de un acuerdo que contiene tres puntos. El primero: descartar definitivamente las agresiones personales y limitar el debate a las ideas. El segundo: elaborar una programa común básico que señale las cosas que Juntos por el Cambio no haría y hacía dónde iría si fuera gobierno. El último: preparar un plan B para el caso de que el Gobierno logre eliminar las PASO, decisión que sería nefasta para una coalición con tantos pretendientes al trono. ¿Cómo elegiría Juntos por el Cambio su candidato presidencial? ¿Una interna entre ellos? ¿Lo decidirán las encuestas? ¿O tirarán una moneda al aire? Algunos legisladores opositores sostienen que el Gobierno ya tiene los 129 votos indispensables en Diputados para derogar las primarias. Todos suponen que el oficialismo cuenta con los votos necesarios en el Senado. Otros, algunos oficialistas, desconfían de esa certidumbre. Dicen que cuentan votos que no existen. Por ejemplo, el bloque de Florencio Randazzo votará en contra de la eliminación de las primarias, a pesar de su buena relación con el gobernador cordobés, Juan Schiaretti, quien ya anticipó que está de acuerdo con la eliminación de las primarias. Detrás de la derogación de las PASO está Cristina Kirchner; quiere dejar libre su dedo para elegir a quien se le ocurra como candidato presidencial y, de paso, arruinarles la vida a sus opositores. Nada para intentar calmar a una sociedad harta y furiosa. Los sonámbulos no saben que están dormidos.
Fuente La Nación