Por Eduardo van der Koy
Ni Cristina Kirchner ni La Cámpora desean que Alberto Fernández prosiga con su proyecto de reelección
La renovada tensión entre el kirchnerismo y Alberto Fernández está echando por tierra uno de los principios que promueven los propios contendientes: la conservación de la unidad del Frente de todos para afrontar las elecciones de este año. Nadie en ese universo parece desear quedarse cerca de un Gobierno que no sale de su tobogán.
El grupo que con mayor frecuencia navega aquella contradicción intencionada es La Cámpora. Uno de sus arquitectos gestuales es Eduardo De Pedro. El ministro del Interior sostuvo en las últimas horas que no está “dispuesto a abonar” a la discusión pública que lo enfrenta con el Presidente. Ese conflicto surgió de manera viscosa. El dirigente de Mercedes deslizó en la clandestinidad (un off the record que nunca desmintió) que el mandatario “carece de códigos” por no haberle permitido participar en la reunión que Lula da Silva, presidente de Brasil, mantuvo la semana pasada con organizaciones de derechos humanos. Fue en el marco de la cumbre de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe).
El “mentor de los códigos” es el mismo que en septiembre de 2021, después de la derrota en las legislativas, echó a rodar públicamente su renuncia sin que el Presidente supiera. Detonó, por mandato de Cristina Fernández, una crisis de gabinete. Su comportamiento, en ese aspecto, asoma siempre más sibilino que el resto del equipo camporista.
Andrés Larroque, el secretario general de La Cámpora es, en ese aspecto, frontal. A veces, salvaje. Sus opiniones, amén de constituir un reflejo del pensamiento de la vicepresidenta, anticipan casi siempre algún curso de acción. Ahora indica que en el corazón del radar kirchnerista está de nuevo la figura presidencial.
El ministro de Desarrollo Social de Buenos Aires desplegó una batería argumental contra Alberto similar a la que esgrimió Máximo Kirchner en la perorata sepia, a modo de entrevista, difundida el último fin de semana. El Presidente estaría colocando en riesgo la unidad frentista por no haber entendido “como debía ser” su vínculo con Cristina y el papel que tenía por delante. “Se le dio una oportunidad muy grande”, señaló Larroque. Como si la historia interna estuviera concluida en los umbrales del año electoral.
El ministro bonaerense no se guardó nada. Sostuvo que la coalición oficial “está sumida en una situación muy desmotivante y confusa”. Explicó: “Cristina fue muy inteligente en ceder el encabezamiento del Frente para poder integrarlo al sector más moderado que representaba Alberto. Y Alberto gobernó como si el representara al sector mayoritario de la sociedad. Ahí hubo un gran sentido de irresponsabilidad”, dijo.
Maximo y Larroque, igual que De Pedro, insisten en que habría que seguir “apostando a la unidad”. Parece claro que en ese objetivo no existiría lugar futuro para el Presidente. Ambos desgranaron que lo importante en los meses venideros será “mejorar la gestión” de Gobierno.
Detrás de esta guerra de palabras puede ocultarse un ordenamiento del curso electoral oficialista. Ni Cristina ni La Cámpora desean que Alberto prosiga con su proyecto de la reelección. Consideran que se trata de una fantasía perturbadora que debilitaría al Frente. ¿Por qué razón?. Porque el Presidente, a fin de preservar hasta el final una pizca del poder casi inexistente que le queda, está empeñado en una competencia amplia en las PASO donde, aun previsiblemente derrotado, pueda participar.
Cristina y el camporismo parecieran inclinados a moldear otro formato. Participar en las PASO, como en 2015, aunque con una fórmula previamente convenida. Así fue con Daniel Scioli y Carlos Zannini. Se repitió con Alberto y Cristina. Tendiente a preservar, arguyen, el frente interno. En ese esquema no cabría ninguna candidatura del Presidente. El debate no está cerrado. De hecho, formó parte de las deliberaciones del encuentro que juntó en el Conurbano (Merlo) a Sergio Massa, con Máximo, De Pedro y Axel Kicillof.
El regreso a recetas que no dieron buenos resultados parece en muchos planos una característica política del pensamiento kirchnerista. ¿O no desplegó Máximo en sus declaraciones propuestas para un futuro muy incierto con la mirada posada a comienzos del siglo pasado?. Resonante el enfado que mostró por la existencia de Internet. Sucede que la competencia electoral no representa, a priori, ninguna garantía para una dirigencia matrizada en el personalismo político.
Vale refrescarlo. La ley de elecciones Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), fue impulsada por el matrimonio Kirchner en 2009 después de ser vencido en las legislativas. Desde entonces, para las presidenciales, el kirchnerismo-peronismo nunca las puso en práctica. El único antecedente fue sin ley: lo protagonizaron Carlos Menem y Antonio Cafiero. Significó la segunda renovación parcial del peronismo. La primera fue después de la paliza propinada por Raúl Alfonsín en 1983, con el regreso de la democracia.
El problema para el kirchnerismo está centrado ahora en la búsqueda de una síntesis. Afronta un problema serio. El peronismo ha sido subsumido en las últimas décadas. No posee candidatos competitivos. Nadie asoma en una liga de gobernadores que ni siquiera está articulada. La oferta de La Cámpora se circunscribe, con extrema modestia, a la figura de De Pedro. Merodeado por dirigentes sociales, del perfil de Juan Grabois.
Ninguna encuesta muestra al ministro del Interior en condiciones de encabezar una lista. Podría resultar, en cambio, acompañante testimonial de un candidato con mayor volumen. ¿Dónde existe, al margen de Cristina, en el oficialismo?. De allí la irrupción del gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, sugiriendo que no sea desperdiciado el caudal electoral que aún retiene la vicepresidenta.
Una alternativa, antes por descarte que virtuosa, la representa el ministro de Economía. El “Alberto imaginario” de esta época, al decir de armadores frentistas. Los límites están en su pasado y en la propia gestión. Ha dicho, a modo de defensa, que recibió el país en “estado de coma”. Su administración, cree, lo habría colocado en “terapia intensiva”. Puede volver en cualquier momento a la situación anterior.
Massa tiene un condicionante de magnitud: la inflación que vuelve escalar en el inicio del año electoral. Se aleja del 4% que prometió para marzo. Añade otras dificultades que no estarían a la vista. Reparemos de nuevo en Máximo: acaba de proponer e nuevo el desconocimiento del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Renegociar los términos en que fue sellado. Es la única hoja de ruta del ministro.
El hijo de la vicepresidenta se dice aliado del ministro. También, con desgano, Kicillof. Serán mientras la inflación no vuelva a tomar vuelo. Allí pueden terminar todas las ensoñaciones de Massa.
Fuente Clarin