Dr. Jorge Corrado* -Especial Total News-
“Hacer la revolución no es ofrecer un banquete, ni escribir una obra, ni pintar un cuadro o hacer un bordado; no puede ser tan elegante, tan pausada y fina, tan apacible, amable, cortés, moderada y magnánima. Una revolución es una insurrección, es un acto de violencia mediante el cual una clase derroca a otra”
Mao Tse Tung
La Argentina peleó las guerras “posibles” durante la Guerra Fría, en zona desnuclearizada: una “limitada” y breve, en el Atlántico Sur y otra “muy limitada” y larga, que cabalgó al “estado de guerra civil”, en su etapa posterior a 1955. Ésta última no es considerada hoy -por la gran mayoría de nuestros políticos- como lo determinó la Cámara Federal de la CABA: “guerra civil revolucionaria”.
En los 80’comienza la etapa de la explotación jurídica de la agresión revolucionaria, desde 1983, se realizó a través del CELS y ha sido central para el objetivo revolucionario de la destrucción institucional del Estado argentino. En particular de sus FFAA y del sistema judicial federal.
En las guerras en acto, la “infoesfera” constituye una acción estratégica muy importante. Las guerras del siglo XXI se dan fuera de teatros de operaciones militares. Se desarrollan sobre las sociedades. La masa de bajas son civiles y el Estado se enfrenta a “milicianos” que operan sin límites morales ni responsabilidad.
Ello exige a los actores manipular a la opinión pública a través de la comunicación social. El “relato”, que es una falacia narrada, es una exigencia del ya antiguo proceso pseudo-revolucionario, que actualmente en nuestro país controla al 80 % de los medios, a través del Estado.
Esa es la causa de que un porcentaje -el menos independiente y el más tansculturizado- apoye al “modelo populista”, que lo retiene en la pobreza. Son los militantes y “sectores duros” que han “tragado” el “relato” que los medios repiten sin pausa, a lo largo de todos los días.
Hay países que se conducen a través del “Derecho Consuetudinario”, consolidado a través del tiempo y tomado de sus tradiciones, es decir de sus “costumbres”. Nosotros, en nuestra Argentina -como la gran mayoría de Occidente- hemos adoptado el Derecho Positivo, establecido en Códigos escritos y estos derivados de la Constitución Nacional. Los gobiernos dependientes del Socialismo Siglo XXI -a través del Foro de San Pablo– han arrasado con los principios del derecho penal codificado, han quebrantado a la Constitución Nacional y, cuando es conveniente, se apoyan en un derecho que nos es ajeno, tal el caso de las “costumbres internacionales” que no rigen para nosotros en el ámbito interno, si bien conforman al Derecho Internacional Público que se fundamenta en las “costumbres” del derecho anglo-sajón, de origen consuetudinario.
La Argentina ha licuado su jurisprudencia penal, para “trastocar” una derrota terrorista-revolucionaria en el terreno, en una victoria política-estratégica que llevó al gobierno al neo-marxismo.
¿Conoce la sociedad argentina algún país en el mundo que haya juzgado a sus soldados -mandados por el Estado a aniquilar a un agresor revolucionario- con el Código Penal, como si fuesen vulgares asesinos? Sin embargo ello ocurre hoy en nuestra Patria, pues ha operado la política de derechos humanos unilaterales -en manos comunistas- y ella origina la necesidad de negar que “hubo una guerra civil-revolucionaria”. Es el gran éxito del “relato”.
La política de los derechos humanos ha reemplazado a la política de seguridad nacional. Vivimos hoy en una cruel inseguridad e indefensión, provocada por esta maniobra perversa, controlada por los revolucionarios neo-marxistas mimetizados. Una colusión inimaginable.
Todo atropello a la ley y a la Constitución es esperable y hasta “natural” para la continuidad de la pseudo-revolución. Cuando no pudieron reformar la Constitución, recurrieron a la “democratización de la Justicia” y cuando ese camino se cerró, modificaron los códigos. No hay límites para retener el poder revolucionario: “llegamos para quedarnos” y “vamos por todo”. Esas son expresiones de quienes conducen al neo-marxismo, con un 70 % de la población en oposición -pero dividida-.
Nuestra guerra civil revolucionaria no fue “fría”. Fue muy caliente. Tuvimos un record mundial de hechos terroristas a lo largo de una década -22.800 en diez años-, con infinidad de muertos y destrozos. Fueron derrotados en combate, el cuasi-Estado no dio batalla -la dirección estratégica de los combates- y la guerra -en el plano político- trastocó el éxito táctico de los argentinos -en el terreno- en una derrota que hoy somatizamos en medio de una decadencia generalizada.
El pivote de giro fue el decreto 158/83, traído desde el RU inmediatamente después de la Guerra del Atlántico Sur por el Dr. Carlos Nino y firmado por el Presidente Alfonsín horas después de asumir la presidencia. El caso a homologar fue el de la “purga estalinista”, posterior a la guerra civil rusa. En ella fueron fusilados 36000 oficiales del Zar, por los tribunales populares.
Hoy existe una puja entre partidos, para alcanzar el poder. Los partidos deberían trazar sus estrategias y tácticas en el campo de la “pequeña política electoral”. Hoy los partidos tradicionales están en total dispersión provocada por los “entrismos” de izquierda. La puja es entre candidatos.
Pero es una puja de ideas, o debería serlo. El hecho de que existan agresiones personales, no las homologa a una guerra, donde siempre hay sangre. Lo que sí debemos tener en cuenta en éste momento histórico, es que estamos a meses de tomar una decisión fundamental: ¿le damos continuidad al proceso revolucionario, teñido de narco-terrorismo, o retomamos el camino de la república constitucional, con nuestro voto? Según lo hagamos, nuestro futuro será de Paz o de agravamiento de tensiones sociales, que pueden regresar a la guerra civil.
En los 70’ muertos los ancianos líderes tradicionales, que buscaban la pacificación y la unidad, regresaron los “jóvenes talibanes” de clase media, que aterrorizaron a la sociedad argentina. Producida la cooptación y licuación de los partidos, en tiempos electorales encubren con piel de corderos, al lobo que llevan dentro. Entonces el neo-marxismo se arropa como peronistas o radicales, pero no lo son. Alguna prensa, que lo sabe, no lo ve, o mejor dicho, no lo quiere ver. Nadie cita a la revolución. El muro creado por la política de derechos humanos, se hizo impasable para la dirigencia política.
El candidato ideal, no existe, pero como dicen los chicos, “es lo que hay”. Y dentro de lo que hay es imprescindible elegir lo mejor, lo que es bueno.
Como consecuencia de una masiva acción psicológica del gobierno, que busca la continuidad del “modelo”. Necesitamos, inmersos en una fuerte crisis generalizada, una conducción con AUTORIDAD y ésta solo emerge de la sumatoria de actos de una persona, o de un conjunto de personas que a lo largo de sus vidas hayan pedido deberes, antes que derechos. Esa debería ser la búsqueda afanosa del electorado, en los días que corren.
*El Dr. Jorge Corrado es abogado (UBA).Profesor titular de Ciencia Política y Estrategia y Geopolítica en la Universidad Católica de La Plata. Director del Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires.