Por Fernando Laborda
Es muy probable que Eduardo “Wado” de Pedro diste de ser el candidato presidencial que pueda garantizarle la victoria al kirchnerismo. De hecho, distintas encuestas lo ubicaban hasta hace pocos días en un modesto tercer puesto en intención de voto entre los potenciales postulantes para la Casa Rosada que se barajaron en la coalición oficialista: tanto Sergio Massa como Axel Kicillof lo superaban. Pero lo cierto es que, esta vez, Cristina Kirchner, convertida en gran electora de la fórmula presidencial de Unión por Todos (UP), carecía de opciones que le asegurasen el triunfo.
El flamante binomio integrado por De Pedro y Juan Manzur constituyó una suerte de fórmula de compromiso, el fruto de una resignación. Con la inflación en el máximo rango de los últimos 32 años, en torno al 114% interanual, y su fenomenal impacto en la tasa de pobreza; con expectativas sociales por el piso y con niveles de inseguridad alarmantes que se extienden a cada vez más zonas del país, la conservación de la presidencia de la Nación se ha tornado poco menos que una misión imposible.
Le queda a la vicepresidenta de la Nación la esperanza de retener la provincia de Buenos Aires, el refugio natural que buscará el kirchnerismo si le toca pasar a ser oposición desde el 10 de diciembre próximo, y llevar a cabo la elección presidencial más digna posible: esto es, entrar al ballottage. Podría eventualmente tener un plan B, para el hipotético caso de que la coalición gobernante quede tercera y fuera de la segunda vuelta electoral, que pasaría por apostar a un rápido desgaste del futuro presidente de la Nación –se trate de Patricia Bullrich, de Horacio Rodríguez Larreta o de Javier Milei– para retornar más temprano que tarde al poder. Pero un escenario donde el kirchnerismo quede relegado al tercer puesto podría derivar en una rebelión dentro del peronismo con Cristina como mariscal de la derrota y pondría en duda la viabilidad de cualquier plan destituyente.
Ni De Pedro ni Manzur aportan mayor volumen electoral propio y ambos ofrecen una debilidad de origen: los dos son o han sido funcionarios del gobierno del que tanto pretende diferenciarse Cristina Kirchner. “Wado” fue ministro del Interior desde el primer día de la gestión de Alberto Fernández en la Casa Rosada y Manzur fue jefe de gabinete del mismo gobierno desde septiembre de 2021 hasta febrero de este año.
El flamante candidato presidencial del kirchnerismo ni siquiera ostentaba hasta la semana pasada un nivel de conocimiento aceptable en los estudios de opinión pública y su potencial electoral sonó escaso hasta el momento, aunque sus defensores podrán esgrimir que el desconocimiento es una oportunidad de crecimiento y que De Pedro tiene una historia de vida en la que se destaca su capacidad para remontar adversidades que irían desde el hecho de ser hijo de desaparecidos hasta su tartamudez.
¿Por qué lo eligió Cristina Kirchner? Básicamente, por su fidelidad hacia ella (“Voy a hacer lo que la compañera Cristina diga”, afirmó no hace mucho en una entrevista periodística) y porque este dirigente de La Cámpora resulta el más genuino representante de los “hijos de la generación diezmada” que, a juicio de la vicepresidenta, deben “tomar la posta”, y sobre los cuales aspira a montar su nuevo relato.
Lejos de la moderación que algunos analistas le atribuyen al flamante candidato presidencial de Unión por la Patria, De Pedro se encargó horas atrás de confirmar su pensamiento frente a los vandálicos hechos registrados en Jujuy: “El modelo al que nos quiere llevar Juntos por el Cambio solo se sostiene con represión. Repudiamos la brutal represión contra las y los manifestantes. Una Argentina sin violencia es posible”, afirmó. Ni una palabra sobre el ataque a la Legislatura; tampoco, sobre la desaparición de Cecilia Strzyzowski en Chaco.
La más “ingeniosa” estrategia que ha armado el cristinismo hasta ahora pasa por la construcción de un enemigo al cual demonizar. Todo relato, para ser exitoso, precisa de la construcción de un enemigo al que se debe presentar siempre como una figura hostil, indeseable y peligrosa. Esa contrafigura de la “generación diezmada” y sus hijos no es otra que “la derecha” en el discurso kirchnerista. Una expresión que abarca tanto a Juntos por el Cambio como a los libertarios de Milei.
Así como desde 1946 el peronismo alimentó antinomias tales como “Perón o Braden” y “Patria o colonia”, la antítesis que signa el nuevo relato del kirchnerismo es “Unión por la Patria o Juntos por la Represión”, para lo cual los dirigentes del oficialismo se valen de la defensa conjunta que los líderes de la principal fuerza opositora hicieron del gobierno de Gerardo Morales tras los lamentables hechos de violencia generados en Jujuy por activistas vinculados a sectores de izquierda y del propio kirchnerismo, bajo el pretexto de su oposición a la reforma de la Constitución provincial.
Con ese relato, los seguidores de Cristina Kirchner apuntan a recobrar una mística que se venía perdiendo, a movilizar emociones y a consolidar identidades grupales para enfrentar la diáspora que sufre de la mano de la grave situación económica y la impericia del gobierno nacional para evitar su empeoramiento.
Cualquier estrategia de construcción de un enemigo es siempre simplificadora. Como advirtió el semiólogo italiano Umberto Eco, puede ser manipuladora y peligrosa porque, además de simplificar la realidad, alimenta el prejuicio y fomenta la intolerancia hacia “el otro”.
Más aun, la construcción del enemigo puede muchas veces implicar fracasos políticos. Por ejemplo, en 2008, la estrategia kirchnerista de demonización del campo para imponer su frustrado proyecto de ley de retenciones móviles a las exportaciones agrícolas terminó uniendo, más allá de sus diferencias, a las distintas entidades rurales en torno de una comisión de enlace, que contribuyó a asestarle una dura derrota parlamentaria al gobierno de Cristina Kirchner, que incluso perdió las elecciones legislativas del año siguiente.
Los violentos episodios de Jujuy, con el gravísimo intento de incendiar la sede de la Legislatura; la tentativa de demonizar al gobierno de Morales por la consecuente represión policial y la sobreactuación de los principales funcionarios y dirigentes kirchneristas, incluidos el Presidente, la vicepresidenta y el propio De Pedro, condenando duramente al mandatario jujeño y avalando indirectamente a los activistas que sembraron las calles de caos y violencia, derivaron en la alineación de figuras de Juntos por el Cambio.
Cuando las diferencias internas y las luchas por espacios de poder en la coalición opositora eran la comidilla del oficialismo, el ataque del gobierno nacional a Morales y la toma de partido por los más violentos parecieron unificar a los dirigentes de Juntos por el Cambio, donde se coincidió en que no había espacio para posiciones tibias.
Paradójicamente, la violencia que arrasó con Jujuy derivó en coincidencias puertas adentro de la fuerza opositora.
Fuente La Nacion