
Esta semana, el juez de Cámara por ante el Tribunal Oral en lo Criminal y Correcional N° 4 del Poder Judicial de la Nación, Julio César Báez, decidió condenar al abogado Alejandro Sánchez Kalbermatten por un presunto intento de “chantaje” a los empresarios Sebastián y Matías Eskenazi.
Amén de que el hecho quedó grabado en video y allí queda de manifiesto que la extorsión jamás existió, sorprende que el magistrado haya terminado siendo funcional a los Eskenazi, quienes se esconden como “testaferros” detrás de la oscura Burford, firma que tiene a la Argentina complicada judicialmente por el juicio de YPF.
Báez es un magistrado con severas máculas, que vienen de allá lejos y hace tiempo, de cuando era secretario de una Fiscalía Penal de Instrucción y quedó al borde del juicio oral y público por haber plagiado un libro jurídico del entonces juez de instrucción Mariano Bergés y el fiscal Juan Facundo Giúdice Bravo.
Quienes lo investigaron fueron los magistrados Alfredo Barbarosch, Mariano González Palazzo y Gustavo Bruzzone, de la Sala Cuarta de la Cámara del Crimen, y dieron por probado que Báez hizo “aparecer como propias opiniones de aquellos”, en referencia a los mencionados Bergés y Bravo.
En tal sentido, los jueces le atribuyen a Báez haber utilizado “el mismo índice y estructura general del libro, contenido, citas y presentación de los temas”.
Más aún: los camaristas consideraron que el libro de Báez, publicado en 2001, en comparación con el de Bergés y Giúdice Bravo, contiene “no sólo semejanzas sino literalidades, detalladas por los peritos, que excederían lo que puede considerarse producto de la influencia de un autor sobre otro”.
Está claro que, cuando se habla de la mala reputación del Poder Judicial, este tipo de cuestiones son el botón de muestra esencial para entenderlo.
Fuente Mendoza Today