En tiempos de explosión juvenil, de figuras emergentes que anticipan con la tecnología el aprendizaje que se supone concede la carretera, un veterano reivindica el ciclismo de la sabiduría y la experiencia. El portugués Rui Costa, 36 años, se agencia la tercera corona de la secuencia pirenaica en la Vuelta a España y penaliza la sobredosis de esfuerzos de Remco Evenepoel. El fenómeno belga vuelve a lanzar la carrera, a perseguir ambiciones y a popularizar su estilo atacante. Pero Remco no puede con todo, no es infalible. Su perfil incontestable se aplaca con la fatiga de tres días de esfuerzos continuados y una presencia en carrera sin igual. También en Lekumberri lo intenta, pero esta vez la veteranía de Rui Costa lo tumba.
Evenepoel ha decidido no subestimar el poder de la amabilidad. Muchos sectores de la caravana ciclista lo miran con distancia por su gestualidad tendente a la pompa y el autobombo y él ha decidido reaccionar.
Por la mañana, en la salida de Pamplona, se acerca al autobús del DSM y le regala a Bardet el maillot de campeón belga y el trofeo de la etapa por su colaboración camino de Belagua. Por la tarde, le indica a un auxiliar del Soudal apostado en una cuneta que le entregue un bidón de agua a Buitrago, uno de sus adversarios durante la escapada.
Evenepoel se entrega ahora a las fugas, no quiere correr en compañía del pelotón, necesita el aire limpio para redimirse de su apagón en el Aubisque. Una secuencia de vacío corporal y mental que lo mortificó durante una noche y a la que quiere replicar con temperamento y tenacidad.
Desde su posición de desventaja en la general, perdido a 16 minutos de Sepp Kuss, Evenepoel se ha propuesto ser protagonista cada día. Una manera de exponer que el ciclismo no siempre necesita los tópicos del día a día, guardar fuerzas y esperar agazapado las oportunidades.
Al belga corresponde la licencia de la etapa. Ataque en el minuto uno y sucesión de derrotes en diferentes puntos kilómetros, tal vez elegidos por inspiración y no por previsión. En el ascenso al puerto de Lizarraga, un tercera categoría con 19 kilómetros de extensión, desgaja el pelotón, provoca una estampida y genera tensión en el Jumbo. Marc Soler, sexto a tres minutos del líder, se ha colado en el vagón y se ha llevado a Vingegaard a su vera.
Ataques de Evenepoel
El Jumbo contesta con el avasallamiento. Un batallón de camisetas amarillas y negras persigue a Evenepoel, Soler, Vingegaard y la compañía a su lado. Son solo 19 ciclistas en la locomotora del equipo neerlandés, señal de que Evenepoel ha hecho daño. Cuando Jumbo cancela, empieza la segunda parte de la película.
Evenepeol provoca otra fuga y se junta con 15 espadachines sin peligro para el conjunto neerlandés. En el puerto de Zuarrarrate, que se escala dos veces, el prodigio belga no se protege del viento. Siempre da la cara, tira del tren, relevos largos ante la carencia del resto. Parece inevitable otra victoria del último ganador de la Vuelta. Pero en el ciclismo no siempre dos y dos son cuatro.
Gente de calidad se aprovecha con astucia del trabajo del belga. El colombiano Buitrago ataca en la subida, y le sigue un boina verde, Rui Costa, veterano de 36 años que fue el campeón del mundo en aquella tarde de lágrimas de ‘Purito’ Rodríguez en Florencia por el desliz táctico de Valverde.
El portugués racanea a Buitrago, lo altera con sus gestos, también gestiona la moral de Kamna, el alemán que ha llegado a la pareja y es el más cualificado para ganar. Kamna cae en una curva y se recupera ante la mente fría de Rui Costa, que pone nervioso a Buitrago. «Siempre dicen que los veteranos estamos viejos y cansados, que tal vez conviene fichar a otros corredores más jóvenes, pero siempre digo que tenemos mucho para dar y que hay que mantener la calma», dice Costa. En la meta, con Evenepoel a punto de cazar, el luso acelera, desnuda a sus rivales y honra las patas de gallo con una victoria en Lekumberri.
Fuente ABC