La única vez que Mickey Rourke vino a la Argentina no fue para promocionar una película, sino para participar en una exhibición de boxeo. Su contrincante fue Henry De Ridder, especialista en deportes invernales, que por entonces era parte de la troupe de Ritmo de la noche, el ciclo que conducía Marcelo Tinelli en Telefe. La pelea fue el 1 de agosto de 1993.
“Hoy eso sería imposible, pero en ese contexto se pudo”, le confió Gonzalo Bonadeo a LA NACIÓN. Durante los pocos días que pasó en Buenos Aires, Rourke visitó también a Susana Giménez en su programa y allí le contó que había ido a ver al excampeón mundial Carlos Monzón -expareja de la diva-, preso en el penal de Batán. También estuvo en la Casa Rosada conversando con Carlos Menem y se llevó la amistad de quien fue su guardaespaldas durante todo su periplo, Dani La Muerte, el mismo que años más tarde tendría un paso mediático trabajando junto a Ricardo Fort. A principios de los 90, en la cima de su carrera, Rourke hizo un impasse en el cine para saldar una deuda pendiente consigo mismo: antes de convertirse en un galán de Hollywood, había soñado con la idea de convertirse en un reconocido boxeador.
La propuesta de venir a la Argentina para pelear en un programa de televisión le vino como anillo al dedo porque se llevó un interesante cachet y, de paso, conoció una ciudad que nunca había pensado visitar. La primera opción fue montar el ring en New York City, la disco top del momento, ubicada en Álvarez Thomas y Triunvirato. Pero finalmente el cuadrilátero se hizo en un estudio de Telefe y no fue en vivo: grabaron la pelea la noche anterior. Como en los grandes combates de Las Vegas, hubo celebridades invitadas, entre ellas Valeria Mazza, los Midachi y el actor Jorge Schubert, y veteranos del boxeo, campeones del mundo de gran prestigio, como Horacio Acavallo, Sergio Víctor Palma y Horacio “La Pantera” Saldaño.
La exhibición y la difícil elección del rival
Fue una pelea de tres rounds cortos que terminó en empate. Por pedido de Rourke, se trató de una exhibición y no de un combate. El encuentro fue parejo, amable, y se coronó con una foto de Rourke y De Ridder sosteniéndose la mano en alto mutuamente, y una plaqueta para cada uno. Esa noche, Ritmo de la noche hizo 49 puntos de rating, a pesar de que Rourke apenas saludó al final y dijo que había sido un muy buen match. “Había que hacerlo, aunque tenía un problema en la mano derecha”, aclaró el actor. De Ridder, por su parte, aseguró que Rourke “no es el blef que todo el mundo esperaba”, sino que “pega bien y tiene mucha ductilidad”.
Santos Zacarías, el entrenador de Látigo Coggi, preparó a De Ridder en tiempo récord porque, según se supo, no fue la primera persona en la que pensaron para la exhibición. Dicen que la primera opción fue el actor Gerardo Romano, pero Rourke era un poco más alto que él y por eso lo descartaron. Después creyeron que Ivo Cutzarida iba a estar muy bien, pero estaba viviendo en los Estados Unidos y no podía viajar. Recién entonces pensaron en De Ridder, que era parte de la troupe de Tinelli.
“Esa es la parte que me dolió, porque yo era un boxeador muy bueno, hacía años que boxeaba, llevaba cinco años en la Federación, un año en el Luna Park… Yo era un excelente boxeador y me sentí ninguneado”, le contó hace un tiempo a LA NACION. También dijo que “había un contrato con cláusulas inamovibles” que tuvo que firmar: “Yo no lo podía desfigurar porque él era actor de primera en Hollywood y tampoco podía ganar porque no podía degradar su imagen”.
“Rourke vino a la Argentina por cuatro días, de jueves a domingo. Ese jueves, yo estaba acá, en mi departamento, me llamó por teléfono. ‘¿Mr. De Ridder?’, preguntó. No hablaba una palabra de castellano, y me pidió que fuera a verlo a la suite presidencial del Hyatt, para conocernos. Fue un movimiento muy inteligente: quería saber con quién iba a enfrentarse. Cuando llegué a la habitación, estaba con sus guardaespaldas, sus representantes y cuatro chicas que agacharon la cabeza para que no las reconociera. Tomamos un café y charlamos un rato. Al día siguiente dobló la apuesta y me dijo que quería ‘trabajar’ conmigo para sacarse el jet lag. Quería hacer guantes. Quería probarse”, rememoró De Ridder.
“Me pasó a buscar en limusina y fuimos a un gimnasio a entrenar. Vino con sus representantes y sus guardaespaldas. Uno era el argentino Dani La Muerte. Hicimos dos o tres rounds y yo me di cuenta que Rourke era un árbol, pero sabía muy poco de boxeo, le faltaba la técnica. Al otro día me llamó un productor y me dijo que Rourke tenía lastimada la muñeca y que en lugar de ser 3 rounds de 3 minutos con uno de descanso, serían 3 rounds de 2 minutos con uno de descanso. ¡Mentira! Quería hacerla más corta porque se había dado cuenta de que yo le podía ganar”, detalló.
“La exhibición fue técnica y mala, no tuvo estallido”, recuerda Osvaldo Principi, el especialista en boxeo que se ocupó de relatar la pelea. “En ningún momento hablé con Rourke. Lo trataban Tinelli y el productor Fabián Scoltore. Rourke estaba muy nervioso el día de la pelea, no quería hablar con nadie; me acuerdo que me mandaron a calmarlo, pero fue en vano porque yo no tenía relación. La exhibición no tuvo alto voltaje, aunque fue el tema del día. Mucha gente ayudó y otros quisieron tirarlo para atrás, pero fue el tema del día. Rourke tenía licencia profesional del estado de Florida, y Henry tenía una licencia amateur de la Federación Argentina de Box. Los dos eran boxeadores federados”.
Bonadeo también tiene algunos recuerdos de ese día: “Era difícil acceder a Rourke aunque le hicimos un par de preguntas y como sé hablar bien inglés, a mí me tocaba hacer esa parte. Los dos eran deportistas. Y tenían técnica. Un detalle para entender la lógica del tiempo es que estábamos en el 1 a 1 y era súper viable hacer eso; hoy sería imposible por una cuestión de costos. En esos años también vinieron bandas, jugadores de futbol 4, subcampeones que jugaban para Holanda, campeones que jugaban para Italia y hasta inventaron dos ingleses que eran en realidad eran escoceses. Hoy eso sería inviable”, concluyó.
Fuente La Nacion