MATANZAS, Cuba -. Humberto Eladio Real Suárez nació en Matanzas y emigró ilegalmente a EE. UU. con 23 años, donde ingresó a las filas del anticastrista Partido Unidad Nacional Demócrata, que le brindó entrenamiento militar.
Condenado en 1994, a sus 26 años, por desembarcar en la Isla como parte de una expedición armada procedente de Estados Unidos, que pretendía iniciar un foco guerrillero en el Escambray, el preso político fue liberado el pasado 30 de marzo tras pasar 29 años en prisión.
El hombre de 54 años fue en inicio condenado a pena de muerte, pero esta pena le fue conmutada seis años después gracias a la presión internacional.
Ahora, este exprisionero político, residente en Matanzas, que tiene vigilancia constante de la Seguridad del Estado sobre su domicilio, cuenta su historia para Cubanet.
Tu infancia y juventud en Matanzas…
Siempre desde la secundaria nos manifestábamos, y no era cuestión de diversionismo ideológico, era cuestión de libertad y de derechos. A las escuelas asistía personal, sé que eran del gobierno, pero se podía hacer pasar por un bombero o por un médico. Para captar muchachos, pero no todos estábamos de acuerdo. Por cuestiones de tradición familiar y por personas que conocía que vivían en el exterior y que te hablaban muy diferente a la realidad que te hacían creer aquí.
Cosa que después, cuando me fui del país, que fui balsero, pude comprobar la libertad verdadera en los Estados Unidos, que me motivó y me cautivó tanto que ingresé en la fila de un partido para luchar por la libertad de Cuba.
A mí y a mi hermano nos tenían como desafectos del sistema comunista por las manifestaciones y la forma en que hablábamos. Inclusive éramos víctimas de citaciones frecuentes. Amenazaban con poner una ley que existía, que era peligrosidad, porque no trabajábamos para el Gobierno.
Yo trabajaba con mi padrastro aquí y atrás, en un campo que había. Sembraba frijoles, yucas. Y vivía pescando y vivía de lo que Dios me proporcionaba.
Balsero…
Varias veces había sido citado por el jefe del sector, Carlos Álvarez. Ya varias veces me había amenazado con meterme dos años preso por peligrosidad, porque yo no trabajaba para el Gobierno. Y yo le decía que yo trabajaba, tenía una finquita, sembraba, pescaba. Yo vivía, ¿me entiendes? Sobrevivía y alimentaba a mi hija y a mi familia, a mi esposa. Vivía, ¿me entiendes? Yo vivía en ese entonces en el barrio de Simpson.
Pero que tengo un amigo que… Yo tenía una balsa que era para ir al río para atarrayar. Y ese amigo me propuso que si esa balsa podía servirnos para irnos del país. Y eso fue de un día para otro.
Y yo le decía, ¿cómo no? ¿Cómo no va a servir? Y ya nos dio esa idea y tomamos la balsa. Y eso no lo planeamos mucho. Y a dios gracias. Un 16 de junio salimos de las costas cubanas por la carretera de Varadero, cerca de Carbonera. Y nos recogieron el 24 en alta mar, un crucero, el Discovery One. Y nos llevó hasta tierra de los Estados Unidos.
Estuvimos ocho días a la deriva en el mar. Ahí tuvimos que comernos hasta una gaviota cruda, algunos peces que saltaban y caían dentro de la balsa. Pero lo más lindo de mi vida es haber conocido la realidad de los Estados Unidos.
Eso me motivó mucho más las ideas políticas que hoy tengo en mi mente y en mi corazón, y que seguiré hasta el último día. Eso me motivó a ingresar en la fila de un partido, a recibir el entrenamiento militar y a venir a pelear a Cuba.
No he sabido más de esos compatriotas dirigentes del partido. No han hecho ningún contacto conmigo. Quisiera, si alguna vez vieran mis palabras, quisiera hacer contacto con alguno de ellos porque no he sabido más nunca de ellos. No sé si estaban vivos o muertos, eran personas mayores. Dios quiere y estén vivos.
Uso de las armas…
No tiene nada que ver con la desproporción que sea ni las armas, creo que una acción bien elaborada puede tener su fruto.
Los que gobiernan ahora, que mantienen una tiranía por más de sesenta años, lo intentaron muchas veces y al final lo lograron. Contra un ejército como el de Batista, que estaba mucho mejor armado que ellos. Y estoy seguro de que aquí en Cuba muchas personas se sumarán a la lucha.
No quiere decir que todo sea necesario por medio de la guerra. Creo que un cambio democrático y significativo en Cuba puede nacer dentro de sus mismas filas. De alguien valiente que tome la iniciativa.
El entrenamiento…
Duró alrededor de un año. Fue en una zona conocida, pantanosa, de los Everglades, allá en la Florida, a cien millas de la ciudad de Miami. Ahí se nos dio entrenamiento militar de armamento y de supervivencia.
Y la idea nace de venir a liberar a Cuba por medio de las armas, porque eso es algo que los cubanos tenemos siempre. Y no sea porque este Gobierno también, desde que tomó el Gobierno, siempre ha estado predicando la guerra y el armamento. Pero nuestra naturaleza siempre ha sido también de tomar las armas.
Misión…
Bueno, la misión que yo traía en específico era crear un foco guerrillero en las montañas del Escambray. Ir captando adeptos y personal para crear una guerrilla. Ya después que tuviéramos un determinado grupo de personas, atacar unidades militares que están diseminadas y regadas por toda la zona del Escambray, apoderarnos de un armamento y seguir armando personas.
Intervención…
Bueno, nosotros fuimos trasladados en la noche del 13 de octubre del año 94 en un van cerrado. Fuimos trasladados hacia una casa en cabo Tavernier. Ahí en cabo Tavernier estuvimos ese día con los dirigentes del Partido Unidad Nacional Demócrata.
Ahí se nos dio las instrucciones, se nos dio el armamento. Entonces, el 14, en horas de la noche, nos acercamos a Cuba por la costa de Villa Clara, frente a Sagua la Grande. Hasta llegar a un lugar que le dicen Boca Chica.
Ahí desembarcamos por un pedraplén. Éramos siete. Armando Sosa Fortuny, Jesús Rojas Pineda, Miguel Díaz Bausa, José Ramón Falcón Gómez, Pedro Visao Peña y Lázaro González Caraballo.
Cuatro de los del equipo que viene conmigo se van delante. Nos quedamos tres atrás. Yo, Armando Sosa Fortuny y Jesús Rojas Pineda.
A lo lejos se ven las luces de un carro que viene de los cayos. Yo paro el auto. Salen los compatriotas míos. Yo mando al personal que venía dentro del auto a que se apee. Nunca me aproximé al auto. Estaba como unos cuatro metros del auto. Veo que hay más personal del que yo pensaba que había en el auto y manipulo el fusil. Es un AR-15 el que yo traía.
Pero que yo lo pruebo en alta mar y no me percato de poner el seguro para que no se fuera ningún disparo, lo que había puesto era el selector de ráfagas. Se produce una ráfaga. El hombre que va cruzando por el frente del carro recibe de eso varias balas de esas ráfagas. El perito dijo que era una explosión craneal lo que había tenido. Eso fue lo que explicaron. Nunca supimos si el hombre estaba vivo o estaba muerto.
Ocupamos el carro. Los otros integrantes, que eran otros cuatro más, yo los mandé a que se tiraran al agua. Les dije: “tírense al agua o los mato todos”, que no era mi intención. Si no era deshacernos de ellos, que se tiraran al agua, y no hubiera otro tipo de evento como el que había acabado de ocurrir. Sosa Fortuny se monta al volante, pero no sabía conducir carro soviético. Entonces yo me paso para adelante. Doy marcha atrás porque el hombre estaba acostado en el suelo. No sabía si estaba vivo o estaba muerto. Y me voy. Y nos vamos al carro. Ya cuando estamos en tierra, hay un camión que está atravesado en la carretera. Acto seguido que yo llego allí, que me paro como 20 metros, sale un guardia vestido de militar y va a asomarse por la ventana al lado del conductor. Yo estoy en el timón. Y ya yo lo apunto con fusil y le digo: “suelte el arma”. Pero que los que vienen atrás, Sosa Fortuny, como te había dicho, y Rojas Pineda, no se apean del auto a desarmarlo. Y él corrió hacia atrás del auto y nos cae a tiro. Me hiere a mí en el brazo y en el muslo, y a Sosa y Fortuny aquí atrás en la cabeza. Y yo tiro una ráfaga en el timón por la ventanilla del lado. Acto seguido que se produce ese intercambio disparos, llega un camión con guardafronteras.
Y ahí fuimos detenidos. Al otro día nos llevaron al hospital y me operaron a mí en el brazo y a Sosa Fortuny. Y ese mismo día en la noche nos llevaron a Villa Marista, que era la Seguridad del Estado Nacional. Ahí nos tuvieron alrededor de un año y un mes. Y después nos repartieron por varias prisiones. Yo vine a ver a mis demás compañeros luego de un año y medio.
Fue en abril del 96, en Villa Clara, donde nos celebraron el juicio. A Lázaro González Caraballo y a Pedro Visao Peña los condenaron a 15 años. A Rojas Pineda, 20 años. A Falcón Gómez, 25 años. Sosa Fortuny y Díaz Bausa a 30 años. Y a mí me condenaron a muerte. Estuve 16 años con la pena de muerte.
Prisión…
Los interrogatorios eran diarios y en horas de la madrugada. Cuartos cerrados herméticamente con el aire acondicionado en su máxima potencia. Las luces de iluminación, demasiadas. No apagaban las luces ni de día ni de noche. Era un proceso de desgaste.
A mí me llevaron de ahí después de la condena directo para el Camagüey, la prisión especial de máxima severidad, el régimen especial del país y Kilo 8. Pero yo en realidad estuve 21 años en Camagüey. De esos 21, 17 años en una celda.
¿Qué sentiste cuando dictaron la pena de muerte?
No fue ningún arranque emotivo, no sentí nada.
Porque desde que yo estaba en el proceso de investigación en Villa Marista, siempre me estaban diciendo que mi pena era la de muerte. O sea que ya cuando lo dijeron en juicio, no me cogió por sorpresa.
Condiciones…
Me pusieron en el área de mayor severidad.
Es una celda de unos 80 de ancho y 3 metros de largo. Eso, te lo puedo comparar como… no sé si te digo dentro de nosotros los mortales que te pueda relatar el infierno. Ahí había presos de todo tipo y de todas partes del país.
No se dormían ni de día ni de noche. Eran broncas y griterías y todos sufrían por los efectos psicológicos. Y si a la hora del recuento llegan a tu celda, y tú estás condenado a muerte, y le dicen a quien está en la celda al lado mío: “Mañana se te va el caballo, mañana se te le va el avión”.
Ese era un método que usaban mucho, “mañana se te va el avión”. Ahí queda cerca el aeropuerto de Camagüey. Un riesgo que lo mantienen constantemente psicológicamente diciéndoles eso. Cada vez que oye despegar un avión, estás en un círculo vicioso. La gente se aterraba, gritaba por la madrugada. En el tiempo que estuve ahí más de veinte personas se quitaron la vida, ahorcados, los 21 años que estuve ahí. Y gritaban que nadie los iba a matar, que ellos, antes que este Gobierno les diera muerte, ellos mismos se daban la muerte.
Represión…
Bueno, figúrate, en el tiempo que yo llegué, ahí afeitaban a los reclusos, a 30 o 40, con una sola cuchilla de afeitar. Yo me rehusaba porque muchos reclusos se afeitaban sus partes y se afeitaban todo con esa cuchilla para que después se afeitara uno. Y así me dejaba crecer el pelo y los pocos vellos que tenía en el rostro. Entonces me llevaban y me afeitaban obligado. Me echaban spray en los ojos, me esposaban en la espalda. Entonces, obligado, me afeitaban. Hasta que después se me concedió tener maquinilla desechable. Esos fueron muchos años después. Y ya por el simple hecho de pensar diferente siempre, a mi familia algunas veces la viraron para atrás.
Yo estuve diez años durmiendo en un camastro sin colchón y sin nada. Porque no había y entonces mi familia me lo llevó y no me lo dejaron entrar. Recuerdo una vez que yo tenía un rosario que me había regalado el padre de la iglesia y un guardia me lo arrancó y me dijo: “Nosotros no creemos en Dios ni creemos en los americanos”.
¿Qué hiciste en el pabellón de la muerte?
A Dios gracias, mis padres me traían mucha literatura que me la mandaban de la Oficina de Intereses anteriormente de ser embajada.
Y muchos compatriotas me concedían literatura. Entre ellos, Elizardo Sánchez y otros compatriotas y leía mucho. Leía mucho, leí mucho la Biblia, la palabra de Dios, eso era diario.
Les hacía muchas cartas a mis padres, a mi hija. Dedicaba el tiempo, dibujaba, empleaba ese tiempo. Hacía ejercicio.
Mi mente nunca estuvo dentro de la prisión. Con mi mente yo recorría todos los campos, todas las ciudades, todos los lugares que yo había transitado desde niño. Eso me ayudó mucho.
Muchos presos me decían: “¿Cómo es posible que tú lleves tantos años preso, y cuando otra gente con tres o cuatro años se ha enloquecido, tú mantienes la calma, te llevas bien con todo el mundo y eres diferente?”. Bueno, eso es confiando en Dios y teniendo la mente fuera de este lugar.
¿Por qué crees que se te conmutó la pena máxima?
Primero que todo fue Dios.
Le doy gracias a Dios y, con mucho motivo, con mucha fuerza, a mis padres. Mis padres movieron el mundo entero por salvarme la vida. Mi padre me lo dijo y mi madre me lo confirmó: “Haremos hasta lo imposible”.
Llegó un momento en que mis padres amenazaron al Gobierno que si me quitaban la vida a mí ellos se iban a quitar la vida delante de ellos. Eso lo hicieron mis padres.
Mi padre me contó en una oportunidad que una periodista le hizo una entrevista hace muchos años. Ya estaba yo preso y le preguntó: “¿Humberto, después de todo lo que le han hecho a ti y a tu familia, tú no tienes miedo de que te hagan algo y en un momento te desaparezcan?”. Mi padre le dijo: “Yo tengo miedo como lo tiene cualquier ser humano, eso es cierto, pero el amor que yo le tengo a mi hijo es mucho más grande que el miedo que me puedan hacer sentir mis enemigos”. Ese fue mi padre. La última vez que lo vi en vida, que me lo llevó mi madre, me lo llevó aquí a la prisión de Agüica, aquí en Matanzas, mi padre llegó un momento en que se me queda mirando, mi padre ya con 72 años, y me dice: “Mi hijo, no te preocupes, que donde quiera que tú estés ahí vamos a estar nosotros”.
Represión a la familia…
Mi padre se quejaba hacía dos años de que alguien en una guagua lo había pinchado por la espalda, a mitad de la columna, cerca de la zona sacrolumbar. Mi padre, que nunca estuvo enfermo, como yo nunca estuve enfermo tampoco en 28 años en la prisión, y a Dios gracias, tampoco lo estoy ahora, de pronto se quedó inválido de la cintura para abajo a los dos años de haberlo pinchado.
En el año 95, estando yo todavía prisionero en la celda de Villa Marista, mi hermano va a una fiesta normal con su novia y sale un hombre de una puerta de una casa y le da un disparo a mi hermano. Aquí en Cuba nadie puede usar arma, a no ser que sea un agente o un retirado de la policía.
Ese proyectil que le dispararon a mi hermano, le entró en un muslo, le atravesó y lo tiene todavía en la actualidad. Mi hermano vive en los Estados Unidos, todavía tiene el proyectil dentro de la piel. Pero también te voy a decir que, de buenas a primera, amanece un primo mío, con tan solo 21 años, ahogado en la playa del Coral, en la carretera que va hacia Varadero.
No pasaron tantos años, otro primo mío, escalador de altura, le fallan los grilletes que aprietan las cuerdas para escalar y cae y se mata con 22 años. Mi tío, el hermano de mi padre que es el padre del que amaneció ahogado, de pronto le da una enfermedad paralítica hasta el cuello. Yo sé que en cualquier familia suceden desgracias, suceden accidentes, pero hay mucha coincidencia en lo que yo te voy a decir y lo que yo te voy a confesar.
Mi hermano, cuando le dan el disparo, mi hermano es el segundo hijo de mi padre. Yo soy el mayor. El primo que amanece ahogado es el segundo hijo, el otro primo también es el segundo hijo. Y el tío que le dio la parálisis y se murió repentinamente es el segundo hijo de mi abuelo. Yo no creo en las casualidades, pero veo mucha coincidencia de que alguien haya tomado la venganza de sus manos y se haya vengado de mi familia.
Y sé que todavía hay peligro, pero voy a seguir caminando por las calles de mi tierra natal, por mi Matanzas sin ningún temor. El que quiera hacer algo, aquí estoy. Pero no lo haga con mi familia inocente.
Yo estaba preso todavía, pero yo me emocioné mucho porque yo vi muchos jóvenes, los mismos hombres que mujeres y hasta casi niños en esa sublevación popular, que yo le llamo los valientes que lucharon piedra contra cañón. Muy lindo, muy lindo, señal de que en Cuba todavía ruge un león en el corazón de los hombres y mujeres. Que no somos tan cobardes como nos pintan, que hemos aguantado como carneros, eso es verdad, pero no saben que aquí a los hombres y mujeres desde niños viven metiéndole miedo. Una dictadura que utiliza unos métodos tan sutiles y tan destructivos que va degradando a las personas. Y creo que la victoria la vamos a tener y va a ser de manos de nuestro pueblo.
Aquí no va a haber una guerra con un extranjero. Aquí va a ser nuestro pueblo que se va a levantar.
¿Qué fue de los otros del equipo?
Bueno, Sosa Fortuny murió en la prisión como todos conocemos. Murió porque quisieron que muriera. Porque a un hombre de 80 años, si es verdad que hay derechos humanos en Cuba que no los hay, y lo sabemos, le hubieran dado la libertad, pero lo que querían era vengarse de una forma u otra.
Rojas Pineda, me enteré de que vive en Jagüey Grande, que tuvo un accidente y le amputaron una pierna. De José Ramón Falcón Gómez no he sabido. De González Caraballo y de Visao Peña no he sabido más nunca.
Díaz Bousa sí continúa preso, un hombre que ya tiene más de 80 años. Que le amputaron causa en la prisión por reclamar derechos para muchos presos y para presos comunes que los maltrataban. Y todavía lo tienen preso, esperando que muera, igual que Sosa Fortuny, en la prisión.
¿Cómo era Sosa Fortuny?
Lo conocí unos días antes de salir para Cuba, luego en la prisión, cuando íbamos al patio, teníamos la oportunidad de hablar y era un hombre excepcional, un hombre muy valiente. Me aportó mucho a mis conocimientos, hablándome de Martí, la verdadera libertad. Me enseñó parte del inglés, que hoy sé un poquito.
Un hombre muy valiente, dedicado, que había entrado en varias oportunidades. La venganza contra él de quererlo ver morir en prisión fue por las veces que se le escapó aquí a este Gobierno, cuando entró en infiltración a Cuba. Él había cumplido otras misiones, mucho antes.
Yo estaba aquí en Cuba, todavía era un muchacho. Él había entrado en infiltración y se había logrado escapar. Habían enterrado armas aquí en Cuba para una posible sublevación, que es la que estábamos esperando.
Pero anteriormente, siendo un joven de 16 años, había venido un tiempo antes de Playa Girón y había caído prisionero, él y su hermano, pero fueron indultados con Jimmy Carter en el 79. Estuvo 17 años presos. De 16 y 17 presos. De ahí emigró a los Estados Unidos, vivió en Estados Unidos. Vino en las otras oportunidades que te acabo de contar, en las otras infiltraciones, a enterrar armamento, hasta que se embarcó en Cuba en el 94, el 15 de octubre, en el equipo de nosotros.
Presos políticos…
Conocí personalmente a Orlando Zapata. Recuerdo que él llegó a la prisión de Kilo Ocho. Llegó con Juan Carlos Herrera Costa, que anteriormente había estado ahí, que sí lo conocía.
Hablé un tiempo con él, hasta que él decidió plantarse. Él llevaba ya como 15 días plantado y me recuerdo que estaba acostado en el piso desnudo y que hablé con él y me respondió sin voltearse. Él se quedó de espalda.
Creo que estar acostado en el piso, mucha frialdad, mucha humedad en esa prisión. Y creo que eso lo afectó mucho. Yo recuerdo cuando a él se lo llevaron de ahí al Camagüey, ya él tenía algo en los pulmones. Creo que, si lo hubieran socorrido a tiempo, el hombre estuviera vivo, y estuviera disfrutando la libertad, cómo no.
Contraste entre lucha armada y pacífica…
Esa fue la acción que yo tomé: las armas. Pero no dejo de reconocer que los que lo hacen pacíficamente son valientes también, y enfrentan riesgos, enfrentan peligros de muerte. En este país cualquiera está expuesto a la muerte. Como a Oswaldo Payá, que le fabricaron un accidente y lo asesinaron.
Y sabe Dios, y ellos mismos, cuánta gente no ha muerto en un accidente, que no han sido tales accidentes.
¿Qué opinaban sobre ti los presos?
Muchos presos se solidarizaron enseguida. Me conocían mediante otros prisioneros políticos y mediante familiares y eso que les hablaban del caso mío.
Pero no de mi persona en especial, sino de lo que habíamos hecho entre todos. Siempre usaron el mismo método que usaban en el Camagüey cuando yo, después de 17 años, me trasladaron a los destacamentos. Que es donde viven colectivos, cada nueve o diez meses me cambiaban. Porque como todo el mundo se solidarizaba, y hacía vínculo con las personas, me cambiaban para otro lugar donde me conocían, pero no había convivido con ellos. Y así rompían ese vínculo. ¿Me entiendes? En el Camagüey me cambiaron varias veces de destacamento.
Situación legal actual…
Bueno, aquí legal, lo único que tengo es el pasaporte. Porque me dijeron que yo no tenía derecho a tener ni carnet de identidad ni nada porque yo iba a emigrar.
Yo les dije que estaba de acuerdo con eso, con emigrar. Entonces como yo lo que sé es pescar y manejar, que siempre mi papá me enseñó, y yo quisiera a particulares amigos míos que me han dicho de manejar camión y eso, pero no puedo tener licencia porque no tengo carnet de identidad. Para tener un carnet de identidad en Cuba ahora, en el caso mío, tengo que renunciar a mi familia.
Tengo que repatriarme. Tengo que renunciar a todo lo que he vivido y por lo que he luchado y por lo que estoy dispuesto a morir para yo poder tener un carnet de identidad. O sea que yo soy cubano indocumentado en Cuba. Y estoy esperando que mis hermanos y compatriotas sigan sumando esfuerzo y yo pueda estar en tierra de libertad lo más pronto posible. Y la mayor gratitud que yo quisiera con la vida y con mis hermanos y compatriotas no es conmigo, es con mis padres.
Que ya mi padre no está, pero está mi madre.
Mensaje a la juventud…
Bueno, el mensaje siempre será un mensaje de comprensión. La juventud es la juventud, son los hombres y mujeres del futuro.
Creo que el hecho de que los tiempos cambien, como cambian las modas, no quiere decir que nos habituemos, que nos adaptemos a este proceso que ha venido a formar parte, como todos conocemos, de una esclavitud moderna. Creo que la juventud siempre conserva ese espíritu de hidalguía y de bravura. Ya lo vemos los jóvenes del 11 de julio, que se rebelaron y tomaron las calles con un acto de valentía, que han tratado de tergiversarlo, pero no es cierto.
Eso fue un acto de rebeldía nacional. El mensaje para la juventud es que sigue así, que no solo ponga sus metas en las modas, que piense un poco más en la libertad y que luche para alcanzarla. Aquí los viejos, nosotros los veteranos, siempre vamos a estar dispuestos a apoyarlos.
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Fuente Cubanet.org