Por Jorge Raventos
En sus relaciones con el Congreso el gobierno parece haber regresado a las turbulentas semanas que sellaron el descuartizamiento de la primera Ley de Bases (que cuando se presentó fue bautizada “ley ómnibus” por su extensión y su combinación de temas importantes, minucias y bagatelas). Aquellos sinsabores se aliviaron en junio, cuando una versión Lerú de ese texto, resumido y modificado después de trabajosas negociaciones con legisladores y gobernadores, fue sancionado como ley.
Consensos extraviados
El gobierno aplicó entonces la lógica del diálogo, la negociación y el consenso y obtuvo buenos resultados. Después de eso parece haber olvidado el método, lo que en la última semana determinó un triple revés. Primero, el rechazo por más de las dos terceras partes de la cámara baja al DNU 656/2024, que asigna 100.000 millones de pesos a los fondos reservados de la SIDE. Número dos: la designación del jefe del radicalismo, (“el kirchnerista Martín Lousteau”, según su vocero Manuel Adorni), uno de los rivales favoritos de Milei, como titular de la la Comisión Bicameral.de Fiscalización de los Organismos y Actividades de Inteligencia. Finalmente, y como dato central, la sanción en el Senado (por 61 votos contra 8) de la ley que cambia la fórmula de movilidad de .los haberes jubilatorios, reconoce un aumento de 8,1 por ciento (retroactivo a abril) para compensar los puntos de inflación no reconocidos en la fórmula vigente, establece una cláusula gatillo anual para mantener los haberes alineados con los sueldos de los activos y da seis meses al gobierno para saldar la deuda con los fondos jubilatorios provinciales autónomos y pagar los juicios pendientes con jubilados.
El Presidente tomó principalmente esta sanción como un ataque “a la estabilidad fiscal”, volvió a increpar airadamente a los legisladores de ambas cámaras que la motorizaron (más de dos tercios de los diputados y de los senadores) y prometió, desde la medianoche del jueves 22, vetar la ley. Como todavía no hay una medida específica que dé forma a ese compromiso, no está claro si el veto será total o parcial.
En rigor, una negociación oportuna podría, quizás, haber moderado en el Senado el texto que había aprobado la Cámara Baja y provocado de ese modo una vuelta a Diputados que facilitara trapicheos y moderación. Pero los sensores del gobierno no funcionaron y no dieron respuesta a una oferta de senadores de la oposición dialoguista que sugirieron contener los daños admitiendo una aprobación parcial de la norma, recortada de los puntos que más pueden molestar al Tesoro (los pagos a provincias y jubilados acreedores de ANSES y la cláusula de reajuste anual). Esos puntos pueden ser todavía una clave para evitarle a Milei un desafío frontal a una norma votada en ambas cámaras por abrumadoras mayorías y que amengua un poco el deterioro de los ingresos de la clase pasiva.
Pero en rigor Milei parece estar tentado por sacarle réditos a la fragmentación opositora y a la sorprendente unidad conseguida esta semana entre quienes fueron protagonistas de la brecha de la última década, el macrismo y el kirchnerismo. A los ojos del Presidente esas votaciones ilustran los vínculos internos de lo que él llama “la casta” y é quiere seguir sacando réditos de la pelea con el sistema político tradicional.
Probablemente ese cuadro también escenifica la debilidad de la estructura que respalda al poder libertario, un factor de riesgo político que suele reflejarse en los mercados.
En. abril de este año Milei podía mostrar como un logro de su gestión haber achicado pronunciadamente la tasa de riesgo país a 1148 puntos básicos desde los 2719 que ese indicador había alcanzado sólo seis meses antes. Pero desde abril hasta hoy aquella calificación no sólo no ha seguido cuesta abajo, sino que ha remontado y roza actualmente (en más o en menos) los 1500 puntos. Ese es el excedente sobre la tasa de los bonos soberanos estadounidenses que el mercado exigiría a la Argentina si estuviera dispuesto a financiarla (algo que esa dimensión de riesgo en los hechos proscribe).
Tanto el gobierno como la mayor parte del elenco de economistas profesionales asignan motivos económicos, actuales o pretéritos, a la tasa de riesgo. Para el Presidente, “la historia de la Argentina implica una reputación espantosa que dificulta mucho ser creíble”; para el ministro Luis Caputo se trata también de un eco del pasado, “la realidad es que la inflación va a seguir bajando y la economía se va a seguir recuperando”, argumentó en la Bolsa de Cereales.
Para los técnicos que observan la situación fríamente, la causa del riesgo también es económica: reside en que no hay dólares para pagar los vencimientos de deuda, no hay reservas y sin dólares no se puede pagar la deuda. Desde ese enfoque la insuficiencia de dólares obedece a la persistencia de una política cambiaria que desalienta la liquidación de exportaciones y a la subsistencia de las restricciones cambiarias, es decir, del cepo.
Porqué ser monotemático
Uno de los analistas más escuchados en el mercado, Ricardo Arriazu, invitado por el Rotary Club, expuso esta semana argumentos que convergen con la lógica del gobierno y también introducen en la discusión la variable política: “La mayoría de los economistas -dijo- cree que hay que devaluar. Yo creo que no; creo que si devaluamos, se acabó todo el programa, se acabó Milei, se acabó todo”. He aquí una explicación plausible para la atención casi monotemática del gobierno con la economía en general y con la inflación en particular. Una devaluación fatalmente embestiría contra el principal activo político con el que cuenta Milei, que es la prometida (y hasta aquí cumplida) rebaja constante de la inflación, que le permite mantener altos niveles de aceptación pese a que -como enumeró Arriazu- “cayó el salario real, cayó el empleo, cayó la actividad económica”
El gobierno sabe que cuenta con un Banco Central con 6.000 millones de dólares de reservas negativas y que suspender las limitaciones que impone el cepo determinaría una presión sobre las reservas que empujaría a la devaluación con la que –como avizora Arriazu- se terminaría todo, en primer lugar el poder del Presidente. Arriazu evocó en su presentación rotariana que dos hiperinflaciones estuvieron precedidas por la decisión de aplicar un cambio libre y de “flotar sin reservas y sin confianza”.
Si la obsesión prioritaria por el descenso de la inflación tiene una clara dimensión política (preservar el crédito ante la sociedad y la opinión pública), la alusión de Arriazu a la “confianza” nos traslada ya principalmente al territorio de la política. No se trata sólo de mostrar destreza técnica y eficacia en el manejo de variables económicas y financieras (aunque sea lógicamente bienvenida), sino de generar una plataforma de sustentabilidad y un horizonte previsible que den fundamento y contribuyan a definir un programa de reformas y crecimiento.
No escasean propuestas. Para citar una: Diego Guelar, distinguido político y diplomático que colaboró con los gobiernos de Carlos Menem y de Mauricio Macri, sugirió esta semana “constituir una “mayoría estable, parlamentaria y federal, que, bajo el paraguas de un gobierno de coalición, consensuara un programa de medidas que se proyecten por los próximos dos años”.
Ayudas no agradecidas
Mauricio Macri se reunió dos veces en menos de una semana con el Presidente y le propuso su propia aproximación al tema. Le señaló la necesidad de que constituyera una plataforma de gobierno basada en una alianza que tuviera constancia y consistencia programática. Obviamente, propuso a su partido, el Pro, como acompañante principal de la gestión de Milei y sugirió la integración de algunos de sus cuadros en la administración. Fue una reunión amable, aunque el Presidente no recibió con alegría ni las críticas a personas de su entorno (por más que Macri las lubricara para no irritarlo) ni la conjetura de una especie de cogobierno que aleteaba entre los consejos del creador del Pro.
Sin duda hasta ese momento Macri había sido el más dócil de los aliados. Pero aunque en La Libertad Avanza se admite que la ayuda del Pro es en algunos momentos imprescindible, prevalece la idea de que una sociedad política que conduzca a una coalición en las primarias del año próximo es o prematura o innecesaria. Conviene, se piensa allí, postergar ese paso hasta las vísperas del comicio o eludirlo definitivamente, pues el electorado del Pro ya se ha volcado al oficialismo. Si en junio se identificaba al jefe de gabinete, Guillermo Francos, como un hombre de consenso, hoy se ubica en el asesor estrella, Santiago Caputo, al motor más influyente de la línea oficialista más confiada en acumular fuerza propia, así sea a través del club de la pelea, que en ofrecer espacios a competidores vestudos con la piel de aliados.
Macri, que no en vano es un as del bridge, interpretó los resultados del primer diálogo con Milei y dio luz verde a sus diputados para que el miércoles votaran en contra del DNU 656/2024. Se trataba de exhibir fuerza y autonomía para negociar mejor.
El Pro aportó 20 votos a esa negativa, entre ellos, algunos de legisladores que hasta aquí han venido colaborando entusiastamente con el oficialismo (María Eugenia Vidal, Diego Santilli , Silvia Lospennato). Otros optaron valientemente por la ausencia o la abstención, que en la contabilidad de Milei también se registrará como apoyos potenciales perdidos.
Macri y la verdad de la milanesa
Macri hizo decir que no se trataba de un rechazo a Milei, sino a su mano derecha (o izquierda), Santiago Caputo, a quien se imputa haber inspirado el DNU y controlar el nuevo esquema de inteligencia entre otros numerosos botones del poder libertario y a quien el macrismo describe como una especie de Rasputín posmoderno. Ese mismo miércoles volvió a comer milanesas con el Presidente en Olivos: lo cortés no quita lo valiente.
Al día siguiente, al tratar la ley de haberes jubilatorios, la mayoría de los senadores del Pro repetirían el gesto de rechazo que los diputados macristas reservaron al DNU de los fondos reservados.
Cuando Milei anunció el jueves que vetaría, Macri dio un comunicado solidarizándose con el Presidente. ¿Y los senadores macristas, que aunque aprobaron la ley en general objetaron los rubros más caros para la tesorería? Se quedaron mascullando su malestar: Milei no agradeció sus esfuerzos y el jefe del Pro los dejó colgados del pincel.
“Macri no controla su tropa”, castigó el Presidente. Como para demostrar que él sí controla la suya, el ejército de trolls había castigado durante varias horas al jefe del Pro, mencionando su interés en la Hidrovía, las objeciones que en su momento recibió por travesuras de la inteligencia oficial durante su gobierno y su atención a los juicios que afectan a su familia en relación con la administración del Correo Argentino. Se podría trazar un vínculo entre los zigzagueos del jefe del Pro y esos ataques amenazantes.
Además, Milei se encargó de defender a su “triángulo de hierro”, que completan su hermana Karina y el objetado (por Macri, pero no solo por él) Santiago Caputo, convertido en pararrayos del Presidente. Con todo, esta defensa incluyó, por primera vez, un condicionante: no habrá cuestionamiento “mientras ellos sigan mostrando un desempeño extraordinario”.
La pelea con Macri y con el Congreso revive cierta impericia para volver a construir consensos como el que le permitió lograr su único triunfo legislativo de envergadura en junio.
A esto se han sumado las disfuncionalidades intestinas del oficialismo. Las internas de LLA “son una locura”, hab’ia apuntado Arriazu antes de que se agravaran. El bloque de Diputados de LLA está cruzado por tensiones, denuncias mutuas y potenciales fugas. En el de Senadores se han evidenciado divergencias fuertes, como las del formoseño Francisco Paoltroni que tuvo un rol protagónico en la censura a la postulación a la Corte Suprema del juez Ariel Lijo, promovida por el Presidente y, según Paoltroni, aconsejada por Santiago Caputo (versión que contradice la predominante, según la cual el auspiciante fue el cortesano Ricardo Lorenzetti y el empujón político correspondió a la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei).
La ministra Sandra Pettovelo choca con los aliados de Karina Milei y se dice jaqueada porSantiago Caputo.
Agréguese a este menú la creciente tensión que se manifiesta entre la Casa Rosada y la vicepresidenta, Victoria Villarruel.
Con episodios patéticos como el que protagoniza Alberto Fernández, el desconcierto que reina en los partidos de la oposición y los logros que todavía le suministran una mirada paciente y benévola de la opinión pública, el gobierno parecería en condiciones de controlar la cancha sin sobresaltos. Pero se complica a sí mismo con el desorden de su propia fuerza y el reincidente desapego a construir consensos y confianza.