La primavera trajo los brotes verdes que el gobierno de Javier Milei tanto esperaba. La inflación perforó el 4% mensual en septiembre, la menor tasa en casi tres años, y la medición de Analytica indica que siguió a la baja en octubre. A su vez, la brecha cambiaria entre el dólar contado con liquidación (CCL) y el dólar oficial cayó al 20%. Y no menos importante, el riesgo país se redujo hasta 900 puntos básicos, volviendo al valor que tenía a principios de agosto del 2019. Así, el tridente precios, dólar y superávit fiscal muestran un comportamiento virtuoso y generan sensación de estabilidad.
Sin embargo, no todo lo que brilla es oro y aún queda un largo camino por recorrer para que estabilidad y consistencia vayan de la mano. Arranquemos por el final: el set de herramientas de política económica que se utiliza debe entenderse siempre en un contexto determinado por limitaciones económicas y políticas. Las deudas y falencias que tiene el programa económico actual pueden compensarse parcialmente si finalmente permiten generar un puente hacia una macroeconomía estable donde los indicadores sociales mejoran año a año. La respuesta de si finalmente se transitará ese camino se definirá en gran medida durante 2025.
Volvamos a la coyuntura. La inflación de septiembre fue de 3,5% y octubre cerró probablemente por debajo. En esa línea, el aumento de precios en noviembre podría empezar con un dos. Un muy buen resultado, la herencia recibida un año atrás era de 12,8% y las medidas iniciales del Gobierno la llevaron a 25,5% en diciembre. Como siempre, la discusión central está en la sostenibilidad y los costos asociados de este sendero decreciente. Principalmente porque una de sus causas es la elección de un régimen de tipo de cambio conocido como “crawling peg”, donde el dólar oficial tiene pequeñas variaciones mes a mes, en este caso del 2%. Como resultado, la competitividad cambiaria multilateral ya es casi la misma que dejó el gobierno anterior, mientras empeoró la bilateral con Brasil, uno de nuestros principales socios comerciales.
La apreciación cambiaria permite reducir la inflación y aumentar los salarios en dólares. Para los trabajadores registrados del sector privado, que este año se redujeron, es una buena combinación. Abarata el turismo en el exterior y la compra de bienes de consumo importados. El problema es que eso genera un efecto sustitución de la producción local, incluso para bienes intermedios, y encarece nuestras exportaciones. La consecuencia es la persistencia de un déficit en la cuenta corriente (exportaciones menos importaciones, pago de intereses y giro de utilidades) que obliga a una pérdida constante de reservas internacionales y/o ingresos de dólares financieros. Paradójicamente, en un contexto con reservas netas negativas y sin posibilidades de colocar deuda pública en moneda extranjera desde junio, hay nuevamente déficit en la cuenta corriente.
No es la primera vez en nuestra historia con apreciación cambiaria y déficit de cuenta corriente; así funcionó la convertibilidad durante once años. Y también sucedió entre el 2013 y 2018. La primera lección es que ambas etapas terminaron en crisis profundas con consecuencias sociales y económicas con las que aún cargamos. La segunda lección es la temporalidad. La pérdida de stocks y el mal récord como deudor acortan el tiempo en el que se puede sostener un déficit de cuenta corriente de forma constante. De ahí surge la pregunta más importante: ¿cuánto tiempo más es sostenible el actual régimen cambiario?
El blanqueo de capitales le generó un puente al Gobierno; sólo en septiembre ingresaron u$s13.100 millones. Mayoritariamente, quien ingresa dólares al sistema lo hace para que permanezcan en el mismo. Por lo tanto, el dinero es fungible y más temprano que tarde esos fondos se van a volcar a la economía; para dimensionar, representan más del 40% de las reservas internacionales brutas que tiene hoy el Banco Central. El impacto en el mercado financiero ya es evidente; en septiembre y octubre las empresas se hicieron de u$s3200 millones mediante la colocación de obligaciones negociables.
La mayor oferta de dólares del blanqueo también se vería reforzada por un REPO por cerca de u$s3000 millones con bancos extranjeros. La otra fuente extra de divisas vino de la economía real; el agro tuvo un septiembre muy alto de exportaciones para ese mes y cifras preliminares muestran lo mismo para octubre. Es más redituable vender hoy que esperar a mañana en un contexto de apreciación cambiaria y futuros de commodities poco tentadores. Es evidente entonces cómo vivimos una primavera sostenida en factores transitorios. Bienvenidos de todas formas, dado que permiten ganar tiempo. El desafío es aprovecharlos para ir hacia un esquema cambiario sostenible.
Así en 2025 se abren dos caminos. El gobierno puede aprovechar los brotes de la primavera para cerrar un acuerdo con el FMI, apalancarse e ir hacia un tipo de cambio más competitivo con un mayor desarme del cepo cambiario. En el corto plazo, va a aumentar la inflación, pero le da tiempo para llegar a las elecciones mostrando nuevamente un sendero a la baja y una economía normalizada. El otro camino, el conservador, puede terminar en una devaluación no ordenada más cerca de las elecciones. Sólo tiene que mirar en el espejo retrovisor lo que le sucedió a Sergio Massa en 2023.
Fuente El Cronista