Por Enrique Guillermo Avogadro
“El argentino es un individuo, no un ciudadano”.
Jorge Luis Borges
La semana política internacional estuvo marcada por la asunción de Donald Trump como 47° Presidente de los Estados Unidos, y el mundo comenzó a temblar ante el alud de 81 órdenes ejecutivas que firmó de inmediato. No sólo demolió gran parte del Estado que había organizado Joe Biden, sino que cumplió sus promesas de campaña en temas como la inmigración ilegal, el abandono de la OMS, su intención de recuperar el Canal de Panamá, la aplicación de cargos aduaneros a la importación de productos, la colocación de una lápida sobre la “cultura woke” y las comunidades LGBT+, el indulto a los atacantes del Capitolio en 2020, y hasta desconoció al Congreso y a la Suprema Corte en el tema Tik-Tok.
Parte de esa plataforma fue expuesta, sin ambages, por Javier Milei en la reunión de Davos hace justo un año, cuando se dio el lujo – injustificado por tratarse del Presidente de un país por entonces insignificante – de declamar esa posición ante los líderes políticos y económicos de todo el mundo. En ese momento, en una columna similar a ésta, me pregunté si, así como había sabido interpretar un sentimiento generalizado de la sociedad y ganar las elecciones argentinas, no estaba también anunciando que se ingresaba a una nueva era que rompía con cánones culturales destructivos, impuestos por ínfimas minorías sobre-empoderadas. Este jueves, en el mismo escenario y respaldado por el rapidísimo éxito macroeconómico que ha obtenido para asombro y reconocimiento de todos, pudo decir que no se había equivocado en ninguna de sus apuestas y alineamientos geopolíticos.
En el mundo entero, muchos – yo entre ellos – están preocupados por las instituciones de la República, por la libertad de prensa y por la utilización de algunos organismos del Estado, que debieran velar por la ética de los funcionarios, como monedas de cambio de la política. Pero estoy obligado a reconocer que esas inquietudes no alcanzan a la gran mayoría de los ciudadanos, que no perciben las amenazas autoritarias y están más atentos hoy a su economía familiar y la seguridad cotidiana. Y la razón es bien simple: la democracia ha desilusionado a esas grandes mayorías y no ha traído soluciones a los problemas individuales de las sociedades; peor aún, parece haberlos agravado.
En esa medida, están dispuestos a renunciar a gran parte de las formas republicanas con tal de mejorar su situación personal. La actual presencia de mandatarios como Trump (EEUU), Najib Bukele (El Salvador), Milei (Argentina), Giorgia Meloni (Italia), Víctor Orban (Hungía), Benjamin Netanyahu (Israel) o Recep Erdogan (Turquía), y la gravitación que en sus sociedades tienen hoy Santiago Abascal (España), Marine Le Pen (Francia), Jair Bolsonaro (Brasil), Gert Wilders (Holanda) o Alice Weidel (Alemania) encuentra en esa desilusión su explicación más clara.
De regreso a la Argentina, estoy convencido que, aún sólo sea para pregonar en el desierto, estamos obligados a seguir encendiendo alarmas por algunas actitudes, reñidas con la Constitución y con las instituciones por ella establecidas, que se perciben a simple vista en el Gobierno actual. Los salvajes ataques contra la prensa libre y contra cualquier opositor que se atreva a levantar la cabeza y expresar una opinión distinta a la que derrama la Casa Rosada, la negativa a discutir el Presupuesto Nacional y, sobre todo, la insistencia en el intento de designar a Ariel Lijo en la Corte Suprema, son sólo algunas de esas conductas reñidas con el republicanismo.
El inmenso poder que tiene el rarísimo asesor extra-oficial e inorgánico Santiago Caputo, integrante del “triángulo de hierro”, se extiende desde ARCA (ex AFIP) y DGI a los servicios de inteligencia estatales, a la OA y la UIF, a las negociaciones con la oposición y con los gobernadores, a la Cancillería, etc., y ahora pretende influir sobre la Corte Suprema a través de Lijo y Ricardo Lorenzetti, o sea, todos los instrumentos aptos para ejercer un peligroso control, al mejor estilo Matrix, sobre toda la sociedad, su pensamiento y su libertad. Para ejercer ese sideral poder, Caputín no ha trepidado en hacerse acompañar por máximos exponentes de la denostada “casta”, como Daniel Scioli, Andrés Vázquez o Mariano Cúneo Libarona, mientras tira por la ventana a funcionarios probos, como Alberto Abad, Mariano Federici o María Eugenia Talerico, a los que agrede e intenta ensuciar mediante la enorme granja de trolls libertarios que le responden.
La sociedad, adormecida por la rápida disminución de la inflación y la quietud en la cotización del dólar, no duda en apoyar masivamente al Presidente, tal como reflejan los estudios que realiza, desde hace años, la Universidad di Tella sobre la confianza en la gestión del Gobierno que, prácticamente, hoy es la mayor desde que comenzó a publicarlos. Pero Milei debiera recordar que, cuando los emperadores de Roma desfilaban en triunfo después de cada exitosa campaña militar, mientras las masas lo endiosaban y le erigían templos y estatuas en su mismo carro llevaba un esclavo que, cada tanto, le repetía “Recuerda que eres humano”.
Ante el reciente 46° aniversario del ataque terrorista al regimiento de La Tablada, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, no puedo olvidar que, mientras esos subversivos asesinos están indultados, libres e indemnizados, quien comandó la durísima batalla por la recuperación de los cuarteles, el General Juan Carlos Arrillaga, con 92 años, está preso por orden de los mismos jueces prevaricadores, verdaderos asesinos togados, que mantienen en la cárcel a cientos de sus camaradas, que mueren a diario por falta de atención médica adecuada para sus naturales problemas gerontológicos.