Por Nicolás J. Portino González
Hoy el fútbol argentino llora, pero lo hace con gratitud. Se fue Miguel Ángel Russo, el último técnico que alzó la Copa Libertadores con Boca Juniors, y quizás uno de los últimos exponentes de una especie en extinción: la de los hombres buenos, íntegros, nobles.
Entre su nombre y su apellido se esconde, sin artificios, la definición más simple y más grande: “Buena persona.” Así, sin adornos ni discursos. En un país donde muchas veces triunfa el “vivo”, el “piola”, el que se jacta de su “viveza criolla”, Russo demostró que se puede ganar siendo decente, trabajar sin gritar, liderar sin humillar, y dejar huella sin pisar a nadie.
Hoy, en el estadio Alberto J. Armando, se vieron camisetas de todos los colores. No solo las azul y oro. Hubo hinchas de otros clubes, micros de distintas provincias, y hasta un hincha de River, con la banda roja al pecho, acercándose con respeto y dolor. Nadie lo insultó, nadie lo echó. Su presencia fue símbolo de algo más profundo: la empatía, la humanidad, y la unión frente a lo inevitable. A ese hombre lo unía con Russo la misma enfermedad maldita que se llevó a sus padres poco tiempo atrás, y su gesto fue una lección para todos. Eso es lo que hace una sociedad civilizada, madura, educada.
Russo no tuvo enemigos. Fue querido incluso por rivales. Un tipo honorable que hizo del fútbol un puente, no una trinchera. Y eso, en los tiempos que corren, vale más que cualquier título.
También corresponde destacar un gesto humano y, por una vez, justo: el de Juan Román Riquelme. Con él, muchos —entre ellos quien escribe— no coincidimos en casi nada más. Pero su decisión de permitir que Miguel dirigiera hasta el final, cumpliendo su deseo de morir haciendo lo que amaba, fue un acto de honor. En un ambiente político, mezquino y especulativo, Riquelme eligió la amistad sobre la conveniencia. Esa renuncia a lo personal, en nombre de un amigo, lo ennoblece.
Es un recordatorio de lo que algunos —no todos— aún seríamos capaces de hacer: elegir la virtud por encima del vicio.
Hoy, Argentina entera debería mirarse en ese espejo. No el del exitismo, sino el del respeto, el del trabajo silencioso, el de la bondad sin alardes. Porque Russo fue, en definitiva, eso: un buen tipo que hizo el bien.
Descansá en paz, Miguelito “Ángel” Russo.
Tu paso por la vida honró al fútbol, a Boca y, sobre todo, a los valores que este país tanto necesita recuperar.
Nuestro abrazo más cálido y sentido a tu familia.
Y nuestro eterno agradecimiento por recordarnos que, incluso en un mundo de vivos, ser buena persona sigue siendo lo más importante.

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