Pokrovsk, Ucrania, 6 de diciembre de 2025 – Total News Agency-TNA-El Kremlin difundió en las últimas horas que sus fuerzas habrían tomado por completo la ciudad de Pokrovsk, en la región de Donetsk, presentando el episodio como una “victoria estratégica” capaz de inclinar la guerra. Sin embargo, autoridades ucranianas, mandos militares y analistas occidentales desmintieron que la urbe esté bajo control ruso: la describen como una “zona gris”, un espacio aún en disputa donde ninguno de los dos bandos puede afirmar dominio pleno.
La insistencia del Kremlin en instalar la imagen de un avance decisivo forma parte de una estrategia política sostenida. Moscú necesita dar señales de fortaleza hacia Estados Unidos, especialmente después de la reciente visita de emisarios cercanos a Donald Trump. El objetivo es claro: inflar cada metro ganado para compensar la brutal realidad del frente, marcada por un costo humano sin precedentes y una lentitud operativa incompatible con el relato de un ejército invencible.
En los hechos, Pokrovsk no cayó, y aun si lo hiciera, no alteraría el equilibrio estratégico de la guerra. Ucrania ya desvió rutas logísticas fundamentales y reorganizó el flujo de suministros, reduciendo el impacto de la posible pérdida. Esto explica la cautela de Kiev y la insistencia de Moscú en fabricar un triunfo simbólico donde no existe una victoria real.
Lo que sí existe es el altísimo precio en vidas que Rusia paga por cada kilómetro. Informes independientes, servicios de inteligencia europeos y cálculos cruzados de think tanks coinciden: el ejército ruso acumula cerca de un millón de bajas desde el inicio de la invasión, con una estimación que ronda los 200.000 soldados muertos. Los números estremecen incluso en el contexto de una guerra prolongada. Sólo la campaña para avanzar hacia Pokrovsk habría consumido decenas de miles de efectivos, repitiendo el patrón observado en Bajmut, Avdiivka y Vuhledar: meses, incluso años, para capturar ciudades devastadas cuyo valor estratégico disminuye a medida que Ucrania adapta sus líneas de suministro.
La pérdida de vidas rusas contrasta con otro hecho que Moscú intenta ocultar: Ucrania ya recuperó la mayoría del territorio que Rusia ocupó en la primera fase de la invasión, especialmente tras la contraofensiva de 2022, que obligó al Kremlin a retirarse de vastas zonas en Járkov, Jersón y parte del Donbás. Ese retroceso, que pulverizó el mito de la “guerra relámpago”, continúa siendo un punto sensible para la narrativa oficial rusa, que intenta reescribir la secuencia de hechos mediante victorias parciales y sobredimensionadas.
En paralelo, el Kremlin enfrenta problemas demográficos críticos y una creciente dificultad para reponer tropas. La incorporación de reclutas extranjeros –incluidos contingentes norcoreanos, según fuentes europeas– revela la magnitud de un agotamiento humano que ya no puede ser disimulado. Cada avance ruso requiere más vidas que el anterior, lo que profundiza el desgaste militar y social dentro del propio país.
La propaganda de Moscú sostiene que la toma de Pokrovsk podría marcar un punto de inflexión. Pero los datos objetivos relatan otra historia: Rusia avanza poco, pierde mucho y controla hoy menos territorio que al inicio del conflicto, mientras Ucrania mantiene posiciones esenciales y conserva la capacidad de recuperación que demostró tras la gran contraofensiva. La mentira estratégica rusa busca maquillar un estancamiento que ni las cifras ni el terreno respaldan.
Para la diplomacia del Kremlin, cualquier éxito –real o inventado– sirve para presionar una negociación en sus términos. Pero las leyes estadounidenses, reforzadas en los últimos meses, impiden reconocer anexiones territoriales rusas, limitando seriamente la capacidad de Vladimir Putin para declarar una victoria política mientras la militar sigue lejos de concretarse.
Pokrovsk continúa en disputa. La caída, si ocurre, no modificará la ecuación general: Rusia sigue perdiendo hombres a un ritmo insostenible, su ejército se erosiona y Ucrania ya recuperó territorios que Moscú creía asegurados. La guerra avanza hacia su cuarto año sin que el Kremlin pueda convertir su narrativa en hechos.

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