Por Nicholas Kristof
Un indicio de la hipocresía del régimen iraní son los reportes verosímiles de que está haciendo cumplir su código moral supuestamente estricto deteniendo a mujeres y niñas acusadas de abogar por la falta de recato, para luego agredirlas sexualmente.
En un informe devastador sobre la violación de manifestantes por parte de las fuerzas de seguridad, la CNN relataba cómo una mujer de 20 años fue detenida supuestamente por encabezar protestas y más tarde fue llevada por la policía a un hospital de Karaj, temblando con violencia, la cabeza rapada y una hemorragia rectal. La mujer se encuentra ahora de nuevo en prisión.
Human Rights Watch y Amnistía Internacional han documentado cada uno múltiples casos de agresión sexual. Hadi Ghaemi, del Centro de Derechos Humanos de Irán, una organización de vigilancia de Nueva York, me habló de una niña de 14 años de un barrio pobre de Teherán que protestó quitándose el velo en la escuela.
La niña, Masooumeh, fue identificada por las cámaras de la escuela y detenida; poco después, la trasladaron al hospital para que la trataran por desgarros vaginales graves. La niña murió y su madre, pese a haber dicho en un principio que quería hacer una denuncia pública, ha desaparecido.
Los relatos de violencia sexual son difíciles de verificar debido a los sentimientos de vergüenza y miedo de las víctimas y la CNN informó que las autoridades a veces graban las agresiones con el fin de chantajear a los manifestantes para que guarden silencio. Lo que está absolutamente claro es que las manifestantes siguen apareciendo muertas.
Pensemos en Nika Shahkarami, una joven de 16 años que quemó en público su velo. Las fuerzas de seguridad la localizaron. Días después, las autoridades anunciaron que había muerto. La autopsia reveló que tenía fracturas en el cráneo, la pelvis, la cadera, los brazos y las piernas.
Así pues, la movilización en Irán no se trata de velos. Se trata de derrocar a un régimen incompetente, corrupto, represivo y brutal.
“Si hubiera un gobierno que está haciendo algo mal, la nación debería darle un puñetazo”, declaró el ayatolá Ruhollah Jomeiní en 1979 después de que la revolución que lideró estableciera la República Islámica. Eso es lo que intentan hacer ahora los iraníes.
Me sorprende y decepciona que la revolución popular iraní de hoy no haya recibido más apoyo en Estados Unidos y en todo el mundo. Creo que hay un par de razones para ello.
En primer lugar, Irán ha prohibido la entrada a la mayoría de los reporteros extranjeros, por lo que no tenemos equipos de televisión en las calles para grabar a las estudiantes que arriesgan sus vidas para enfrentarse a los matones del régimen. Como no estamos en el terreno, creo que en general los periodistas no le hemos dado a esta noticia la importancia que merece.
En segundo lugar, hay cierto recelo hacia los iraníes por parte de los estadounienses, una percepción errónea de que son fanáticos que corean “Muerte a Estados Unidos”. De hecho, de persona a persona, Irán es quizá el país más proestadounidense del Medio Oriente.
En un viaje llevé a mi hija, quien entonces tenía 14 años. Esta es una muestra que refleja lo encantados que están los iraníes comunes y corrientes de conocer a estadounidenses:
Una vez conversé con un joven de la Guardia Revolucionaria que protegía un museo antiestadounidense. Rodeado de enormes pancartas que denunciaban a Estados Unidos como el “Gran Satán”, me pidió consejo sobre cómo emigrar a Estados Unidos. “Al diablo con los mulás”, me dijo.
Unas jóvenes audaces son las que encabezan las protestas de estos días. Cuando un miembro de la fuerza paramilitar Basij habló en una escuela, las niñas se quitaron el hiyab y lo abuchearon. En una escuela de Karaj para mujeres, las alumnas arrojaron botellas de agua a un funcionario y lo echaron.
Estados Unidos y otros gobiernos están alzando la voz y los iraníes lo agradecen. Nasrin Sotoudeh, abogada iraní defensora de los derechos humanos que ahora disfruta de un permiso médico tras una condena de 10 años de prisión (reducida de 38.5 años y medio y 148 latigazos), me dijo que apreciaba sobre todo que una comisión de las Naciones Unidas sobre los derechos de la mujer haya expulsado a Irán. Pero a Sotoudeh y a otros les gustaría que el gobierno de Joe Biden hiciera más por deslegitimar al gobierno iraní y criticara las ejecuciones, y pide a los gobiernos occidentales que tienen embajadas en Irán que retiren a sus embajadores.
“El gobierno de Biden no ha hecho lo suficiente”, dijo Tala Raassi, diseñadora de moda iranoestadounidense que conoce de primera mano la brutalidad del régimen: a los 16 años fue detenida y recibió 40 latigazos por llevar una camiseta y minifalda en una fiesta privada.
Me gustaría que Biden colaborara con otros países para que la indignación internacional ante la represión tenga mayor repercusión.
Así como Kennedy pronunció su discurso “Ich bin ein Berliner” y Reagan su discurso “Sr. Gorbachov, derribe este muro”, Biden podría señalar la determinación estadounidense con un discurso “Ayatolá, abra las puertas de la prisión de Evin, libere Irán”, sugirió Amir Soltani, escritor iraní-estadounidense.
Occidente también podría tratar de aumentar las sanciones selectivas contra los funcionarios y sus familiares que hacen fiestas en el extranjero o canalizan activos al exterior. Mientras tanto, la comunidad de inteligencia debería espiar más la represión masiva de Irán y filtrar información, cuando sea posible, para que las autoridades del país rindan cuentas.
Presionar a Irán es difícil, porque ya está aislado y se le han impuesto fuertes sanciones. Pero debemos esforzarnos porque Irán está entrando ahora a su siguiente fase: ha comenzado a ejecutar a manifestantes para aterrorizar a la población y que se rindan. Hasta ahora se sabe que dos manifestantes han sido ahorcados y al menos otras 35 personas han sido condenadas a muerte o están detenidas por delitos punibles con la pena capital.
En 1978, cuando la revolución de Jomeiní cobraba impulso, The New York Times citó a un abogado iraní con temores premonitorios: “Espero que no salgamos de una zanja solo para caer en un pozo”, dijo.
Más de cuatro décadas después, los iraníes intentan desesperadamente salir de ese pozo, liderados por colegialas que perseveran a pesar de la amenaza de detenciones, torturas y ejecuciones. Ellas entienden que la inmoralidad flagrante no reside en el cabello descubierto de una niña, sino en el gobierno que la viola por ello, y deberían contar con mucho más apoyo internacional.
Nicholas Kristof se unió a The New York Times en 1984 y ha sido columnista desde 2001. Ha sido galardonado con dos premios Pulitzer, por su cobertura sobre China y sobre el genocidio en Darfur. Puedes seguirlo en Instagram y Facebook. Su libro más reciente es Tightrope: Americans Reaching for Hope. @NickKristof • Facebook
Fuente The New York Times