El 24 de noviembre de 2022, Melody Rakauskas le dijo al sitio Realpolitik: “Tienen gente acá asustándome”. El lugar era La Matanza, feudo de Fernando Espinoza, quien fue denunciado por abuso e intento de violación por la ex miss Argentina. Ahora, el horror reapareció en su vida.
El peritaje psicológico realizado de manera virtual días antes de fin de año mostró su dolor y la desesperación que le producen los recuerdos de aquella noche, en la que el intendente de La Matanza se “autoinvitó” a comer a su casa para “hablar temas de gestión” y terminó violándola, según cuenta en un testimonio escalofriante y envuelta en lágrimas.
Desde entonces su vida cambió para siempre. Vive con miedo y reconoce en su ex pareja a un entregador, luego de que este le ofreciera trabajar para el barón del conurbano. Teme por su vida y la de sus familiares, por lo que ha permanecido afuera del país en reiteradas oportunidades.
El último viaje devolvió a Melody Rakauskas a su peor pesadilla. Ocurrió cuando partió hacia la India -destino en el que iba a encontrarse con su mejor amigo, que vive en el país asiático-, donde concretaría un acuerdo laboral. Su felicidad era plena, todo indicaba que lentamente volvería a comenzar a ser la mujer emprendedora de antes y decidió compartirlo vía telefónica con su madre: ese cree que fue el desencadenante de todo.
Desde hace meses admite tener sus teléfonos y los de sus familiares intervenidos. Así fue cómo, sin decirle a nadie, emprendió el viaje sin saber que del otro lado la estaban esperando. Al llegar al control aduanero en India, le solicitaron el pasaporte -algo que generalmente solo se realiza al pasar por el sector de migraciones-. Allí, al ver su nombre, lo contrastaron con una lista y decidieron separarla de la fila de salida.
Al parecer estaba en una “lista negra”, según sostuvo ante REALPOLITIK. Rápidamente separaron todo su equipaje y le pidieron que se desvistiera casi por completo, incluso hasta las medias, para pasar por el scanner. Luego una agente la revisó de forma manual, incluyendo sus pechos, donde a simple vista podía verse que no tenía nada.
“Me pasaron mano por la cola tres veces, entrepiernas. Todo de una manera morbosa. La primera vez en tantos viajes que me hicieron algo así”, confió visiblemente afectada. Sin pedirle que abriera su equipaje, decidieron hacerlo ellos mismos, revisando todo en tres oportunidades para luego pasar a un interrogatorio sin escrúpulos.
“¿A qué viaja?”, le espetó uno de los agentes aduaneros. “A ver a mi mejor amigo”, respondió Rakauskas. “Mmm… ¿Un amigo nada más?”. Cansada del operativo, la denunciante intentó salir del paso: “El motivo de mi visita no es de su incumbencia, ¿ya terminaron?”. Pero el horror recién empezaba.
“No, tenés que acompañarnos a una sala especial”, le ordenó el agente. Esta vez sin tener a quién recurrir, en medio de un lejano país y sin haber podido reencontrarse aún con su amigo. La escoltaron hasta una habitación en cuya puerta indicaba: “Cuidado. Rayos X. No apto para embarazadas ni personas con cáncer”.
Ante su negativa a ingresar, una de las policías allí presentes le pidió perdón y, casi como si se tratara de una tarea de rutina, la explicó que las órdenes “venían de arriba”. Debía ingresar y ser sometida a tres nuevos controles de rayos X para confirmar que no portara nada en su interior.
Le preguntaron cuánta plata portaba, qué cantidad de tarjetas de crédito y demás cuestiones que no son propias de los controles aduaneros, para luego dejarla ir. A esa altura, Melody Rakauskas se sentía nuevamente ultrajada, con miedo y sabía que controlarían cada uno de sus movimientos.
Al llegar a migraciones se encontró con un joven que sólo le solicitó el pasaporte, como sucede habitualmente, y la dejaron pasar. Rumbo a la sala de embarques, decidió pasar por el dutty free y al dar vuelta su vista vio que dos agentes de la Policía Federal la rodeaban, controlando lo que hacía.
Sin embargo, al llegar a India la pesadilla tomó aún otro color. Su pasaporte había sido fichado como “Criminal que poseía narcóticos – peligrosa”, por lo que nuevamente fue detenida por migraciones y llevada a una sala contigua donde permaneció por más de cuatro horas, sin agua y sin poder siquiera levantarse para ir al baño. “No me permitían levantarme del asiento que me asignaron”, contó a este medio.
En el lugar no había siquiera señal telefónica. La incomunicación era total. Se encontraba sola y desprovista de sus cosas en un país extranjero, con un pasaporte donde se la consideraba una criminal. Pasaron dos horas más y Rakauskas irrumpió en llanto, al tiempo que pedía explicaciones. Todavía hoy se encuentra medicada por un cuadro fuerte de depresión a raíz de lo sucedido.
“Tuve, primero, un ataque de pánico donde me quedé sin aire y teniendo ocho efectivos a mi alrededor ninguno se acercó a ayudarme”, cuenta la ex miss Argentina, que por entonces estaba tirada en el suelo intentando buscar en su bolso de mano la medicación recetada por su psiquiatra “luego de lo que pasó con Espinoza y mi ex pareja”, explicó.
En medio del desborde se desmayó, rodeada de efectivos, quienes la reanimaron arrojándole agua en la cara y entre las piernas “para hacer el efecto de que me había hecho pis encima”, confiesa angustiada. “Había pedido que me comuniquen con el consulado argentino desde el principio, porque es un derecho que tenemos y me lo negaron”, sostiene.
Pasadas las horas, le devolvieron las valijas completamente adulteradas y le pidieron que las abriera nuevamente delante de un agente que había llegado con una cámara para filmar el hecho, acusándola de poseer narcóticos. Por tal motivo, solicitaron que fuera ella quien manipulara las mismas: “Ahí me dí cuenta de que me pudieron haber metido algo en Ezeiza”, deslizó, por lo que se negó a ser ella quien lo hiciera.
Los oficiales que aseguraron recibir “órdenes de arriba”, pertenecientes al área de inmigraciones en Delhi.
Uno de los agentes abrió finalmente las valijas pero no encontraron nada de lo que les habían informado vía telefónica, información a la que Rakauskas tuvo acceso por un conocido que trabaja en el gobierno indio. No contentos con el procedimiento, la rodearon unos ocho efectivos que portaban armas y ametralladoras para llevarla nuevamente a otro “cuarto especial”.
“Yo me negué, porque después de todo lo que me habían hecho suponía que podían hacerme cualquier cosa por un encargo o favor de un narco. Así que me negué y me inmolé en el medio del pasillo de migraciones”, cuenta como si se tratara de una de sus peores pesadillas.
Un nuevo desmayo delante de otros pasajeros que pasaban por ahí fue la antesala a una “extraña” pérdida de conocimiento, según relata. Y al recuperarse se encontró con sangre en su cabeza, fruto de un corte que había sido suturado, y un lavado de estómago: “Yo había tomado, al final, de la botella de agua que uno de los efectivos me acercó haciéndose el bueno”, admite.
Luego recuerda que veinte minutos después de beber la totalidad de la botella, dado que había permanecido seis horas sin consumir nada, se desmayó. Según le explicaron en el hospital al que fue llevada, si no le hacían el lavado de estómago moriría en cuestión de minutos. Según el testimonio de Rakauskas, quien le salvó la vida fue una empleada del consulado, quien, sin entender lo que sucedía, ordenó que la llevaran a una clínica.
Había perdido casi todos sus signos vitales, tirada en el piso de un aeropuerto y rodeada por efectivos como si se tratara de una terrorista. Según afirma, la quisieron matar “por segunda vez: “La primera fue cuando Gustavo Cilia me dio las dos cajas de rivotril después de que su amigo me abusó, con la excusa de que eso me iba a calmar”.
Luego de tres días de internación, con hematomas y golpeada, incluso habiéndole sustraído la ropa que llevaba, la condujeron de regreso al aeropuerto paseándola con ropa de hospital sin permitirle salir de allí, ni comprar ropa. Le dijeron que la deportarían, pero debería hacer una escala de un día en África, lo que acrecentó aún más su temor, negándole su pasaporte hasta el momento del embarque.
Allí comenzó a gritar, agobiada y sin nadie que pudiera ayudarla, dado que el personal del consulado había sido disuadido de permanecer ajena a la situación. Finalmente, regresó a la Argentina, volviendo a pasar por el horror y la revictimización. Sin abogado patrocinante que se anime a enfrentarse a Fernando Espinoza y con su entregador “acosándola” cada vez que la cruza: según confesó, la última vez ocurrió mientras comía en un restaurant.
Fuente Realpolitik