Por Enrique Guillermo Avogadro
“Si de algo soy rico es de perplejidades, no de certezas”.
Jorge Luis Borges
En este país tan vertiginoso nos hemos acostumbrado a que diez días pueden ser un suspiro o una eternidad; por eso, no sé cómo calificar el lapso que transcurrió desde el sonoro discurso que pronunció Javier Milei en el importante foro de Suiza, que concentra factores de poder que superan a los propios Estados. Fue descripto, con ironía, por un ex ejecutivo de JP Morgan: “Davos es donde los billonarios explican a los millonarios qué esfuerzos debe realizar la clase media en favor de los pobres”. Bromas aparte, todos somos conscientes de la enorme repercusión, entre ponderaciones y críticas, que tuvieron las palabras del Presidente. Y ello motivó que se transformara en “EL” tema de conversación en muchas mesas, incluidas las familiares. Porque que fuera aplaudido por personas tan relevantes como Elon Musk, Donald Trump o Georgia Meloni y muchos líderes mundiales prueba que fue, al menos, algo inesperado.
Los detractores se concentraron en que habría desperdiciado ese escenario único para mostrar a los inversores las virtudes de nuestro país, que había hablado sólo como candidato y en que había caído en megalomanía al dar cátedra de economía a los tipos que manejan la política, el comercio, la industria y el dinero globales. La primera queja no tiene asidero alguno, toda vez que los grandes capitales –que, por cierto, hay muchos y cuantiosos en busca de oportunidades- cuentan con bancos y consultorías enormes que los asesoran y, por ello, saben de la Argentina y de su raro comportamiento más que sus propios habitantes. No coincido con la segunda y, en cuanto al tercer reproche, puede ser válido puesto que Milei preside un país que, exclusivamente por voluntad propia, ha caído en la más absoluta insignificancia y sólo contagia sus problemas al resto del mundo.
Ahora bien; la carrera que llevó a este exótico personaje a la Casa Rosada nos permitió descubrir cuánto habían cambiado los deseos y las expectativas de la ciudadanía de nuestro país, ya que fue aupado al sillón presidencial por un voto absolutamente transversal, integrado tanto por las élites económicas cuanto por la clase media y los sectores más pobres, que expresó en las urnas su esperanza en un futuro posible y un terrible enfado contra quienes las han traído hasta este miserable presente y, así, impuso al peronismo la derrota más arrasadora de toda su historia.
Y aquí comienzan mis incertidumbres sobre el episodio Davos. ¿Será que ese cambio está ya presente en el mundo entero? ¿Habrá sido Milei simplemente quien tuvo la primera oportunidad de expresar claramente ante un público tan especial y conspicuo una extendida vocación de libertad personal? Porque, si algo está quedando expuesto en todas las latitudes es el generalizado descontento social contra los Estados caros e ineficientes y contra las “castas” locales e internacionales que medran a sus sombras mientras son incapaces de transformar positivamente la vida de los ciudadanos. ¿Qué significan, en ese cuadro, las fuertes modificaciones de distinto signo político que se están viendo o anunciando en tantos países?
Estructuras tan gravosas y caras para los presupuestos familiares como Naciones Unidas, la Unión Europea o la OEA han demostrado que son meras canonjías para sus funcionarios, puesto que no han podido impedir que Rusia invadiera a Ucrania, que se propagaran las guerras en Medio Oriente, que se incrementen los aprestos bélicos en el Mar de la China, ni que subsistan criminales dictaduras en Nicaragua, Irán, Cuba o Venezuela. Y qué decir de la corrupción estatal, amplificada por su protección al narcotráfico, que está convirtiendo a América Latina en un festival de cadáveres, que se esparce y arrasa con la juventud en todas las latitudes. ¿Acaso no fue precisamente ese el meollo del discurso de Presidente argentino, que acusó al Estado de ser fuente de tantos males?
Dejo la cuestión a la opinión de mis lectores para volver a un tema que, como bien saben, me obsesiona. Me refiero a la “extraña” conducta del Ministro de Justicia, quien mantuvo la prohibición dispuesta por Cristina Fernández a la Oficina Anticorrupción y la Unidad de Investigaciones Financieras de actuar como querellante en las causas que eran su natural ámbito de acción. Mis objeciones tienen que ver con lo irrazonable de esa actitud cuando, está más que probado, ambos organismos tanto han contribuido a obtener las escasas condenas de ladrones kirchneristas, apoyando y brindando información clave a los fiscales; o sea, este proceder de Mariano Cúneo Libarona coadyuva claramente a la búsqueda de una socialmente inaceptable impunidad.
El jueves, el vocero presidencial anunció que el Ministro trabaja en la creación de una fiscalía especial, con competencia nacional, para avanzar contra la corrupción de los funcionarios, sean éstos nacionales o provinciales y pertenezcan a los poderes ejecutivos o legislativos. Más allá de la falta de precisión en cuanto a si se refiere a actos pasados o futuros, esta iniciativa me parece totalmente irracional, porque bastaría con levantar aquella prohibición sin generar nuevos gastos y, por lo demás, vulnera el federalismo, ya que la competencia sobre los delitos cometidos en las provincias corresponde a sus propios tribunales. Habrá que estar atentos y esperar las aclaraciones del caso, antes de hacer sonar nuevamente las cacerolas para impedir que las necesidades políticas de un gobierno tan carente de espadas en el H° Aguantadero lo lleven a extender un manto de olvido y perdón a los responsables absolutos de la destrucción del país, de la cual dan principal testimonio el 50% de pobreza y el 211% de inflación anual.