Por Carlos M. Reymundo Roberts
Confieso: verlo así a Alberto, cuesta abajo en la rodada, me parte el alma. Tan arriba hasta hace muy poco, y ahora despeñándose por un abismo sin fin. Tuve que forzar mi naturaleza, proclive a huir de la incomodidad, para acercarme a él. Lo hice con delicadeza. Le comenté que corría la versión de que había desistido de seguir escribiendo sus memorias, tarea que emprendió dos años atrás. “Profe –clamé–, ¡con todo lo que tenés para contar!”.
Me respondió con su muletilla de estos días: “Los caballeros no tenemos memoria”.
Lo mismo adujo en su descargo ante la Justicia. También su teléfono está desmemoriado: le desaparecieron dos años de chats con Fabiola. Peritos que investigan el celular sospechan que fue víctima del mismo virus que dejó a Maduro sin actas electorales.
Hoy me propongo ayudarlo a recordar. Voy a aportar detalles estremecedores sobre los 12 años de vínculo con su querida Fabiola. Se sabe que la cosa empezó con la entrevista que, en 2012, le hizo ella, entonces estudiante de Periodismo. No se conocían. A la tercera pregunta, Alberto dijo que podían seguir conversando en su departamento de Puerto Madero. Esa frescura y arrojo, que con el tiempo harían historia, le hicieron subir los colores a Fabi, 23 años menor. Empezaron a salir. Ella estaba deslumbrada. “Es inteligente, cariñoso, divertido –le contó a una amiga–. Ama jugar a tumbarme en el sillón y tirarse encima”.
La pareja se fue afianzando, incluso con desavenencias. “Me gustaría ser madre”; “Yo ya soy padre”. “Dale, llevame a Cancún”; “¿A Cancún? ¿No sabés que los mexicanos descienden de los indios?”. En 2016, Beto, un romántico, la lleva a París para comprometerse. Al volver, empiezan a convivir. De a poco, las diferencias se convierten en grietas: los celos enfermizos de él, las pretensiones de ella. Cortan. Fabi se va a estudiar inglés a Londres, solo por despecho: Alberto le había ofrecido tomar clases con Cafierito.
Advertencia: lo que sigue es prohibido para menores de 18 años, no recomendable para espíritus sensibles y eventualmente puede spoilear el documental de Fabiola, que continúa a la venta (fuentes del mercado dicen que por las entrevistas está pidiendo 500.000 dólares). Si bien mucha información consta ya en el expediente, hay contenido exclusivo que sin duda va a engrosar la causa. Alberto se revela enseguida como un hombre de talante odioso y modos salvajes. Al enterarse de que ella está embarazada, en aquel traumático 2016, la induce a abortar. Fabiola cede, cae en depresión y en el alcohol. Recurre a psicólogos y psiquiatras. Alberto, no menos afectado por la bebida, prueba con terapias alternativas: sale a la caza de mujeres, incluida una amiga de Fabiola. Lo hace, además, con una rara propensión a registrar todo en chats, fotos y videos. Hay tanto material que podemos sospechar que él también le apuntaba a un documental. ¿O a sus memorias? Olivos se convierte en telo, en altar de la trampa. Hasta es sorprendido in fraganti. Una de las visitas de Tamara Pettinato, asentada en el libro de ingresos, va de las 12 del mediodía a las 8 de la noche. Un día, estando allí, Cristina le reprocha a Alberto: “Dejate de joder con las minas que traés acá”. Agradeció el consejo y mudó el bulo a la Casa Rosada.
No se trataba solo de sexo: era una cuestión de Estado, porque las damas después pasaban a ocupar cargos públicos. Habría que revisar la nómina de Atucha II y de otros organismos. Javi, urgente: la motosierra del amor.
En el frente abierto con Fabiola, el profesor de la UBA apela a la gama entera de maltratos: empujones, cachetadas, trompadas, patadas (a la panza en la que crecía Francisquito), ahorcamientos. Ella se lo recrimina en los chats y él no niega nada porque, hijo de un juez, estaba trabajando para los jueces. Intelectual al fin, además de los golpes la amenaza, hostiga, intimida, denigra, encierra… Intelectual torpe: como si no supiera que su mujer es periodista, se pasó 12 años dándole información sobre sí mismo. Lo extraño del caso es que ella no usara esa información para defenderse. “Mi querido presidente, un rasguño más y cuento todo en una conferencia de prensa”. ¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué nunca dio el portazo? Ya nos vamos a enterar. Por Dios, que alguien le compre la serie.
La violencia física, psicológica, institucional, económica y reproductiva no hubiese sido posible sin el concurso de terceras personas. Hay decenas (Cris, barbas en remojo), y obviamente la primera es María Cantero, leal y abnegada secretaria, paño de lágrimas de Fabi. Sabía todo y no abrió la boca, pero tiene una coartada: se pasaba el día traficando seguros. La segunda, Ayelén Mazzina, ministra de las Mujeres; cuando Fabi recurre a ella y le muestra las fotos, se indigna: “A mí no, nena. El único problema de Alberto con las mujeres es que las quiere a todas”.
¿Puede alguien pasar de profesor de Teoría del Delito a delincuente? ¿De presidente a presidiario? Por suerte, la historia de los amores de Olivos termina bien. Javi y Yuyito se acaban de dar el primer beso.ß
Fuente La Nación