El undécimo discurso de Felipe VI como Rey fue un notorio toque de atención a la clase política. Esa es la esencia que atravesó anoche su mensaje de Navidad, el primero de la segunda década de su reinado. El Jefe del Estado pronunció una alocución más contundente de lo habitual para apuntar a los dirigentes políticos en su conjunto. Su mensaje no debe ser interpretado con equidistancias, sino por cada uno de ellos en función de su posición: a mayor poder, mayor responsabilidad. Noticia Relacionada estandar No El Rey reclama serenidad ante «la atronadora contienda política» y recuerda a Valencia: «Entendemos el dolor por la dana» Angie Calero Pide a las instituciones y Administraciones Públicas es trabajar por el bien común para preservar el pacto de convivenciaNo suele adjetivar el Rey. Ayer lo hizo con claridad para lanzar una advertencia: la atronadora «contienda» política puede suponer −advirtió− «la negación de la existencia de un espacio compartido». Ese riesgo son palabras mayores, de modo que subrayó: «Es responsabilidad de todas las instituciones, de todas las Administraciones Públicas, que esa noción del bien común se siga reflejando con claridad en cualquier discurso o cualquier decisión política». Cada minuto que pasa, el Rey se hace más grande y se acopla con mayor precisión a su función constitucional. Felipe VI empezó su discurso donde queda inaugurada simbólicamente esa segunda etapa de su Reinado: en Paiporta, con la gente, con la sociedad civil, con el pueblo. En las democracias occidentales, en el mundo desarrollado, hay un intangible apenas perceptible: la dignidad del cargo. Felipe VI lo ejerció en Paiporta, y no todos pueden decir lo mismo. Aquel domingo violento la gente gritó desesperada arrastrada al ver cómo «su pueblo, su barrio, su trabajo, su casa, su negocio, su escuela, quedaban reducidos a escombros o incluso desaparecían». Y el Rey estuvo allí, aguantando, y por eso su undécimo discurso de Nochebuena se emitió desde el Palacio Real pero con los zapatos en el barro, con la gente que este mismo domingo le aclamó en su cuarta visita. La dana permitió vislumbrar a la primera autoridad del Estado en su sitio, ni más ni menos, y por eso la gente pasó de la reclamación a la aclamación, y por eso Felipe VI quiso ayer ejercer esa autoridad para diferenciar entre la clase política y los ciudadanos. Y ahí es donde debe estar el Jefe del Estado, un símbolo de unidad indiscutiblemente útil en los momentos de zozobra. En este caso es tan mérito suyo como demérito de los demás. Cada minuto que pasa el Rey se hace más grande y se acopla con mayor precisión a su función constitucionalEl Rey fue capaz ayer de situarse entre dos mundos, y lo hizo hasta tres veces veces. Se situó entre el «atronador» ruido de la clase política y la «conciencia del bien común» de la sociedad civil. Se situó, también, entre dos espacios: ese «escenario exterior cada vez más complejo» y nuestra España, ese «gran país» que se refugia en Europa como su «referencia más valiosa». Y, por último, esta vez en el tiempo, se situó en el aquí como punto intermedio entre el ayer y el mañana: el futuro que nos juzgará por nuestra respuesta, ahora, al fenómeno migratorio, donde se deben combinar, a la vez, los respetos al civismo y a la dignidad de todo ser humano; y el pasado, el que el segundo Rey de España desde la Restauración monárquica de la Transición encuentra en la labor principal de Juan Carlos I y aquella clase política que construyó el «cimiento» del hoy con la Constitución de 1978. Don Felipe reivindicó la Carta Magna «en su letra» y «en su espíritu», que es el de la concordia que versa el epitafio de la tumba de Adolfo Suárez: «La concordia fue posible». Lo fue entonces y lo debe ser ahora, cuando todo es mucho más fácil aunque el ruido nos ciegue, cuando España transita una época histórica de éxito que, sin embargo, se empaña con las ambiciones de poder.Entre todos esos mundos contrapuestos se situó ayer Felipe VI, que se elevó como símbolo de la moderación, de la serenidad, del interés general del pueblo, del bien común. Pero, cuidado, Don Felipe no se elevó perdiendo pie: lo hizo con los zapatos manchados de barro, el que pisó en Paiporta.
Fuente ABC