Por Tomás Agustín Casaubon- Especial Total News Agency-TNA-
(ex estudiante de filosofía, periodista y poeta)
La ideología de género es uno de los últimos eslabones de los errores filosóficos cuyo punto de partida podríamos buscarlo en un muy lejano pasado, pero sostenemos que tienen un cabal comienzo en las afirmaciones y el pensamiento de René Descartes (1596-1650).
Este pensador francés colocó a la propia conciencia de estar pensando por encima de todo, por encima de sí mismo y de la realidad de las cosas, de los entes: “Cogito, ergo sum” (Pienso, luego existo). Se negó a aceptar las evidencias que captamos por los sentidos y cuyas esencias luego entendemos con el intelecto, y planteó como punto de partida que lo único cierto es que pensamos. Y de lo que pensemos depende el ser y la esencia de las cosas, de los entes y de mi propia existencia.
El ser mismo de las cosas, su realidad ontológica, que abarca todo lo creado, seres corpóreos vivos o no (1), ha sido puesto en tela de juicio por este pensador francés.
Se ha quebrado con él la metafísica natural del ser y del conocimiento humano, que es la realista, toda vez que la verdad (lógica) es la adecuación del intelecto a lo que los entes son (adaequatio rei et intellectus).
Hoy en día, la ideología de género (mal llamada perspectiva de género) nos quiere imponer a todos que aceptemos este postulado insoslayable: antes que la realidad de los seres está, no ya mis ser pensante, sino mi opción sexual, el auto apercibimiento (2) de “mi realidad, en particular, mi ‘género’ sexual”.
En los últimos Juegos Olímpicos de París, y también en otras competencias, se han denunciado casos de deportistas trans que no “encajaban” en ninguna categoría, supongamos, boxística o de atletismo. Hubo quien propuso crear una categoría exclusiva para los trans.
Pero es que allí no está el quid del asunto, porque encasillarlos en una categoría es definirlos, ponerles de alguna manera un límite, que eso quiere decir definir.
Y para “elles” (para usar la forma discursiva-corrosiva, eufemísticamente llamada “lenguaje inclusivo” -porque no incluye a nada ni a nadie en los hechos- pero sirve de vehículo al lobby de esta ideología) ese límite impuesto es inaceptable. Ya que en nombre de esta ideología, cualquiera puede percibirse, no ya como gay, lesbiana, travesti, transexual, y los innumerables géneros que incluye el LGBT sino como el género que cada individuo desee. Verbigracia, hoy me percibo como un gato y mañana como un helicóptero…
Pero lo más escandaloso y grave por sus consecuencias existenciales, familiares y psicológicas, es cuando un maestro o tutor induce a un chico a plantearse y dudar si su sexualidad corresponde a su sexo biológico o no. Y peor aun cuando se les ofrece contaminarse para siempre con la hormonización o mutilarse.
Y la intolerancia ideológica es tal, que cualquier disposición legal o reglamento deportivo que le niegue ese “auto apercibimiento” y los eventuales “derechos” que le sobrevienen por el mismo (en el caso de percibirse animal, puede llegar al ridículo de arrogarse un derecho a que se le dé el alimento, a que lo acaricien como a un gatito, o cosas parecidas totalmente extravagantes y hasta grotescas…), porque los que nos percibimos hombres o mujeres somos intolerantes, antidemocráticos, y muchos otros calificativos, todos ellos descalificadores.
Cabe precisar que los que conciben y sostienen un pensamiento basado en la biología de un embrión y en la realidad del género ser humano y el sexo de dos especies (hombre: con cromosomas XY y aparato reproductor masculino; o mujer: con cromosomas XX y aparato reproductor femenino; o incluso la aceptación biológica de los excepcionales casos de intersexuales: con una combinación de cromosomas masculinos y femeninos), que el médico ‘reconoce’ (no atribuye) tras el parto de un bebé, se transforman en “talibanes conservadores retrógrados” y muchos otros sinónimos, por lo cual pueden ser denunciados por inflexibles y a-culturales e incluso llevados ante la Justicia.
Por eso, una de las consecuencias más bestiales de la dictadura del relativismo (como ha caracterizado Benedicto XVI a esta época nuestra) es, por ejemplo, la zoofilia… ésta constituiría ya otro eslabón más (y mucho más grave) en la cadena degenerativa del pensamiento y de la dignidad de la persona que se viene desarrollando.
Es sostener por ejemplo: Yo tengo derecho y hago bien en relacionarme sexualmente con un animal porque en definitiva ni yo tengo naturaleza (palabra considerada muy desacertadamente por los ideólogos de género como “fascista”, al igual que el concepto de persona) ni ese animal la tiene, por lo tanto yo puedo percibir con total impunidad a ese animalito como objeto de mi deseo. Y nadie me puede censurar que yo lo “sodomice” –por usar un verbo de raíz bíblica–. Todo basado en una deconstrucción pseudo cultural apócrifa.
Nadie puede ir en contra de mi inclinación o de mi opción. El concepto de la libertad absoluta está no ya a la vuelta de la esquina sino en su apogeo, si no fuera porque es abiertamente contradictorio, puesto que siempre nuestro libre albedrío se ve limitado por el tiempo y el espacio en que se desarrolla nuestra existencia y por el respeto a la libertad de mis semejantes.
Hemos de volver a la Filosofía del ser, que arranca hacia el siglo IV (a. C.) y a través de centenares de filósofos, hace cumbre en la doctrina de Tomás de Aquino y llega hasta nuestros días.
Muchas otras corrientes de pensamiento filosófico de orden existencial son también vías para llegar a lo que es el mundo, la persona, los valores, la concepción ética y trascendente de la vida, y en definitiva se caracterizan por estar armonizadas por el menos común de los sentidos: el sentido común.
¡Qué lejos estamos de la ética aristotélica del sentido común, basada en los juicios morales del hombre generalmente considerado como bueno y virtuoso! Las doctrinas éticas del Estagirita basadas en la justificación y el complemento de los juicios morales de un hombre que observa la realidad y da juicios justos, que es –dice– el más calificado en cuestiones de esta índole, ya casi ni existe.
El sentido común, entre estas corrientes abiertas al ser de las cosas, es la capacidad para valorar situaciones de la vida cotidiana y tomar decisiones acertadas. El sentido común es conocimiento, mesura, prudencia, habilidad para ponderar, para responder ante una eventualidad o para dar una explicación acerca de algo, ya sea que haya sucedido o cuando diferencia un hombre de una mujer o bien una hormiga de un elefante o –como dijimos– un gato de un helicóptero.
La prueba de la realidad gracias al sentido común deberá comulgar con la sana crítica para no contradecirse con las reglas ni los principios de la lógica, el recto entendimiento, los conocimientos científicos afianzados y las máximas de la experiencia.
Actualmente la supuesta “ciencia biológica” de la ideología de género para-cultural o incluso anticultural ha permitido desarrollar ciertos nuevos “derechos del hombre” como nunca (“ensancharlo” cuantitativamente pero nunca “profundizarlo” cualitativamente), perdiéndose cierta percepción holística e integral, cierto sentido común que es lo que otorga razón de ser a una disciplina cuyo objeto es regular la convivencia para que se desarrolle de un modo pacífico, en un contexto de libertad y respeto por el prójimo.
El sentido común, también podría llamarse sentido central, dado que la expresión “sentido común” es equívoca, puesto que también puede referirse a ciertas formas de conocimiento intelectual, como cuando decimos “Fulano es una persona de mucho sentido común”.
Éste sentido central es aquel que a una persona sin formación filosófica, la lleva al realismo en su vida cotidiana y a reírse de la ridiculez que los ideólogos de género y su lenguaje absurdo han “construido” para imponer la inmanencia total como forma de vida y una supremacía absoluta del “hombre”, como principio y fin de todas las cosas sobre Dios creador, que es quién da el género y la especie a los seres, en este caso, los humanos cuyo sexo el médico ‘reconoce’ como lo que Él ha atribuido, invistiéndolos de la propia dignidad humana que debe ser siempre respetada por uno mismo, por los demás y por cada uno de nosotros.
Notas:
(1) La creación de los ángeles, espíritus puros, que conocemos gracias a la Revelación, la dejamos fuera de este comentario.
(2) Palabra común pero redundante. Yo me percibo poeta (porque lo soy). En ese “me” ya consta la autorreferencia. De modo que el “auto” dejémoslo para las rutas y calles…