Por Enrique Guillermo Avogadro
“A última hora, siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización”.
Oswald Spengler
Los bombazos que los aviones de los Estados Unidos arrojaron sobre las instalaciones nucleares iraníes parecen haber sido el hecho que puso punto final a la guerra de doce días que sostuvo Benjamin Netanyahu contra Alí Khamenei y su corte de ayatolás, pero se trata sólo de una apariencia engañosa. Hubo otros países que coadyuvaron, por acción u omisión, a lograr este cese del fuego que, de todas maneras, no pasa de ser muy endeble.
Me refiero, por ejemplo, a la actitud de Vladimir Putin que, acosado por su propia guerra de conquista sobre Ucrania, miró para otro lado cuando Irán, su gran aliado regional, le pidió ayuda; lo mismo había hecho cuando las milicias insurgentes sirias derrocaron a su amigo Bashar Háfez al-Ásad, que debía asilarse en Moscú. También Xi Jinping jugó sus cartas y, atenazado por las necesidades de petróleo y gas persas que tiene la economía china, amenazó mortalmente a los hutíes de Yemen si se atrevían a bloquear el estrecho de Ormuz, por donde pasa el 30% del comercio marítimo mundial. Los países vecinos – Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos – también pusieron lo suyo, tan preocupados como Occidente por la probabilidad de que los ayatolás chiítas se hicieran de un arsenal nuclear que, obviamente, produciría efectos desastrosos sobre la población de todos ellos en caso de ser utilizado para atacar a Israel.
“ En toda guerra, la primera víctima es la verdad” , enseñaba Esquilo 400 años antes de Cristo, y la cuestión hoy es cuál ha sido el efecto real de los bombardeos sobre las instalaciones iraníes de enriquecimiento de uranio, ya que su destrucción total, proclamada por Donald Trump, ha sido puesta en duda por su propio Pentágono, y Alí Khamenei, líder supremo de Irán, ha declarado que su país no ha sufrido daños considerables y que continuará con su programa nuclear, ahora sin el control de la Agencia Internacional de Energía Atómica. En una palabra, el mundo sigue en el horno.
En el terreno local, y después de 21 años de escribir estas columnas, me resulta deprimente tener que seguir poniendo el acento en la gigantesca deuda que tiene nuestro H° Aguantadero, con sueldos tan irritantes, con la sociedad a la cual en teoría representa. Pero a los políticos de todos los colores sólo les preocupa mantener sus inicuos privilegios, tal como se ve en casi todas las instituciones del Estado, cubiertas de maloliente oprobio.
La Argentina requiere, para poder crecer y desarrollarse, de fuertes inversiones productivas, pero ellas no llegarán en tanto conservar un régimen laboral tan anacrónico y costoso para trabajadores y trabajadores, un sistema impositivo complicadísimo y confiscatorio, una Justicia que se ha mostrado incapaz de garantizar en tiempo y forma el derecho de propiedad y el respeto a los contratos y tiene doble rasero al juzgarnos (los indignantes privilegios otorgados a Cristina Elisabet Fernández y José Alperovich son claras muestras de ello), un fuero laboral coludido con abogados para otorgar indemnizaciones siderales, sindicatos fascistas que impunemente bloquean plantas fabriles, estatutos del docente y del empleado público absurdos, y un costo de transporte impagable por el deterioro (o inexistencia) de la infraestructura ferroviaria y caminera.
Hasta que esas obligaciones se paguen con las leyes necesarias, no será posible abonar sueldos y jubilaciones dignas ya que, en la medida en que se mantenga la situación actual, la mitad de la economía nacional seguirá “en negro”. Así, quienes operan “en blanco” deben pagar impuestos enormes porque el resto no lo hace, y el aporte de los trabajadores registrados. seguirá siendo insuficiente para sostener a los pasivos; hoy esa relación es de 1,3 activo por cada jubilado, cuando el equilibrio mundial es de 4 a uno. El H° Aguantadero podría crear algún sistema similar a la AUH para atender a los adultos mayores que accedieron a la prestación sin haber realizado los aportes de ley por obra y gracia del populismo pero-kirchnerista.
Entonces, ¿por qué diputados y senadores intentan sabotear, con su demagogia, un programa económico que, como demuestra la rapidísima caída de la inflación, parece estar funcionando, aún cuando el derrame hacia la microeconomía todavía exige sacrificios? ¿Por qué reclaman en las cámaras soluciones que están exclusivamente en sus manos? ¿Pretenden volver a emitir sin medida, al costo de reavivar una inflación que tanto nos ha perjudicado, para congelar el precio de los servicios y compensarlo con absurdos subsidios? Deberían ponerse a trabajar, con imaginación y hambre de futuro, y dotar al Ejecutivo de las leyes y herramientas necesarias para lograr esos mismos objetivos que exigen a gritos y con violencia, en una falsa solidaridad con los más necesitados, sean éstos médicos, maestros, científicos, discapacitados o ancianos con remuneraciones de miseria.
Sin embargo, y con esperanzas, creo percibir un cambio cultural en la ciudadanía, reflejado en las últimas elecciones provinciales, en las cuales el oficialismo nacional, pese a lo precario de su estructura, ha hecho un papel más que razonable, aún en medio de este feroz ajuste. Me parece que estamos empezando a entender que el sendero populista y saqueador que elegimos hace ya ocho décadas sólo nos conduce al fracaso como país; el perokirchnerismo, rastrera víctima de la obturación personalizada en Cristina Fernández, lo sabe; y ya es consciente – como demuestra el atronador silencio de sus caudillos – de que ella sólo busca su salvación personal, respaldada por los millones de pobres que, intencionadamente, han generado – o importado – sus nefastas acciones políticas.
Bs.As., 28 de junio de 2025
- El título de esta nota, sin los signos de interrogación, es de la novela con la cual José María Gironella cerró su magnífica trilogía sobre la guerra civil española.