Buenos Aires, 8 de diciembre de 2025 – Total News Agency-TNA-La visita de Vladimir Putin a Nueva Delhi y el insólito gesto del primer ministro Narendra Modi al recibirlo personalmente en la pista del aeropuerto encendieron alarmas en varias capitales occidentales. Sin embargo, lo ocurrido en India no puede leerse como un giro antioccidental ni como una adhesión al autoritarismo ruso: es, ante todo, un recordatorio firme de que la mayor democracia del Indo-Pacífico no acepta tutelas, sanciones ni presiones externas, y que su política exterior continúa guiada por un principio histórico e inamovible: la defensa absoluta de su autonomía estratégica.
El gesto —inusual en el rígido protocolo indio, que rara vez se altera— fue interpretado en Occidente como una señal de proximidad entre Modi y Putin. Pero para entender la escena hay que entender a India: el abrazo, simbólico en una cultura donde el contacto físico es reservado, no fue un respaldo político a Moscú, sino una manera de mostrar que Nueva Delhi toma decisiones sin condicionamientos, incluso frente a Estados Unidos y Europa, sus socios naturales en valores democráticos, tecnología y estabilidad regional.
India mantiene con Rusia un vínculo histórico que se remonta a 1947, cuando la URSS apoyó su desarrollo estratégico e industrial sin exigir alineamientos ideológicos. Esa memoria pesa, pero no determina. Modi sabe —y su cancillería lo repite en privado— que la Rusia actual es la agresora en Ucrania. Nueva Delhi no respalda esa guerra, pero tampoco romperá un vínculo estructural que garantiza suministros de armamento, cooperación tecnológica y, sobre todo, petróleo a precios reducidos, un elemento vital para sostener el crecimiento de una economía de 1.400 millones de habitantes.
Ese pragmatismo se profundizó tras lo que en India se vivió como una afrenta: la decisión del presidente Trump de imponer aranceles secundarios por la compra de crudo ruso. Para un país extremadamente sensible al respeto jerárquico y diplomático, la sanción fue vista como una humillación innecesaria. El efecto fue inmediato: en lugar de alejar a Nueva Delhi de Moscú, reforzó la necesidad india de demostrar independencia operativa.
Un error adicional de Washington contribuyó al clima: el nombramiento de un embajador demasiado joven, sin trayectoria suficiente y percibido como favorecido por vínculos personales con la familia presidencial. India, donde la experiencia y la antigüedad son pilares de legitimidad, no tolera bien gestos que sugieren subestimación o falta de profesionalismo diplomático. No son incidentes menores: son mensajes mal leídos.
Pese a esta tensión coyuntural, India continúa mucho más cerca de Occidente que de cualquier potencia autoritaria. Su sistema democrático, su economía de mercado, la densidad de su clase media, su vibrante sociedad civil y su gigantesca diáspora en Europa y Estados Unidos la alinean naturalmente con las democracias liberales. Pero Nueva Delhi insiste en una premisa que Occidente aún tiene dificultades para asimilar: India es socia, no subordinada. No cree en las alianzas verticales ni en la lógica de bloques permanentes; cree en el interés nacional y en relaciones equilibradas.
En materia militar, la dependencia de Rusia sigue siendo significativa: cazas Su-30MKI, tanques T-90, misiles BrahMos, sistemas antiaéreos y buena parte de su doctrina operativa. Francia avanza con fuerza —Rafale, Scorpène— y Estados Unidos gana terreno en inteligencia y cooperación naval, pero sustituir seis décadas de infraestructura militar no es un proceso inmediato. India no puede romper con Moscú de forma abrupta, pero tampoco se alineará con su agenda global.
La calidez del recibimiento a Putin debe leerse bajo esa luz: un gesto de autonomía, no de alineamiento. Un recordatorio de que India no aceptará sanciones unilaterales, no permitirá intromisiones en sus decisiones energéticas y no actuará como “muro” para contener a China si ello implica perder libertad de acción. India quiere fortalecer su capacidad propia para enfrentar a Pekín y a Islamabad, no convertirse en instrumento de terceros.
En este mundo convulso, donde los equilibrios del Indo-Pacífico definirán el siglo XXI, Occidente debe comprender lo que India está diciendo: respeto, cooperación y asociación entre iguales. Nada más, pero tampoco nada menos. Una India fuerte, independiente, democrática y próspera es esencial para la estabilidad global. Una India malinterpretada o humillada puede inclinar los equilibrios geopolíticos en direcciones imprevisibles.
El mensaje de Nueva Delhi, expresado en un abrazo que recorrió el mundo, es claro: India coopera con quienes la respetan y resiste a quienes la presionan. Occidente haría bien en tomar nota.

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