Pasaron 45 días desde el asesinato de Fabián Gutiérrez y los investigadores dan por hecho que su crimen tuvo un móvil económico. Su suerte fue la peor, pero otros tres hombres que, como él, estuvieron dentro del círculo de confianza de la familia Kirchner ya habían sido atacados en busca de fortunas escondidas. La información sobre cofres ocultos con millones que llegaron en bolsos a Santa Cruz transita, desde 2013, una frontera difusa entre el mito y la realidad. Por Mariela Arias- Candela Ini.
utiérrez fue durante más de diez años secretario privado del matrimonio presidencial. Tres amigos de él relataron que, días antes de que lo mataran, había vendido un vehículo por 30.000 dólares en efectivo. Facundo Zaeta, uno de los procesados por el homicidio, dijo en su indagatoria que buscaban “el dinero negro que tenía Gutiérrez de la corrupción”; según declaró, creían que su fortuna era de “millones de dólares”.
Fuentes judiciales dijeron a La Naciónque es muy difícil establecer la cifra real del patrimonio de Gutiérrez, alimentado por compras a precio vil y operaciones no registradas. Incluye 36 inmuebles, 35 autos de lujo y tres embarcaciones, de acuerdo con los investigadores. Al momento del crimen, el exsecretario presidencial, de 46 años, estaba procesado por el delito de lavado de dinero y pesaba sobre sus bienes un embargo de 900 millones de pesos.
La sospecha de que en esta provincia existen tesoros enterrados, puertas secretas a bóvedas ocultas y contenedores escondidos repletos de dólares se convirtió, en los últimos años, en mucho más que meras historias locales. En 2013, Lázaro Báez bajó con periodistas a un subsuelo de su chacra para demostrar que allí había una bodega -y no una bóveda para guardar billetes-. Pero en los tribunales crecían las sospechas y en 2016 el fiscal federal Guillermo Marijuan viajó a Río Gallegos en busca de bienes ocultos. La imagen de sus rastrillajes, con retroescavadoras y helicópteros, recorrieron el país. Dos años más tarde, el contador histórico de los Kirchner, Víctor Manzanares, confesó como “arrepentido” que escondió bolsos con dinero en el entretecho de su casa y el juez Claudio Bonadio dio por probado que existió una bóveda subterránea en la casa de la expresidenta Cristina Kirchner de El Calafate. Según el kirchnerismo, fue todo parte de un gran “lawfare”.
En los cientos de allanamientos ordenados en Santa Cruz nunca se descubrió un cofre enterrado con monedas de oro, pero la Justicia sí encontró propiedades, estancias y hoteles valuados en cientos de millones de pesos. No se conoce todavía el monto total de lo hallado; algunos bienes aún están pendientes de tasación. Pero los investigadores hoy dan por hecho que encontraron el tesoro patagónico, o al menos buena parte de él, y que estaba a la luz del sol.
El periodismo primero, y luego la Justicia, pusieron su lupa sobre Báez, quien desde Santa Cruz construyó un imperio que se extendió por todo el país, acumuló más de 1400 propiedades y vehículos. Solo en suelo santacruceño, a través de la compra de casas, campos y 45 estancias, logró sumar más de 450.000 hectáreas. Un inventario realizado por el fiscal Marijuan tiempo después de los operativos de 2016, valuó los bienes detectados en más 205 millones de dólares. El juez federal Sebastián Casanello embargó más de mil bienes de Báez y su grupo empresario, entre propiedades, vehículos, embarcaciones y aviones. Hoy, Báez está siendo juzgado, acusado del lavado de más de 54 millones de dólares, y sus propiedades que fueron detectadas por la Justicia están en proceso universal de quiebra. De aquella fortuna, hay parte que está perdida, como la maquinaria en desuso, que valdrá solamente lo que alguien esté dispuesto a pagar por ella, advierten en los tribunales.
Los bienes de los expresidentes Néstor y Cristina Kirchner y de sus hijos también fueron sometidos al ojo de la Justicia, que los inhibió. Solo los tres hoteles de la familia de la actual vicepresidenta que se encuentran en esta ciudad están valuados en 33 millones de dólares (Alto Calafate, 9 millones; Los Sauces, 15 millones, y Las Dunas, 9 millones), según tasaciones reveladas en el programa La Cornisa, de LN+, en tanto que, respecto de Los Sauces SA -hoy propiedad de Florencia y Máximo Kirchner- el interventor judicial declaró que su patrimonio neto es de 973 millones de pesos, monto que incluye los 108 millones de pesos en que está tasado el hotel La Aldea, del Chaltén. Los valores, aportados por los interventores de las empresas a la Justicia, están basados en los montos por los que fueron aseguradas o bien a partir de tasaciones propias a partir de consultas con el mercado inmobiliario.
El crecimiento exponencial de la fortuna de la familia Kirchner y su entorno más cercano, que incluye empresarios y exsecretarios, nunca fue un secreto en Santa Cruz. A partir del año 2006, la compra de propiedades, empresas y fondos de comercio por parte de Báez dejó a la vista una desenfrenada necesidad de hacer inversiones, que no siempre eran rentables. En esa compraventa de bienes, una docena de operaciones cruzadas incluyó a los Kirchner y les valió la primera investigación por enriquecimiento ilícito, una causa en la que fueron sobreseidos en tiempo récord por el entonces juez federal Norberto Oyarbide.
La hotelería K
Mientras Báez crecía como empresario, en 2008 la familia Kirchner concretó tres operaciones inmobiliarias millonarias aquí: a la compra del hotel Las Dunas se sumó ese mismo año la venta de dos hectáreas a la firma Cencosud por dos millones de dólares (tierras que había adquirido tres años atrás a 7,50 pesos el metro cuadrado) y la compra de Hotesur, la sociedad anónima dueña del hotel Alto Calafate. En paralelo, Báez construyó el hotel Los Sauces. Además, con una de sus sociedades, los Kirchner compraron la hostería La Aldea, en El Chaltén, a 230 kms de aquí. Desde 2016 ese hotel está cerrado. Según reconstruyó La Nacióna partir de documentos del Tribunal de Tasaciones de la Nación, cuando lo compraron los Kirchner, en abril de 2009, el valor del terreno con la hostería construida en él era de $2.890.000. Es decir, 14 veces más que el precio por el que fue escriturado por Los Sauces SA.
Los cuatro hoteles hoy están bajo la lupa. La Justicia dio por probado, en una primera parte de la investigación, que a través de la simulación de alquileres de habitaciones del hotel Alto Calafate, administrado por la firma Hotesur, los Kirchner cobraban de Báez, dueño de Valle Mitre, dinero proveniente de sobreprecios en las obras públicas adjudicadas a su empresa Austral Construcciones. Ese caso fue elevado a juicio, pero el proceso oral todavía no tiene fecha de inicio.
Báez también quiso tener su propio hotel: el “Hotel Bahía”, un complejo enorme, en esta ciudad, que nunca fue inaugurado ni habitado. Lo mismo que Gutiérrez, que compró el Hotel Comercio, en Río Gallegos, y un lodge de pesca, en Ushuaia, Tierra del Fuego, de acuerdo con la causa que lo investigaba por lavado de dinero. Otra prueba de la afinidad del círculo kirchnerista con la hotelería es el caso de Raúl Copetti, el tesorero del Frente para la Victoria y hombre muy cercano a Néstor Kirchner, que construyó aquí el Hotel Imago, que luego administraría una sociedad de su familia.
La confesión del contador
Al mismo tiempo que crecían los patrimonios de los Kirchner y los Báez, se multiplicaban también los de hombres de su estrecha confianza, secretarios y empleados como Daniel Muñoz, Gutierrez, Copetti, Roberto Sosa, Daniel Alvarez y Ricardo Barreiro, y hasta los bienes del contador Manzanares, hoy arrepentido en la causa de los cuadernos. Fue justamente él quien habló en los tribunales de “los tesoros” del kirchnerismo.
“Cuando falleció Néstor, el último en llegar a El Calafate fue Daniel Muñoz. Llevaba consigo las llaves de los tesoros, que eran los lugares donde se guardaba dinero. Daniel me dijo que sintió asco y repugnancia de la cara de la gente que fue a buscarlos al aeropuerto, especialmente la de Sanfelice [Osvaldo, socio de Máximo Kirchner], por la avidez que mostraban por la llaves”, declaró Manzanares. En sus dichos como arrepentido, él, que llevaba toda la actividad contable de los Kirchner, indicó lugares de supuesto acopio de dinero cuya ruta aún hoy se investiga.
Manzanares corroboró con sus declaraciones buena parte de los rumores que durante años corrieron en Santa Cruz, que incluyeron versiones en voz baja sobre contenedores ocultos en campos, paredes huecas forradas de billetes -al mejor estilo de la serie “Ozark”- y freezers con dinero que llegaban en aviones y se ocultaban en galpones.
Manzanares detalló cómo él guardó bolsos en el entretecho de su casa y cómo se montó, en un departamento ubicado en pleno corazón de Río Gallegos, un mueble de doble fondo para depositar el dinero de Muñoz. De allí, siempre según el arrepentido, retiraba dinero para realizar las operaciones a nombre del secretario presidencial. Manzanares mencionó incluso un galpón al que le habían modificado una habitación para acumular efectivo.
Pero quizás lo que más golpeó a la familia Kirchner fue que Manzanares haya declarado que en la casa de 25 de Mayo 446, también de Río Gallegos -la vivienda de la infancia de Néstor Kirchner- se habían ocultado millones de dólares que luego fueron a parar a la compra de propiedades en el extranjero para Muñoz, según la confesión del contador ante el fiscal.
El kirchnerismo siempre cuestionó la validez de los dichos de los arrepentidos y dijo que sus declaraciones eran fantasiosas y estaban guionadas. “Estos no son arrepentidos, son ventrílocuos”, afirmó Carlos Beraldi, el abogado de Cristina Kirchner, sobre las declaraciones en la causa de los cuadernos. “Son declaraciones que no tiene ningún valor”, afirmó.
La segunda tanda de excavaciones
En 2018, como parte de la causa de los cuadernos de las coimas, Bonadio investigó un entramado de relaciones y sociedades presuntamente destinadas a ocultar el destino final de los sobornos, con indicios que apuntaban a Santa Cruz. Bonadio ordenó la búsqueda de dinero enterrado y se apuntaron lugares a partir de datos que llegaron al 134, la línea telefónica habilitada por el Ministerio de Seguridad para recibir información a cambio de recompensa.
La presidenta del Pro, Patricia Bullrich, era entonces ministra de Seguridad. “Nosotros íbamos con información, todo el mundo tenía información, eso complicaba un poco. El tema fue que entre el momento en que se dijo que había dinero y el momento en que se empezó a buscar pasó muchísimo tiempo”, recuerda Bullrich. Ella sigue especulando con que hubo dinero enterrado. “La lógica es que si había dinero, ese dinero se sacó. Yo siempre tuve esa teoría, pensé que no íbamos a encontrar nada porque era imposible que alguien que escuchase que se sabía que había dinero no lo fuera a sacar”, dijo Bullrich a La Nación.
La búsqueda más impactante se concentró en la estancia Cruz Aike, de Báez, a 50 kilómetros de esta ciudad, en un sitio que ya había sido excavado por el fiscal Marijuan en 2016.
El área dispuesta para registrar fue de 200 metros por 200 metros, delimitado por conos naranjas y cintas. Sobre todo ese predio pasaron el georradar. Tras cuatro días de procedimientos con retroexcavadoras, los investigadores solo encontraron presuntos indicios de que algo hubo enterrado en el lugar del rastrillado. “Era imposible. El dinero, para mí, estaba en bóvedas, y era evidente que esas bóvedas las habían sacado antes”, dijo Bullrich.
Lo que sí quedó registrado es cómo Báez introdujo millones no declarados en el circuito financiero mediante la financiera SGI y una red de empresas y cuentas radicadas en Panamá, en las Bahamas y en Belice, hasta llegar a Suiza. El dinero blanqueado en el exterior volvía al país, según dio por acreditado la Justicia, convertido en bonos de la deuda argentina. “El apoyo internacional fue fundamental para generar la prueba que permitió descubrir la verdad sobre la asociación ilícita y los niveles escandalosos de corrupción pública”, dijo Mariano Federici, extitular de la Unidad de Información Financiera (UIF), a LA NACION. La UIF fue una de las partes querellantes de este caso.
Perros, scanners y tres días de allanamiento
En agosto 2018, semanas después de que estalló el caso de los cuadernos de las coimas, el juez Bonadio ordenó decenas de allanamientos en Santa Cruz. Fueron operativos, según la defensa de Cristina Kirchner, plagados de “ilegalidades”. El allanamiento en la residencia de la expresidencia en esta ciudad duró tres días. Incluyó la presencia de perros entrenados para detectar divisas y scanners para revisar las estructuras internas de la construcción.
La mitad del tiempo que duró ese megaoperativo estuvo concentrado en buscar una bóveda a partir de las declaraciones del financista arrepentido Ernesto Clarens, que dijo que Muñoz le mencionaba que el efectivo estaba en “archivos metálicos dentro de una bóveda en el subsuelo de la casa del matrimonio Kirchner en El Calafate”. El procedimiento terminó con el secuestro de varios objetos, pero no de dinero escondido.
No obstante, Bonadio dejó asentado en un fallo que en la casa de la expresidenta “se encontró en el subsuelo una bóveda, que si bien su entrada tenía una puerta de madera, el contramarco de la misma era de acero”. En septiembre de 2018, el juez procesó a Cristina Kirchner en el tramo principal de la causa de los cuadernos por considerarla jefa de una asociación ilícita -procesamiento que la Cámara Federal confirmó- y le trabó un embargo por 4000 millones de pesos.
La fortuna de Gutiérrez
La causa de los cuadernos hizo regresar a los tribunales federales de Comodoro Py a varios exsecretarios del matrimonio Kirchner que habían sido sobreseídos en investigaciones anteriores. Gutiérrez fue uno de ellos. Según la Justicia, que lo procesó en el caso de los cuadernos y también por lavado de dinero, Gutiérrez y Muñoz habían recibido parte del dinero proveniente de la asociación ilícita que recaudaba coimas de empresarios de la construcción.
Muñoz compró propiedades en Argentina y departamentos en Manhattan y Miami, Estados Unidos. Cuando se reveló la investigación conocida como Panamá Papers, Muñoz desarmó esas inversiones extranjeras y movió en numerosas operaciones su dinero a las islas Turks and Caicos. Invirtió en un terreno en el que planeaba levantar un complejo turístico.
En cuanto a Gutiérrez, cuando Bonadio lo procesó dijo que tenía al menos 35 inmuebles en el Sur (entre El Calafate, Río Gallegos y Ushuaia), una casa en un country de Pilar, unos 35 autos de lujo y tres embarcaciones. Esa lista de activos incluye desde una camioneta Porsche Cayenne y un Porsche Boxter, hasta un hotel en Tierra del Fuego. En esa causa, hoy a cargo del juez Marcelo Martínez De Giorgi, hay doce presuntos testaferros de Gutiérrez procesados.
En su ciudad, El Calafate, Gutiérrez se había construido una mansión de un millón de dólares que hizo que las miradas se posaran sobre él y motivó la apertura de una investigación por enriquecimiento ilícito, en la que fue sobreseído.
La casa es una fortaleza inexpugnable, con domos de cámaras que registran todo el predio. Sin embargo, la muerte lo encontró en un chalet sin seguridad. Su crimen se suma a una cadena de hechos violentos sufridos por hombres cercanos a la familia Kirchner a quienes el repentino incremento de su patrimonio los transformó en tesoros móviles, destinatarios de toda clase de fantasías vernáculas, con distintos grados de asidero.
Roberto Sosa, exsecretario y colaborador de Néstor Kirchner, fue secuestrado la madrugada del 8 de mayo de 2016 por dos hombres con militancia en el FPV que buscaban dinero que presuntamente atesoraba en su domicilio.
Pocos días después, tres asaltantes entraron en la casa de los padres de Daniel Álvarez. También buscaban dinero. Y en febrero de 2017, Raúl Copetti sufrió un asalto tipo comando en una casa en San Martín de los Andes, Neuquén. Los delincuentes, que mantuvieron secuestrados a los caseros, cavaron pozos alrededor de la vivienda, hicieron boquetes en las paredes y levantaron los tablones buscando dinero.
Pasaron siete años desde que Báez entró con cámaras de TV al subsuelo de su casa para negar la existencia de una bóveda. Desde entonces, algunos mitos fueron desterrados, otros sobreviven. El crimen de Gutiérrez, aún no esclarecido, es el capítulo más trágico de una larga historia de misterios.
Fuente La Nación