Fueron perseguidos por defender valores contrarios al absolutismo monárquico y estuvieron en las luchas por la Independencia; hoy la masonería, con los mismos principios, se ejerce a la luz del día. Por Daniel Santa Cruz
“Los masones somos discretos en democracia y secretos durante las dictaduras”, dice Nicolás Breglia, exgran maestre, abogado y masón desde 1984, que oficia de anfitrión, vocero e historiador en nuestra visita a la Gran Logia Argentina.
“La masonería crece en las democracias y se deprime en las dictaduras, precisamente por los valores que defiende”, complementa. Y recuerda que la masonería argentina ha crecido exponencialmente en todo el país desde la vuelta de la democracia, en 1983. “Hay logias en todas las provincias, y en la privacidad de nuestros templos tenemos un ámbito neutral de debate para lograr consensos en el disenso”.
Para despejar equívocos, los masones aclaran que las sociedades políticas secretas y clandestinas con fines específicos y de duración limitada no tienen nada que ver con ellos. Más allá del aura de secretismo que conserva, la masonería ha dejado de ser una sociedad oculta. Institución legalmente constituida, obtuvo la personería jurídica en 1879, y sus fines son igualmente conocidos: están enumerados en los estatutos aprobados por el Estado y ampliamente difundidos en diccionarios, enciclopedias y publicaciones históricas.
La Gran logia de la Argentina de libres y aceptados masones, dirigida por el gran maestre Angel Clavero, comenzó hace más de una década una apertura al resto de la sociedad con el fin de hacer conocer sus principios y objetivos.
Con una sede en la Calle Perón, una página web y más voluntad de mostrarse que sus antecesores, hoy hay en el país unos 12.000 “hermanos masones”, como se llaman entre ellos, que sostienen con sus aportes (que van de 800 a 1500 pesos) todas las actividades de la logia, incluso las filantrópicas, entre las que se destaca el Hogar Bernardino Rivadavia, fundado en 1906.
¿Qué hacen los masones hoy en Argentina? “Además de la labor filantrópica, como el mantenimiento de comedores para niños carenciados o el desarrollo del Hogar Bernardino Rivadavia, promovemos las cátedras universitarias de Librepensamiento, que difunden los ideales de la masonería”, relata Breglia. “Contamos con el Instituto Laico de Estudios Contemporáneos, que se dedica a la difusión de las ideas sobre una educación pública, gratuita y laica, de excelencia e integral para todos, sin distinción de niveles sociales. Entendemos que es función del Estado garantizar la igualdad en el acceso al conocimiento. Además, tenemos el Observatorio de la Ciudadanía, que se ocupa de tratar problemas cotidianos de nuestra sociedad, organiza conferencias y propone cursos de acción para solucionarlos”.
La logia desarrolló actividades colaborativas durante la pandemia. Donó barbijos y máscaras en todo el país. Y creó una logia especial de médicos que atienden a pacientes con coronavirus.
Pero, ¿qué es ser masón en 2020? “Lo mismo de siempre”, responde Breglia. “El masón por definición es un hombre libre y de buenas costumbres, alejado de los pensamientos extremistas y dogmáticos, fundamentalmente es republicano, laico, democrático y profundamente social, cree en las verdades relativas, entendiendo que cualquier sea su ideología, depende con el cristal con que se mire, tiene parte de verdad. La masonería es una escuela de conocimiento y de conducta, porque exige a sus miembros un continuo perfeccionamiento físico e intelectual. No le está permitido al masón vegetar, vive en la búsqueda de superación que termina con la muerte”.
Breglia señala que estamos rodeados de economistas, políticos y periodistas masones. “No los identificamos si no es por propia voluntad. El expresidente de Uruguay Tabaré Vázquez es masón. Lo decimos porque nos autorizó su familia. Otro hermano fue Alfredo Bravo. La logia hizo todo lo posible por su liberación cuando fue detenido y torturado por la dictadura”.
En la masonería existen reglas estrictas que sus miembros deben cumplir. “Es una escuela de conducta”, destaca Breglia, “porque exige a sus miembros mantener una ética hasta el fin de sus días. Le decimos a los hermanos, cuando se inician en la orden, que vamos a revisar su mandil blanco de piel de cordero, que es el símbolo del trabajo, cuando fallezcan. Si se mantiene puro y sin mácula, es señal de que el hermano no ha tenido ninguna claudicación ética en su vida. Es ahí cuando podemos decir que ha triunfado en la vida”, concluye.
Los masones son implacables con quienes se apartan de esos preceptos. “Al masón que no cumple con los principios y valores de la masonería se lo puede denunciar. Se le corre traslado y se le permite hacer su descargo. Si corresponde, la sanción puede llegar a una suspensión o la expulsión de la orden”. Y aclara: “Un masón puede ser absuelto por una denuncia en una causa, pero la masonería, si ve que ha tenido una claudicación ética, puede expulsarlo de la orden. Somos muy estrictos. Creemos en una sociedad de valores, no en una sociedad de fines”.
El origen de la orden
“Los masones defendemos la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad y nos proponemos la investigación de la verdad, la perfección del individuo y el progreso de la humanidad. Esto molestó en el siglo XVIII al absolutismo monárquico, que atacó a la orden con el mito de que practicaba rituales de secta. Los masones enfrentaban entonces, y aún lo hacemos, al dogmatismo político y religioso, pero no renegamos de Dios. En Gran Bretaña existieron dos corrientes, una católica en Escocia e Irlanda, y otra en Inglaterra, protestante. Mientras que en Francia comienza a crecer una logia latina, más emparentada con los preceptos de la revolución francesa”.
Según Breglia, no es casual que los masones comiencen a crecer en Inglaterra mientras se desarrollaba la revolución industrial. “En la Europa de entonces, el 85% de la población de los países centrales era analfabeto y solo una minoría gozaba de los bienes y servicios. Por eso los masones apoyaron los cambios de las sociedades modernas”.
“Los masones defendimos los movimientos liberales progresistas, que se oponían al absolutismo. Muchos de los principios de la orden se vieron reflejados en la carta constitutiva de la independencia de los Estados Unidos -dice Breglia-. Un nazi, un fascista o un estalinista no podría ser masón jamás”.
Breglia recuerda que existieron épocas en las que en algunos países se lanzaron contra la masonería y la persiguieron con crueldad. Eso obligó a las logias a mantenerse en secreto. “Es lógico que en esas circunstancias se hayan constituido grupos de masones discretamente reservados. Sin embargo, no es esta la verdadera motivación del llamado secreto masónico. Ese se refiere al estudio e interpretación de los símbolos y ritos de la orden, de los cuales surge la utilidad de los trabajos realizados en las logias”, aclara.
Según el relato interno de los masones, Hitler persiguió a las logias germanas con directivas genocidas. Antes de la Segunda Guerra Mundial, en Alemania había 68.000 masones; luego del nazismo, sobrevivieron apenas 5000. En Francia había 30.000, de los que sobrevivieron solo 8000. Y por haber apoyado a la República, en la Guerra Civil Española Franco persiguió y encarceló a los iniciados menores y fusiló a los maestres. Incluso, expropió sus casas. Fue tal la persecución franquista que, mientras Franco estuvo en el poder, los nietos de masones no podían ingresar a la universidad.
“Esas persecuciones hicieron que los masones se mantuvieran conviviendo en secreto. Pero, por ejemplo, cuando España se democratizó, lo hizo bajo las ideas que defendieron los hermanos masones derrotados por el franquismo”, señala Breglia.
La llegada y el desarrollo de las logias masónicas a la Argentina
La llegada de la masonería a la Argentina data de fines del Siglo 18, y la primera organización fue la Logia Independencia de la mano de Manuel Belgrano y Juan José Castelli.
Breglia apunta que esta logia fue, junto a la Logia San Juan de Jerusalén, muy activa en los días que marcaron revolución de mayo. Y aporta un dato: “De los miembros de la Primera Junta de Gobierno, solo Miguel de Azcuénga no era masón. El resto lo era, incluso Manuel Alberti que era sacerdote católico”.
Los masones argentinos destacan que la Iglesia Nacional, integrada por sacerdotes criollos adhirió a la idea de la ilustración masónica a principios del siglo 19 cuando comenzaba a destacarse el movimiento emancipador.
José de San Martín, creador de la Logia Lautaro, exigió, con la aprobación del Acta de la Independencia, que los congresales debían jurar por los dos objetivos de la Logia: Independencia y república. Para poner en claro que el naciente país tenía un rumbo preciso.
“Rosas era absolutista y persiguió a los masones jacobinos, pero en su exilio fue rescatado y apadrinado por el primero ministro británico, Henry Temple conocido como Lord Palmerston, un reconocido masón”, añade Breglia. Y agrega: “La generación del 37 con Alberdi, Echeverría y otros, fueron perseguidos por Rosas, justo ellos que tanto tuvieron que ver en la organización institucional del país, como Bartolomé Mitre y Justo José de Urquiza, que también eran masones”, subraya Breglia
Más cerca en el tiempo recuerda: “En 1916, en su campaña, Hipólito Yrigoyen decía que su plataforma era la Constitución Nacional, no era un eufemismo, lo decía como buen masón. Hubo masones en FORJA, y en cada movimiento político que rechazaba los modelos autoritarios. Más acá en el tiempo, no está confirmado, pero hay señales que indican que Perón se incorporó a la masonería durante su exilio”. Sobre Perón agrega que dos de sus dos vicepresidentes, Hortensio Quijano y Alberto Teisaire, eran masones.
“En Chile señalaban a Raúl Alfonsín como masón, sin embargo, nunca fue registrado, si bien el expresidente pidió colaboración a la Logia para el armado del Mercosur, su idea a fines de los 80”, recuerda el ex Gran Maestre repasando la cercanía de la Orden con la política y sus actores.
Historias de masones que le dan valor de la hermandad
Es conocida la amistad entre Manuel Belgrano y el general español Pío Tristán, forjada en la Universidad de Salamanca donde ambos estudiaron derecho a fines del siglo 18. Con el tiempo, ya como altos mandos militares, la guerra emancipadora los llevó a enfrentarse en las batallas de Tucumán y Salta, cuando Belgrano conducía el Ejército del Norte, con victorias de los criollos. Belgrano parlamentó y pidió a Tristán que prometiera no volver a alzarse en armas contra su ejército y, en lugar de fusilar a los derrotados, los liberó en Alto Perú.
La historia dice que parte de los prisioneros españoles liberados volvieron del Alto Perú y derrotaron a Manuel Belgrano en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma, pero sin Pío Tristán, quien cumplió el juramento ante su amigo de no volver a atacar al ejército patriota. Ambos habían ingresado a la masonería juntos en sus épocas de estudiantes y debían cumplir el principio de respetar la palabra dada.
Durante la revolución cubana, Camilo Cienfuegos fue tomado prisionero por las fuerzas del General Batista. Condenado a ser fusilado, comienza a dar señales secretas utilizadas por los masones pidiendo auxilio. El capitán a cargo lo detecta, lo separa y luego de una charla decide perdonarle la vida. Tiempo después, consagrada la revolución castrista, Cienfuegos busca al coronel y lo ubica como miembro en la Guardia del Palacio de la Revolución. El militar, de apellido Molina, era miembro la Logia del Caribe, la misma donde se había iniciado Cienfuegos.
Fuente La Nación