Por Enrique Guillermo Avogadro
“No tengo ganas de que haya un títere en la Casa
Rosada y que el poder esté en Juncal y Uruguay”.
Alberto Fernández
El lunes, en el H° Aguantadero, después de leer el discurso anual que le escribió (lo confirmó ella misma el jueves, cuando despotricó ante Casación) su exigente patrona, el Presidente Pinocho recibió de Cristina Fernández el diploma que lo confirma como miembro emérito del Instituto Patria. No era para menos, toda vez que la repudiable pieza literaria que hizo suya ahondó la grieta que había jurado cerrar, constituyó un inventario de las demandas de la PresidenteVice contra la República y la Constitución, y el firme compromiso de satisfacerlas lo antes posible.
La primera de ellas fue la de ganar las elecciones legislativas a como dé lugar, porque eso fortalecería enormemente la influencia del oficialismo en Diputados y allanaría el camino para destruir a los clásicos enemigos: los jueces, los fiscales y los medios de comunicación. A ese objetivo están enderezadas las decisiones de atrasar el precio del dólar, postergar cualquier acuerdo con el FMI, congelar las tarifas de energía, perseguir a las empresas “formadoras de precios”, cuidar la “mesa de los argentinos” y repartir, a mansalva, papelitos de colores y planes sociales en el Conurbano cuya tercera sección electoral resulta fundamental al contar los votos.
Pero no hay almuerzo gratis; cuando Cambiemos hizo eso mismo para ganar las elecciones de 2017, el precio fue perderlas en 2019. La cuenta de todos esos dislates tendrá que pagarlos la propia dupla Fernández² a partir de octubre y durante los dos años que le quedarán de mandato. Dijo Alberto Fernández que creará miles de puestos de trabajo pero, para concretar ese propósito, se necesitan inversiones. A la Argentina, con un riesgo-país que supera los 1550 puntos (equivale a un default), sólo un imbécil traería sus dólares. El lunes, la poca seguridad jurídica que quedaba se fue por la cloaca kirchnerista, y el cepo cambiario, los confiscatorios impuestos, la monumental inflación, las arcaicas regulaciones laborales, la extorsión sindical y, en general, todo lo que incluye el “costo argentino”, disuaden al más valiente; el capital nunca se distingue por su coraje.
Mintió tanto que el resultado fue patético: pretender que en su gestión las fuerzas de seguridad fueron revalorizadas, cuando se ven obligadas a abstenerse de defender la vida y la propiedad privada y la soberanía ante la agresión pseudo-mapuche, es una falsedad tan evidente que no se necesitó de la informal salutación policial a Patricia Bullrich para desmentirla; y lo mismo sucedió con la pandemia, la deuda, las obras públicas, los hospitales, la urbanización de las villas, etc.. Por lo demás, si tuviera “éxito” en sus propuestas económicas –que excluyen la reducción del sideral gasto público, sobre el cual nada dijo el Presidente Pinocho-, los argentinos veremos deteriorar los servicios de telecomunicaciones e Internet, volver los cortes de gas y de luz, la necesidad de importar energía (con los negociados del caso en el camino) y, casi con seguridad, una explosión inflacionaria.
Sin hesitar, violó la Constitución al conocer causas en trámite, y pretende seguir desconociéndola con sus peregrinos proyectos de reformar la Justicia, limitar las facultades de la Corte Suprema y cooptar la Procuración General; presumo que todos ellos, incluida la creación de una comisión bicameral para controlar a los jueces, fracasará en el H° Aguantadero y, también, en los tribunales. La mayor prueba, la condena a Lázaro Báez, anterior sólo cinco días a este mamarracho discursivo.
Se manifestó horrorizado porque Carlos Stornelli continuara en su función de Fiscal federal a pesar de haber sido procesado por el militante Juez Alejo Ramos Padilla, ahora nada menos que el magistrado electoral más poderoso del país; pero olvidó que quien estaba sentada a su lado (esa energúmena tan notoriamente desigual, tan vociferante e histriónica ante la Justicia, tan escandalosamente enjoyada y sin el barbijo que nos impone al resto de los ciudadanos, en el fondo tan aterrada) tiene muchos procesamientos firmes y, en varios casos, las causas ya han sido elevadas a juicio oral; se suman ahora investigaciones internacionales en Estados Unidos y Panamá. ¿Querrá ella renunciar a su cargo o solamente deberían hacerlo quienes se oponen al gran proyecto de impunidad de su dueña?
Una vez más, pretendió minimizar el horror criminal del “vacunatorio VIP” e invocó la necesidad de una solidaridad que sus funcionarios y La Cámpora han despreciado aún a costa de, literalmente, dejar morir a quienes integran los grupos de mayor riesgo: médicos, maestros, policías y ancianos. Es más, volvió a ponderar a Ginés González García, el despedido Ministro de Salud; en la medida en que éste llora por haber sido dejado solo y, como Leandro Báez, amenaza con contar la real magnitud de la corrupción y la identidad de todos sus responsables, espero que no sea atacado por el mismo virus que asesinó al Fiscal Alberto Nisman, al secretario privado Fabián Gutiérrez, al periodista Juan Castro, al empresario pesquero Raúl Espinosa, al espía Tomás “Lauchón” Viale, a los narcotraficantes Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Daniel Ferrón, y a tantos otros que sabían demasiado o interferían en los negociados de los Kirchner.
El futuro se presenta negro carbón y, una vez más, resulta indispensable pedirle a toda la oposición que se una para enfrentar a este régimen cuya deriva nos lleva inexorablemente a los paraísos del socialismo del siglo XXI, corruptos hasta el tuétano, violadores de los derechos humanos, pobri-clientelistas y hambreadores de sus pueblos. Espero, contra toda esperanza, que entonces nuestro ruego sea escuchado.