
Angela Correa: El estaba filmando “El viaje” a lo largo del continente, y cuando estuvo en Brasil, yo tenía un papel, ahí nos conocimos. Después volvió para hacer otras tomas, me invitó al estreno, pero recién tiempo después empezamos de novios. Yo le aclaré: “No soy una intelectual”. No le importó. La primera vez que fuimos juntos a Venecia, después de la película nos llevaron a cenar a un castillo, y él me dijo “Ahora sos una princesa”. Estuvimos treinta años en pareja, juntos, con tantas posibilidades que él tuvo, ¡y que yo también tuve! Viajamos mucho, nos divertíamos, en todas partes lo querían, tenía amigos: Costa-Gavras, Bertrand Tavernier, que le abrió las puertas de Francia, García Márquez, Fernando Birri, el Papa Francisco, eran todos amigos. Dos veces visitamos al Papa, muy amoroso, no era un encuentro formal sino una reunión de amigos, y yo sentadita ahí escuchándolos. La segunda vez fuimos para invitarlo a dar una charla en la Unesco. No podía, pero envió un mensaje
P.: ¿Qué alcanzó a hacer Solanas en la Unesco?
A.C.: El no iba a ser un embajador más. Era una máquina de trabajo, veía muy lejos, temas sobre los que todavía no se hablaba él los ponía sobre la mesa. Tibias, no hacía las cosas. O eran calientes, o calientes. Y tenía algo fundamental: sabía escuchar a los demás. Tenía buenos planes, en los tres meses que estuvimos revolucionó la Unesco, quería que no se ocupara solo de los patrimonios de la humanidad sino de la cultura de la tierra y el medio ambiente, esas cuestiones de vida o muerte, como la propia enfermedad que lo mató. En el acto de cremación Audrey Azoulay, la directora de la Unesco, lo comparó con una locomotora, y dijo que va a mantener ese motor en funcionamiento.
P.: Nadie esperaba ese desenlace.
A.C.: Nadie. Tres días lo estuve cuidando en casa, no quería internarse hasta no dejar todo el trabajo listo. Cuando al fin se internó, cinco días después yo misma tuve que internarme. Fue muy duro en Paris, nunca pensé que iba a morirse. Duro fue volver con la urnita bajo el brazo, muy duro. Ahora vivo acá en nuestra casa, no cambié nada, no veo fantasmas, no me paso llorando, sé que no está más, pero está su energía. Esa guayaba la plantó él, y esa palta, esa parra. Tiempo atrás, a un campito pelado en Alsina, lo llenó de árboles. En cualquier lugar del mundo era distinto, tenía un aura, era imponente mismo cuando estaba en silencio. Yo, brasileña con mucho orgullo, digo que ustedes tuvieron un hombre fundamental para su país, fue una pérdida muy grande, dejó un legado a mucha gente, y muchas señales de alerta.
P.: ¿Se siente sola?
A.C.: Me siento una mujer privilegiada. Soy agradecida por muchas cosas. Tuve una vida muy linda antes de él también. A los 20 años vivía en Paris, bailaba en el Moulin Rouge, en el número de una vedette de Martinica. Eran solo tres minutos diarios, pero con eso ya tenía contrato de trabajo, podía alquilar, era feliz. De regreso en Brasil hice muchas series, fui protagonista, por ejemplo en “Escrava Anastasia”, le compré una casa a mi madre, me compré una para mí. Y después seguí alternando entre Argentina y Brasil, filmé con Carlos Reichenbach, con Héctor Babenco, ¡con Pino! Acá también hice televisión y teatro. Lo último en Brasil fue en 2015, “Apart Horta”, de Cecilia Engels, sobre la conveniencia de cultivar nuestros propios alimentos. Pero después preferí quedarme más tiempo con Pino. Y no era “la mujer que sacrifica su carrera para que el marido haga la suya”, no. En la pareja, cada persona está para cuidar, para acompañar a la otra.
P.: En “Tres en la deriva” hay una parte muy linda, donde usted canta un samba melancólico.
A.C.: Estábamos de paseo a Paris, celebrando nuestros 20 años de casados, visitamos a unos amigos y Pino, siempre con su maquinita, me grabó. Le gustaba mucho oírme cantar. El tema es “Lembrancas”, recuerdos, de Santos y Sampaio. “Recuerdo una mirada, recuerdo un lugar, tu rostro amado. Recuerdo una sonrisa y un paraíso que tuve a tu lado. Rccuerdo una tristeza que hoy invade mis días. Para mi mal, recuerdo al final un triste adiós. ¡Soy ahora en el mar de esta vida un barco sin rumbo! En portugués “un barco a vagar”, a la deriva. Lo cantaba Angela María, una artista famosa de los ’50, por ella mis padres me bautizaron Angela. Tuve un proyecto de hacer una película sobre ella y otras artistas de los ’40 y ’50, con temas que mi madre cantaba en casa.
P.: De lo que usted hizo acá en teatro, se destaca “Estrella negra”, sobre la esclava que, llegado el momento, debe decidir su vida por ella misma.
A.C.: Adriana Genta escribió esa obra para una actriz negra argentina, Virginia Murature, pero cuando fue a su casa a mostrarle el texto, ella se había suicidado, cansada de esperar una oportunidad. Tiempo después Genta me llamó, me contó esa historia. Yo hacía poco que estaba en la Argentina, todavía no hablaba muy bien el castellano, y son todos monólogos, estudié como loca, no podía tomar esto a la ligera.
P.: Lo hizo muy bien.
A.C.: Me dirigió Verónica Oddó. Mamá vino a verme al estreno en el San Martín, ¡y justo los técnicos hicieron un paro! Se fue, y la huelga seguía.