Dato mata palabrerío: 2,7 millones de nuevos pobres en un año
La cifra detonó entre el primer trimestre de 2022 y el mismo período de este año. Es un indicador inapelable del fracaso económico del gobierno. La tendencia se agudiza.
En un año, 2,7 millones de argentinos cayeron de los últimos peldaños de la clase media a la pobreza. El palabrerío sobre supuestas mejoras en la situación económica se estrella contra esa realidad cruel. Indicador inapelable del fracaso del gobierno.
Este desastre social ocurrió entre el primer trimestre de 2022 y el mismo período de 2023. Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec proyectan que, a marzo pasado, 18,5 millones de personas no lograron cubrir la canasta básica de consumo.
La Universidad Di Tella estimó, con la misma metodología del Indec, que la pobreza escaló del 34,2 al 40,3% en ese período. La tendencia se acentuó en los meses siguientes. La proyección provisoria para el primer semestre de este año ya se eleva al 43%. En cifras absolutas, 540.000 pobres más en apenas tres meses.
La pobreza detonó a pesar de la reactivación económica del último año, que ya comenzó a apagarse hace unos meses. Y a pesar de la creación de empleo durante ese proceso.
La clave es la inflación. La pérdida de poder adquisitivo de las familias se profundiza al ritmo del aumento generalizado y permanente de los precios. En el último año saltó de dos a tres dígitos anuales y los cálculos privados prevén para todo 2023 prevén una inflación cercana al 150%.
Diferentes investigaciones microeconómicas describen mejor la pérdida dramática de calidad de vida que se esconden detrás de aquellos grandes números.
Para ilustrar alcanzan algunas referencias del último estudio del Centro de Almaceneros de Córdoba. En mayo, sólo el 11% de las familias pudo comprar al contado todos los alimentos que consume. El resto debió acudir a tarjetas de crédito, al viejo sistema de “fiado”, o a préstamos informales. Y el 64% de los hogares cordobeses no pudo cubrir la totalidad de los gastos corrientes y contingencias impostergables del mes.
El especialista Jorge Ossona, quien releva periódicamente la situación social en el conurbano bonarense, describe otros síntomas que las estadísticas oficiales no abarcan. Menciona “timbrazos cada vez más frecuentes en los barrios residenciales pidiendo ropa usada o alimentos; y en los humildes, fuerte suba en el número de hombres que acuden a los comedores comunitarios”.
En el último año la desocupación registró niveles relativamente bajos, aumentó el empleo y, sobre todo, la cantidad de gente que busca trabajo. El factor determinante es la necesidad de aumentar ingresos.
Creció fundamentalmente la ocupación en negro y el cuentapropismo de subsistencia. Trabajo precario y mal remunerado. La tasa de empleo privado en blanco casi no se movió en los últimos 12 años.
Esa degradación se explica por la inflación crónica, pero también por el retroceso productivo. La riqueza que se genera por habitante decrece también desde hace 12 años. Con alzas y bajas, esa fue la tendencia de fondo.
No existen soluciones facilistas a problemas estructurales de esta magnitud. La estanflación empobrece. El sistema regulatorio y la anomia castigan la inversión productiva, las exportaciones y la creación de empleo. La brecha tecnológica y educativa dificulta la empleabilidad de los excluidos y obtura los antiguos canales del ascenso social.
Los paliativos del asistencialismo resultan cada vez menos eficaces. La inflación corroe los presupuestos. El clientelismo, la burocracia y las corruptelas en su administración generan una asignación ineficaz e inequitativa de esos recursos, cada vez más limitados.
La clase política, inmersa en la competencia electoral y el submundo que la rodea, sólo enuncia generalidades cuando el periodismo la confronta con esa realidad. La ausencia de una agenda seria y de la predisposición a establecer consensos de lago plazo para abordarla desafían la impaciencia social.
Carlos Sagristani
Fuente Radio Mitre