Por Jorge Avila
La ciudad guarda historias que muchas veces sorprenden, por sus protagonistas, sus hechos o simplemente porque forman parte de esa aldea agrandada que se juzga eterna, al decir de Jorge Luis Borges. El caso de la anciana dama cuya figura embelleció las calles de Recoleta, y se marchó en silencio es una de ellas. La mujer, llamada María Marcela recorría cotidianamente un circuito de actividades, pero también de afectos. Comenzaba su día desayunando en La Jirafa Roja, de Callao y Libertador, donde “su” mozo Alfonso le alcanzaba las amadas medialunas de manteca.
Miguel, su peluquero, la esperaba para acariciarle el cabello mientras la peinaba, sin nunca recortarle. Luego concurría a la carnicería de Augusto, que guardaba “su” bife de lomo desgrasado de 200 gr., e iba a la boulangerie del hotel Alvear, donde Erik la esperaba con una baguette de tostado perfecto. Pese a que nadie dudaba de su solvencia, ninguno le cobraba y se conformaban con su charla divertida y aguda, como una abuela de todos.
Ella retribuía con un cuarto de masas finas de la confitería San Agustín, ubicada en Las Heras y Tagle, que repartía alternadamente a cada uno. Un gesto gentil, que mostraba su generosidad, bien conocida por los indigentes de la Iglesia del Pilar, donde concurría diariamente a las misas vespertinas.
A comienzos de 1978, su rutina comenzó a ser alterada por una fauna de enriquecidos prepotentes de “la plata dulce”, que la trataban despectivamente, como una antigualla demodé sin acceso al nuevo tiempo de multiplicación televisiva, botox discrecional y presente sin memoria, calidad ni cuidado. Sin atreverse aún a enfrentarla, por lo bajo la tildaban de “vieja loca”.
El 28 de diciembre de 1980 les comunicó a todos que había decidido pasar sola el fin de año, y luego esperar la muerte en 1981. Azorada, atendió los llamados telefónicos de Miguel, Erik, Augusto y Alfonso, explicando que se tranquilizaran; su vida no corría riesgos ni atendía ruegos, sino deseos. A principios de marzo, fue a La Biela (donde no concurría desde hacía 30 años, cuando su mozo preferido había fallecido), para tomar el té con masas de la tarde. Mientras esperaba su pedido, comenzaron a pararse y acudir a su mesa los habitués, mujeres y hombres, haciendo una larga fila para saludarla, muchos de ellos entre lágrimas. El 29 de julio, mientras tomaba una siesta en su mecedora, entregó el último aliento.
La Baronesa María Marcela, viuda del Barón Antonio De Marchi Crohare, la hija predilecta del presidente Julio Argentino Roca y Clara Dolores Funes, abandonó el mundo con sencillez y dignidad a los 104 años. Recibió honores y homenajes póstumos en todos los diarios. Transcurrido un mes Augusto recibió una camioneta roja 0 km, a Erik lo llamaron para escriturar un local en Belgrano, sobre avenida Cabildo, ya montado para funcionar como panadería. Miguel recibió un cheque para agrandar su local de la calle Anasagasti y el atento Alfonso, una casa en Necochea a su nombre. Todos en el mismo día. Luego se comenzaron a turnar para resguardar el lugar de reposo de la anciana dama de Recoleta.