Por Nicolás J. Portino González
En el amanecer del 7 de octubre, Israel se vio sorprendido por un ataque sin precedentes, un suceso que sacudió los cimientos de su sociedad y expuso vulnerabilidades inimaginadas. La nación, conocida por su preparación y resiliencia ante adversidades, enfrentó un escenario para el cual, según confirman fuentes internacionales, no estaba preparada. Este ataque no solo marcó un punto de inflexión en la percepción global del conflicto en Medio Oriente, sino que también reveló aspectos desconocidos y alarmantes sobre la situación en la región.
Uno de los aspectos más impactantes fue la revelación de que algunos de los trabajadores palestinos que cruzaban diariamente a Israel, aparentemente en busca de sustento, eran en realidad espías de Hamas. Esta organización, clasificada por numerosos países como grupo terrorista, utilizó su influencia para infiltrarse en la sociedad israelí bajo la fachada de la normalidad laboral, poniendo en jaque la seguridad interna de Israel.
La confirmación de los rumores sobre los hospitales en Gaza sirviendo como fachadas para los centros de comando de Hamas, así como puntos de acceso a una extensa red de túneles, pone en evidencia una estrategia de guerra que utiliza instalaciones civiles para fines militares. Esta táctica no solo viola las leyes internacionales de conflicto, sino que también pone en riesgo la vida de los civiles, al convertir hospitales en objetivos militares.
La complicidad de algunos sectores de la comunidad internacional con estas acciones es alarmante. La revelación de que doctores occidentales estaban al tanto de estas actividades y optaron por ocultarlas, así como la cooperación de la UNRWA con Hamas, plantean serias preguntas sobre la imparcialidad y la integridad de estas instituciones. Estos hechos sugieren una confluencia de intereses que trascienden la ayuda humanitaria, adentrándose en el terreno de la colaboración con organizaciones que promueven la violencia y el terrorismo.
La situación en Gaza, a menudo descrita en los medios internacionales como la de una “cárcel a cielo abierto”, revela una realidad más compleja. La ciudad, lejos de ser una mera víctima de bloqueos y restricciones, ha demostrado tener un desarrollo significativo. Esto plantea interrogantes sobre la narrativa predominante que ignora cómo Hamas ha desviado recursos significativos, destinados a la ayuda y reconstrucción, hacia el armamento y la construcción de infraestructuras para el conflicto.
El uso de fondos internacionales destinados a la ayuda humanitaria para la compra de armas y la construcción de túneles de ataque es una traición a la confianza global y un abuso de la solidaridad internacional. Esta malversación de recursos evidencia una manipulación de la narrativa humanitaria, donde las agencias de derechos humanos han fallado en su deber de rendir cuentas, permitiendo que la situación escale a niveles inimaginables.
La respuesta de la comunidad internacional ante estos hechos ha sido, en muchos casos, insuficiente y contradictoria. Mientras que las acciones de Hamas se difunden sin cuestionamiento, a Israel se le exige un nivel de prueba y justificación que a menudo ignora el contexto de autodefensa y supervivencia en el que se encuentra.
Este escenario ha exacerbado el antisemitismo, tanto en la retórica pública como en los círculos académicos, donde la crítica a Israel frecuentemente cruza el umbral hacia el odio racial. El enriquecimiento de los líderes de Hamas a costa del sufrimiento palestino y la aceptación tácita de esta realidad por parte de sectores influentes en la sociedad global plantean un dilema moral y ético profundo.
La situación exige una reflexión crítica sobre la responsabilidad de la comunidad internacional en perpetuar un conflicto a través de la inacción, la parcialidad y la falta de voluntad para confrontar las realidades en terreno. Israel se encuentra en la encrucijada de luchar por su existencia, en un entorno que a menudo cuestiona su derecho a defenderse, mientras enfrenta una narrativa global que distorsiona y omite aspectos clave de su lucha por la supervivencia.
Este análisis detallado busca no solo arrojar luz sobre los eventos del 7 de octubre y sus consecuencias profundas, sino también invitar a una reconsideración de las dinámicas del conflicto israelí-palestino. La historia del 7 de octubre es una llamada de atención sobre la complejidad de la guerra asimétrica y la manipulación de la percepción pública a través de la desinformación y el aprovechamiento de estructuras humanitarias para fines militares.
La revelación de que Gaza, a pesar de las narrativas predominantes, poseía una infraestructura mucho más desarrollada de lo que se admitía públicamente, desafía la imagen proyectada de victimización unilateral. Esto no niega las dificultades enfrentadas por los civiles en Gaza, pero subraya la importancia de entender cómo Hamas ha utilizado recursos destinados al bienestar de la población para fortalecer su maquinaria de guerra contra Israel.
La cooperación, más que cuestionable e imperdonable, de organismos como la UNRWA para con Hamas, y el silencio de la ONU ante evidencias de abuso de sus instalaciones y programas, socava la credibilidad de estas instituciones y pone en cuestión su capacidad para actuar como mediadores neutrales en el conflicto. De hecho, la anula, si se me permite. La internacionalización del conflicto, donde la financiación y el apoyo ideológico trascienden fronteras, revela un panorama donde los intereses y agendas de diversos actores se entrelazan, a menudo en detrimento de los principios de paz y justicia.
El antisemitismo resurgente, alimentado por una retórica que deshumaniza a Israel y a los judíos, y la inacción frente al enriquecimiento de los líderes de Hamas a costa de la población palestina, reflejan una doble moral en el discurso internacional sobre derechos humanos y justicia que no han sido, ni son, tal cosa. La demonización de Israel, mientras se ignora o justifica las acciones de Hamas, contribuye a un ambiente en el que la solución pacífica del conflicto se vuelve cada vez más inalcanzable.
La situación exige de Israel una postura de firmeza en defensa de su soberanía y seguridad, sin esperar la aprobación de una comunidad internacional que, en muchos casos, ha mostrado una predisposición a ignorar los hechos en terreno en favor de narrativas simplificadas. Israel se ve obligado a navegar un entorno geopolítico en el que su derecho a existir es constantemente cuestionado, mientras se enfrenta a amenazas existenciales que requieren respuestas decisivas y a menudo inmediatas.
La complejidad del conflicto israelí-palestino no puede ser subestimada ni reducida a narrativas unidimensionales. Ya no. La tragedia del 7 de octubre destaca la necesidad de un enfoque basado en hechos, que reconozca el derecho inalienable de Israel a la seguridad y la autodefensa, cambiando también el relato instalado de que se debe esperar una ofensa para poder responder e incluso yendo mucho más allá, luego de lo ocurrido, habría que utilizar un sistema métrico para calcular la potencia de dicha respuesta. Un absurdo y…un abuso. Solo a través de un diálogo genuino, el respeto mutuo y el reconocimiento de las realidades en terreno, se podrá avanzar hacia una paz duradera y justa para todas las partes involucradas. Eso, siempre y cuando Palestina tenga pensado dialogar.