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«En Argentina no te ayudan a ser judío. En los días festivos, conseguir alimentos especiales es demasiado caro y acá casi te lo regalan», compara.
De todos modos, reconoce que volverá a reencontrarse con sus amigos. «Extraño mucho mi ciudad, pero es realmente muy difícil vivir allí por la situación económica. No iba a poder progresar», expresa, como tantos otros jóvenes.
Cuando estalló el conflicto en la Franja de Gaza, dice que el pueblo de Israel «estaba con mucho miedo». Sin embargo, en la actualidad la situación perece normalizada y afloró un «sentimiento patriótico y optimismo por ganar la guerra».
En aquel primer momento, Tomás aún no había ingresado al servicio militar y su sensación era de bronca por no poder hacer nada al respecto.
Steizel cuenta que la primera vez que escuchó la alarma antiaérea fue con los incidentes del 7 de octubre. Desde entonces, no para de escucharla.
«Si bien está todo más calmado que al principio, los familiares de los secuestrados siguen reclamando. Conozco gente que murió en el atentado y hay varios argentinos que todavía no fueron liberados», señala.
Desde el ataque terrorista, son miles las personas que deciden sumarse al ejército y estar preparadas para la situación bélica. Para ingresar, Tomás tuvo que hacer «una prueba muy dura» llamada Gibush Iom Sayarot. Luego los dividen en dos: Gibush Shayelet y Gibush Matkal.
Tomás debió realizar prueba súper exigentes junto a otros 500 aspirantes: armar un auto en el desierto en tan solo 10 minutos, escalar montañas de arena a 75 grados y correr tres kilómetros en 12 minutos.
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«Fueron cinco días terribles donde exigís tu cuerpo al máximo constantemente. No tenés celular ni contacto con nadie«, asegura el joven que piensa quedarse en el ejército tras cumplir el servicio militar obligatorio, no sin antes tomarse unas vacaciones.
Y recuerda una anécdota a modo de ejemplo: «Una noche, nos despertaron a las tres de la mañana y nos mandaron a correr varias horas sin tomar una gota de agua».
El joven revela que en el ejército israelí no permiten que los soldados se rasuren la barba a cero, y se aseguran de que la mantengan prolija. «Exigen que seamos limpios y arreglados. Que estemos lindos», confía entre risas.
También cuenta como dato de color -o no tanto-, que los altos mandos «se fija quién se agarra la mejor milanesa» porque «un buen soldado es una buena persona».
Desde que está dentro de las Fuerzas Armadas, Steizel hizo cosas que jamás imaginó. «En distintos operativos tuve que allanar casas sin saber con qué me iba a encontrar. Los comandantes la tienen clara y saben cómo distribuir las tareas de cada uno», indica.
Una de las primeras lecciones que aprendió fue cómo manejar un arma. Ahora para ir a cualquier operación, lo hace acompañado de un francotirador y de compañeros cargados con lanzagranadas y explosivos. «Todo lo que hacés acá te deja una marca», profundiza.
Tomás dejó su vida en Buenos Aires para enfrentar la tensión extrema que se vive en Medio Oriente. Por sus convicciones, su religión y su fuerza, asegura estar listo para lo que sea. «Ahora más que nunca hay que estar tranquilo. No podés permitirte estar nervioso porque sino sos hombre muerto», concluye.
Fuente Vis a Vis