Por Nicolas J. Portino González
La sombra de Rusia se extiende cada vez más sobre América Latina, en un intento claro de desestabilizar las democracias de la región y de Occidente. Según revelaciones del FBI, el Kremlin ha desplegado una red de financiamiento que involucra a más de 2,800 individuos en 81 países, entre ellos influencers, políticos, periodistas, profesores universitarios, comediantes y empresarios. De este total, al menos 600 operan en suelo estadounidense. La lista, ya en manos de la inteligencia americana, expone nombres que durante mucho tiempo han jugado un rol crítico en la propaganda antioccidental.
Los detalles que emergen son perturbadores. Otra lista, aún más extensa, contiene los nombres de más de 1,900 personas de 52 países, muchos de ellos latinoamericanos, con cuentas bancarias en los Estados Unidos. Para todos ellos, el mensaje es claro: están en graves problemas. No es difícil imaginar a algunos de los sospechosos que podrían figurar en estas listas. El aparato de inteligencia estadounidense está listo para actuar.
Esta semana, Estados Unidos ha tomado una decisión firme, sancionando a los principales ejecutivos de Russia Today (RT), el canal de propaganda financiado por el Kremlin. Además, el FBI ha solicitado la incautación de 32 dominios de internet utilizados por esta maquinaria mediática. Esta medida evidencia la extensión de la infiltración rusa y el número alarmante de colaboradores que han vendido su integridad al mejor postor.
La influencia de Rusia en Venezuela, Cuba y Nicaragua es un secreto a voces; estos países han sido reducidos a simples peones en el tablero geopolítico de Moscú. Sabemos quiénes son sus cómplices allí, pero lo más impactante será cuando salgan a la luz los nombres en México, Chile, Colombia, Ecuador y Argentina, donde la operación de influencia rusa es cada vez más evidente.
Este no es un simple conflicto de ideologías. Mientras que en América Latina, Rusia se ha aliado con extremistas de izquierda, en Estados Unidos y Europa el enfoque es diferente: cualquier persona o movimiento que sirva para socavar la estabilidad occidental es un potencial aliado de Moscú. Está claro que para Rusia, no se trata de principios, sino de desestabilización.
Este es un ataque directo a la integridad de nuestras democracias. Rusia está invirtiendo millones en comprar conciencias y en sembrar división donde más le convenga. Pero lo que quizás Moscú no previó es que esta red de corrupción y propaganda pronto se desenredará, y los nombres de sus colaboradores quedarán marcados para siempre en la memoria de quienes luchan por la libertad y la verdad.
Estamos ante un punto de inflexión: o defendemos nuestros valores democráticos y soberanía o dejamos que un poder extranjero dicte el rumbo de nuestras naciones. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras Rusia intenta hacer de nuestro continente su patio trasero.