Por Guillermo Tiscornia
El 14 de abril de 1972 José Mujica Gordano se encontraba parapetrado en la azotea de un templo metodista ubicado en la Avenida de los Constituyentes casi esquina Javier Barrios y Amorín en el barrio de Punta Carretas, Montevideo, Republica Oriental del Uruguay.
Allí lo acompañaban otros integrantes subversivos del Frente de Liberación Nacional ( Tupamaros). Me refiero a Alicia Reis Morales, Héctor Amodio Pérez y Lucia Topolansky.
Los cuatro portando ametralladoras de grueso calibre. Al frente de ese templo metodista se ubicaba una vieja casona habitada por el rector de la Universidad de Montevideo Profesor Armando Acosta y Lara.
Corrían aproximadamente las 9 horas de ese día cuando el mismo Profesor Acosta y Lara puso un pie en la calle para dirigirse a su lugar de trabajo. Nunca habría de llegar.
Mujica y sus secuaces subversivos dispararon a mansalva sobre la humanidad del Profesor Acosta y Lara aniquilándolo en el acto. Emboscada cobarde si lo hubo.
Y tal como lo registra el doctor Julio M. Sanguinetti (“La caída de una democracia”, Editorial Taurus, diciembre 2008) restos de sangre del Profesor Acosta y Lara quedaron estampados contra la pared del frente de aquella vieja casona como prueba indubitable de tal cobarde emboscads.
Como dije la muerte no hace ni mejor ni peor a las personas. Y José Mujica Gordano no constituye precisamente ninguna excepción a esa regla general.